Reseña de libros [pp. 55-57]
El Seminario de la Ética a través del cine
Eduardo Laso y Juan Jorge Michel Fariña | Letra Viva | 2017
Florencia González Pla

Paula Paragis paula.paragis@gmail.com

La ética: una lectura clínico-cinematográfica

Paula Paragis y Florencia González Pla

“¿Por qué el cine es tan importante para pensar la novedad que introduce el descubrimiento freudiano en el campo de la ética?” Este interrogante se propone como puntapié inicial para revisitar la obra de Jacques Lacan a partir de un recorrido original sobre aquellas películas a las que el autor hace referencia en el Seminario VII (1959-1960) y en el texto “Kant con Sade” (1963). Como se sabe, a lo largo de su obra, Lacan se valió en distintas oportunidades del cine para la transmisión de su enseñanza. A partir de ello, los autores de este libro proponen una interesante y novedosa distinción metodológica para dar entrada a diferentes referencias cinematográficas. Así diferencian menciones, citas y referencias propiamente dichas.

Las menciones se limitan a traer a colación el nombre de un film de modo digresivo y sin que se articule a algo que Lacan pretenda transmitir. Es el caso de la inclusión a Un chien andalou de Buñuel, con su célebre escena del sujeto arrastrando dos curas, un piano y un burro podrido para evocar cómo se siente él mismo ante su alumnado. O bien cuando Lacan toma el título de un film por el sentido que evoca, sin que importe la película misma -por ejemplo, La tête contre les murs, de Georges Franju. Las citas, por su parte, remiten a alguna escena de una película para transmitir una idea que Lacan está desarrollando en ese momento. Para ello se vale del detalle de determinada escena del film, -por ejemplo, la escena final del monstruo marino en La dolce vita-, sin que importe la trama del film mismo. Finalmente, y en un lugar más relevante, se ubican las referencias propiamente tales. Estas ya presentan alguna articulación con los argumentos que desarrolla Lacan, otorgándoles valor de ejemplo, por lo que es necesario haber visto el film para completar la transmisión de la idea puesta en juego. Es el caso de Nunca en domingo, para abordar la cuestión del Juicio Final y la contabilización de las faltas, las películas de los hermanos Marx y en particular la cuestión de la Cosa muda en Harpo, el tratamiento del tema de la falsa caridad, con Monsieur Verdoux, de Charles Chaplin, la tramitación de un duelo histórico y singular, con Hiroshima mon amour, el axioma Il n’y a pas de rapport sexuel en El imperio de los sentidos, o el tratamiento de los números imaginarios y la perversión en El joven Törless.

En el seminario de la Ética, Lacan despliega las consecuencias que abre la noción del inconsciente ya no sólo respecto del estatuto del síntoma y la verdad, sino también de la realidad, la belleza y hasta del bien. Allí afirma, de forma totalmente innovadora para su época, que la experiencia freudiana constituye una revolución en el pensamiento de la ética. Paralelamente, se irá esbozando su preocupación por el acto creador y por el enigma de la sublimación.

Su mayor apuesta es que la clínica psicoanalítica es capaz de arrojar nueva luz sobre el campo de la filosofía moral y, al hacerlo, la interpela y la interpreta. La experiencia de lo inconsciente revela que a nivel del principio del placer no existe el Soberano Bien que la filosofía kantiana propone para fundar la ética. La inversión que se extrae de Freud en dicho campo es que el Soberano Bien es das Ding, la Cosa incestuosa y prohibida, y por lo tanto imposible de encontrar.

Desde esta perspectiva, habría un intento ilusorio de “volver a encontrar” el objeto perdido, lo cual supone la existencia de un encuentro originario que habría que repetir por medio del reencuentro de éste. Sin embargo, para Freud y para Lacan lo que se trata de reencontrar escapa a la palabra, en tanto la Cosa es extranjera al orden simbólico y nunca estuvo en él, pero por la entrada del sujeto en el orden simbólico ésta se presenta como falta. Dicha búsqueda no remite a la realidad material sino a das Ding como real, aquello imposible de simbolizar que en el encuentro con el Otro primordial es la Cosa que desea, aquel objeto en falta por la que se coordinan la falta en ser del sujeto con la falta del Otro. En este sentido, das Ding introduce esta paradoja del deseo humano por la cual espera reencontrar una cosa que está allí aguardando al sujeto como objeto de deseo del Otro. En dicha búsqueda, lo que el sujeto encuentra en la realidad no es la Cosa, sino sus coordenadas de placer, circuitos de goce en torno de la Cosa ausente. Y también el pathos de la nostalgia por un objeto que nunca estuvo, pero cuya falta opera como empuje, causa de deseo.

Será a partir de la relación existente entre Ley y deseo, que Lacan continuará elaborando la cuestión de das Ding. Para ello tomará el imperativo categórico kantiano y la Filosofía en el tocador del Marqués de Sade, en una propuesta sumamente audaz. Señala entonces que las éticas radicales de Kant y Sade, lejos de ser opuestas, se articulan entre sí al punto de poder ser representadas topológicamente mediante una banda de Moebius, una superficie de una sola cara que se continúa ad infinitum, mostrándonos que lo que suponemos son dos caras de una cinta, en realidad, es una sola.

En la tradición moral hasta Kant, el Bien se oponía al Mal y se identificaba con el bienestar del sujeto, por oposición al malestar que se deriva de la vía del Mal (Figura 1). Malestar que en el discurso religioso era prometido a un más allá en el infierno. Sin embargo, Kant introduce la distinción entre el Soberano Bien (Gute) y el bienestar (Whol), y articula este último al malestar: obrar por deber al imperativo categórico supone un tipo de acción cuyo correlato afectivo es el dolor, y no el placer. La vía del Bien tiene así, como correlato subjetivo el malestar.

Sade, por otro lado, y planteando su “imperativo categórico” de goce, hace del Mal la vía de un goce a cuenta del sujeto: se puede estar bien en el Mal. Si representamos en una banda estos cuatro elementos, se observa que la torsión que implican tanto Kant como Sade (figura 2) ponen a sus éticas radicales en continuidad: el polo del Bien se conecta con el malestar (Kant) y el del Mal con el del bienestar (Sade), conformando así una banda de Moebius (figura 3) en torno de un centro que es das Ding, lo que Lacan nombra Kant con Sade.

El psicoanálisis permite pensar, entonces, la diferencia entre ética y moral. Puede decirse que a partir del vaciamiento del lugar del Soberano Bien, en el que Freud sitúa al objeto en tanto perdido, se formula el problema de la ética ya no en términos de un Bien Soberano, sino de una ética del deseo. Es en este sentido que no hay Bien Supremo. Ese Bien no es más que la Cosa, y el estatuto del inconsciente no es óntico sino ético. Así, Kant podría pensarse como un síntoma, síntoma que Lacan se ocupa de leer y poner en su lugar. Su interpretación freudiana del pensamiento kantiano resulta el punto de partida de su tesis sobre la ética del psicoanálisis.

Lacan plantea que la ética no es el hecho de que haya un orden u obligaciones que regulen los vínculos en la sociedad ni tampoco son las estructuras elementales del parentesco que hacen que el hombre se haga objeto de un intercambio reglado. Todo eso es dimensión moral, en la que el orden de los hábitos, las leyes positivas y los valores epocales ordenan la realidad social particular que habita el hombre. La ética se abre a una dimensión singular, en tanto comienza cuando el sujeto plantea la pregunta sobre ese bien que había buscado inconscientemente en las estructuras sociales y es llevado a descubrir el vínculo por el cual lo que se presenta como ley se articula a la estructura del deseo, que ordena su conducta de manera tal que el objeto último se mantenga siempre a distancia para él. Ello revela que ley y deseo se articulan, y que el deseo es en el fondo deseo de deseo, lo cual lleva al sujeto a confrontarse con la pregunta de si quiere lo que desea en él. Así, la propuesta lacaniana es plantear una medida que se presenta no como máxima sino como pregunta, y que apunta no a un deber ser a futuro sino dirigida a lo que el sujeto ha dicho o hecho: ¿has actuado conforme al deseo que te habita? Pregunta que no puede resolverse en el campo de la reflexión filosófica sino en un análisis, en tanto la pregunta apunta al deseo inconsciente que habita el sujeto. Por supuesto, la solución kantiana y la que aporta el psicoanálisis no son equivalentes. Se trata de concepciones de subjetividad diferentes: la que va de la razón autoconsciente y libre, al sujeto efecto del significante y dividido, en una relación al Otro en torno de la que se estructuran identificaciones, fantasmas y deseos.

Siguiendo dichos conceptos centrales abordados en el seminario, en El seminario de la ética a través del cine el lector se va acercando a las películas que Lacan sugiere ver para comprender mejor los conceptos allí desplegados. Sin embargo, resulta original la iniciativa de los autores de ofrecer también referencias a otras películas y series cuidadosamente elegidas por su valor ejemplar de transmisión de la ética del psicoanálisis, lo cual enriquece y suplementa la propuesta del propio Lacan. A lo largo de dicho recorrido, en el que se incluyen pormenorizados análisis sobre el Decálogo (Kieslowski, 1989), Un lugar bajo el sol (Stevens, 1951), La soga (Hitchcock, 1948), Entre copas (Payne, 2004), Julieta (Almodóvar, 2016), y la serie televisiva Breaking Bad (2008-2013), se sostiene el interrogante: ¿A qué se debe el lugar protagónico del cine, al punto de conformar un apólogo en la transmisión de la ética del psicoanálisis?

Para concluir, es notable la elección de la ilustración de tapa y contratapa del libro, la cual es la reproducción fotográfica de un bello objeto. Se trata de una creación de Ignacio Darraidou, realizada en el marco de la cátedra Salomone de Diseño Gráfico (FADU-UBA). Ésta fue concebida en 2010 para representar el periplo del film 12 Monos y nos aproxima a la idea de cómo debería ser leído este libro: como un texto que se pliega en banda de Moebius. A la manera de la serpentina de cajas de fósforos que Lacan encontró en casa de Prévert , el objeto-libro se vacía por un momento de su valor de uso para devenir cinta de celuloide. Y a través de su única superficie interior-exterior nos abisma a una decena de películas imprescindibles para comprender la revulsión ética del psicoanálisis. Esa torsión de la cinta ilustra a la perfección el giro lacaniano sobre la concepción ética de Kant. Estar bien en el mal, estar mal en el bien serán, desde Freud, vicisitudes posibles del deseo.


Referencias

Lacan, J. (1959-1960). El Seminario, Libro 7: “La ética del psicoanálisis”. Buenos Aires: Paidós, 1988.

Lacan, J. (1963). Kant con Sade. En Escritos, Tomo II. México: Siglo XXI, 1988.



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