Prendimi l’anima es una coproducción internacional del experimentado director Roberto Faenza sobre un drama histórico que tuvo lugar en la primera mitad del atribulado siglo XX. Se trata de una película sobria y correctamente realizada en la que se nota una formación de escuela. El filme trata sobre la vida de uno de los personajes más olvidados de la historia del psicoanálisis y que la genealogía de nuestra disciplina ha ido rescatando poco a poco para darle el lugar que le corresponde como pionera del psicoanálisis y promotora de la causa psicoanalítica en la extinta Unión Soviética. Son muchas las cosas que podríamos comentar de este filme, pero lo que más nos ha sorprendido es el perfecto casting que ha realizado el director, quien ha escogido a sus actores tan cuidadosamente, al punto que conservan un parecido físico extraordinario con los personajes reales. Emilia Fox, se encuentra sublime en el papel de Sabine y se comprende cómo, debido a esta caracterización, fue elegida para el papel de Casandra en Troya (Wolfgang Petersen, 2003). Allí representa a la agorera hija de Príamo (rey de Troya), dotada de poderes adivinatorios que predice el porvenir sombrío, pero que desvirtuada —por un enamorado Apolo rencoroso— del poder de la persuasión, está condenada a que nadie la tome en serio. Un papel ligado, en una broma del destino, al que jugó la propia Sabine ante el mundo psicoanalítico y social de su época. Un Iain Glen magnífico, completamente caracterizado, e idéntico a las imágenes que tenemos del Dr. Jung —otra charada de la suerte—, la juega de iluminado, prolongando exquisitamente y con matices suizos, su actuación en el rol del siniestro Manfred Powell, líder de los Iluminati, que una “mujer virtual” de nombre Lara Croft (Simon West, 2001) enfrenta con éxito en la primera de sus hazañas llevada al cine. Las escenas del film nos muestran el encuentro, en el sanatorio Burghölzli en Zurich por allá del año 1904, de una bella enferma mental de nombre Sabine, con su médico Carl Gustav Jung, el famoso psiquiatra que llegó a ser considerado por Freud como su príncipe heredero. Sabemos por la historia, que ésta fue quizás la primera paciente de Jung tratada con el método del profesor Freud y que dio lugar, después, a una correspondencia voluminosa entre estos dos hombres que se vieron a sí mismos, como padre e hijo. Por aquel entonces, Sabine se presentó al hospital traída por sus padres (adinerados y herejes judíos rusos) que la acercaron al famoso hospital dirigido por Eugene Bleuler. Sufría de delirios y una masturbación compulsiva, tenía trastornos de la alimentación (lo que hoy llamaríamos anorexia) y de defecación que le acercaban a una psicosis histérica. También, hacía gala de su aguzada sexualidad a través de conductas exhibicionistas que alternaba con ataques de llanto y risa incontrolables. En la película Jung se acerca a ella primero con serenidad, después con fascinación y finalmente con pasión. Impotente para controlar su contratransferencia (sentimientos generados en el terapeuta por el paciente), empieza una relación con Sabine al margen de su matrimonio que desembocará en un drama pasional que duró siete años desde que se conocieron. Durante su relación compleja y prohibida, Sabine proporcionó a Jung, no sólo su cariño y dedicación de amante, sino ideas que se tradujeron en artículos y desarrollos en el campo de la teoría psicoanalítica y el análisis profundo. A Spielrein, se debe el germen de conceptos como el ánima y la sombra, que son atribuidas a su querido, quien jugó siempre injustamente con su alma, en una paradoja relacionada dolosamente con el apellido de su amante: juego justo. La relación llegó a conocimiento de Freud, quien escogió ignorarla en principio, y más tarde, recomendó de manera conservadora, que se interrumpiera la relación entre ambos. Sabine amenazó, varias veces, con denunciar a Jung y pidió entrevistarse con Freud, quien la rehuyó hasta que ella se encarriló para hacerse psicoanalista. En todo este pasaje al acto, el profesor vienés, hizo ojos ciegos sobre la conducta inapropiada que su protegido experimentó con otras pacientes, pese a que las pruebas en su contra no podían negarse en cierto punto. El macho suizo, siempre negó este incidente (también lo hacen los analistas junguianos), pero no es el único que se conoce de las excursiones para probar su virilidad con pacientes a su cargo. Otro caso documentado, es el de su analizante y amante Tony Wolff, quien también se convirtió en analista y realizó, en un momento dado, un “análisis a dúo” con Jung sobre uno de sus pacientes: dónde el analizante contaba a un terapeuta su vida cotidiana, y a otro referiría sus sueños plagados de símbolos. Su obsesión por documentar el metafísico inconsciente colectivo fue para él un empeño al que le dedicó muchos años, pensando que éste descubrimiento le pondría —de una vez y para siempre— sobre su maestro Freud. La esposa de Jung compartió no sólo el Círculo de Psicología de Zürich, sino su entorno familiar con la amada de Jung, en una situación difícil que duró muchos años y que Fowler McCormick allegada a la situación, describió así: “No me cabe la menor duda de que esta relación fue una tortura y algo doloroso de soportar para la señora Jung [1]”. El lector crítico caerá en cuenta, de que, la historia de los psicoanalistas de la primera generación está llena de pliegues silenciados, que desde su mudez, se repitieron hacia delante en los analistas de posteriores descendencias. El caso más difícil de entender, fue y seguirá siendo, la iatrogenia cometida por Freud, al analizar a su propia hija [2]. También se encuentran registrados en los anales, difíciles casos similares, como el de Otto Grooss —defensor de la poligamia que practicaba Jung con sus pacientes— y de Victor Tausk, personajes que abrazaron el psicoanálisis como leit motiv de su vida pero que tuvieron una relación trágica con éste. La cuestión de fondo en todos estos casos, tiene que ver con el amor de transferencia y la posición casi omnipotente de Amo a la que es fácil ceder ante los embates de la pulsión sexual. El analista debiera ofrecerse como causa del deseo a su paciente y tratar desde esa posición de articular bajo el impulso de la palabra el cúmulo de fantasías acumuladas en la historia personal del analizante a fin de que el sujeto acceda a la significación de éstas, rehistorize su vida y la reconstruya. El analista se ofrece, propiamente hablando, como semblante de una pasión del sujeto que se dirige sólo al encuentro con él mismo. Pero más allá de eso que es teoría y que deviene máxima de ley entre los analistas, uno pudiera tal y cómo los libertinos lo hacían, retomar con espíritu travieso la cuestión y preguntarse si en realidad hay algo de malo en el hecho de que un analista toque a su paciente, sobre todo cuando ésta lo desea —no conocemos casos de analizantes masculinos en este trance— y puede satisfacerle. Fuera de los desafortunados casos en que los analistas han cedido a tener affaires con sus analizantes, la historia consigna matrimonios entre analistas y ex-pacientes que han regularizado su situación anómala llevándola a ese crisol de fuertes emociones que todos conocemos como familia. Recuerdo una película irreverente y amena como Lovesick (Marshall Brickman, 1983), en la que el analista Dudley Moore sigue a su bella paciente Elizabeth MacGobern a pesar de ser casado y de estar advertido de que se acerca a un fruto prohibido que, por cierto, ya ha sido mordido antes por un anterior analista. La situación que para todos los que tenemos alguna formación analítica sería dramática y ruinosa es presentada —merced a la comedia— como divertida y encantadora. Alec Guinnes, personifica en una actuación soberbia a un Sigmund Freud que actúa, más bien, como Obi Wan Kenobi impulsando al nuevo caballero Jedi a romper esquemas que él mismo impuso, en beneficio de disfrutar más la vida y abrirse a lo inédito. La pregunta libertina en el mismo tenor que la podría formular el autor de la Filosofía en el tocador sería: ¿Por qué no? ¿Simplemente por qué no lo permiten las reglas? La respuesta no va del lado de respetar un mandamiento supremo o una ética de ascesis. Se trata de una cuestión diferente y que involucra la posición misma del analista que tiene siempre algo de infausta, porque la clase de Amo que encarna, es aquel que vive del pathos de lo efímero. Pienso, que entre la relación del amante con el amado y la del analista con el analizante no hay una igualdad de términos ni una relación de implicación. Se trata más bien de dos historias paralelas y distintas. Una historia de amor nos dice Freud en "Puntualizaciones sobre el amor de transferencia" [3] es inconmensurable, sin comparación, ni escritura posible. La historia de un análisis, por el contrario, tiende a delinear una escritura —¡que no es la de los garabatos de la libreta del analista!— y queda del lado del trazo y del límite. No puede satisfacerse la demanda de amor del paciente simple y sencillamente porque ésta apunta a lo imposible, a la negación de la castración. La demanda de amor del paciente se dirige a un objeto liso y sin fracturas y que se articula en una sentencia imperativa —estilo Rochefoucauld— que Lacan formula en su Seminario de la ‘Lógica del fantasma’ (18/02/1967), y con la que intenta definir el amor pleno: "Tú no eres nada más que eso que soy"; razón que remite a los cimientos del amor, hundidos en el narcisismo primario. El amante poseído por el Eros escoge al amado según esa lógica. Entonces, el amado analista del cual el paciente no sabe nada, accede a ser sujeto de amor sólo al precio de ser objeto puro de proyección del mundo interior del analizante. Nada de lo que sucede afuera no ha sucedido antes dentro. Esto implica que la tragedia de ese amor puro del analizante, no tiene nada que ver con lo que él es en realidad y por tanto no tendría por qué amar como sujeto (pues está convertido en puro objeto) y contestar en reciprocidad a ese amor que se le ofrece, a menos que ceda a la tentación siniestra de considerarse objeto puro, elección que le destina a caer estrepitosamente, más temprano que tarde. La reciprocidad a ese amor de transferencia conduce irremediablemente a la búsqueda de la fusión total, a la tragedia del amor-pasión cuyo ejemplo extremo es el incesto y la pulsión de muerte que lo habita. El deseo se quiera siempre absoluto, y no hay nada absoluto más que la muerte misma. Si bien ocupar el lugar del analista implica entrar en la categoría de mínimamente deseable, es la petición de principio para la transferencia, se entiende que el deseo del analista se debe reducir sólo a analizar, porque de entrada él no puede saber sobre el Bien supremo y el bienestar del paciente. En este orden de ideas, cae por sí sola la majadería — ¡acrítica del todo!—, que considera que lo mejor para el paciente sólo puede ser el analista mismo en calidad de amante. Más allá de la alevosía de tomar un amor de esta naturaleza y la traición implicada a la confianza del paciente, se encuentra una cuestión más profunda, que no es otra que la de desconocer que la tarea analítica no está para colmar el deseo del sujeto, sino para articularlo, conduciendo al paciente más allá del síntoma, lo que es decir en este caso: el mismo análisis, del lado del límite y la castración. Acceder a una pasión así es destituirse del papel de analista, abandonar la incómoda posición del analista. También, abandonar al paciente a la fatal creencia, de que el amor lo puede todo. Ese fue el engaño en que cayeron Jung y sus pacientes. En un ensayo de Roberto Calasso, se define tristemente al doctor Jung como un sujeto que en el baile de máscaras de principios del siglo XX se hizo pasar como científico. Sabine fue un caso exitoso de Jung, pese a todas las infracciones del tratamiento. La relación con su paciente, parece no haber sido ignorada por los padres que fueron alertados por la misma esposa del doctor. Se conoce una carta de la madre de Sabine en la que le pide a Jung se aleje de ella, también sabemos la canalla contestación de Jung que Bettelheim [4] destaca en el prólogo al libro de Carotenuto [5] (que recoge e interpreta, algunas cartas y fragmentos del diario de Spielrein), y que habría sido referida al mismo Freud en una carta dirigida a la madre de Sabine Spielrein en 1909: "Pero el médico sabe cuáles son sus límites y nunca se excederá porque se le paga por su trabajo. Esto le impone las restricciones necesarias. Por ende sugeriría que, si usted quiere que me ciña estrictamente a mi papel de médico, me pague honorarios como recompensa adecuada por mi trabajo... mis honorarios son diez francos la consulta". Los mexicanos tenemos una expresión para referirse a eso: “cobrarse a lo chino”. Sólo un año después de su cura en el psiquiátrico y remitidos sus síntomas, decidió estudiar la carrera de medicina, que terminó brillantemente con una tesis de doctorado sobre el tema de la esquizofrenia en 1911. Su personalidad extraordinaria y fuerte se adelantó a su época: independiente, con poco cuidado por las murmuraciones, agresiva y hasta revolucionaria. Cuando decidió convertirse en analista, se involucró completamente en la tarea. Una de las más importantes ideas desarrolladas por ella, fue sin duda, el señalamiento de la inextricable relación entre pulsiones eróticas y agresividad que, muy probablemente, inspiró a Freud para concebir el concepto de pulsión de muerte. También hizo aportes al campo de la pedagogía psicoanalítica y el análisis de niños que conviene tomar en cuenta, como antecedentes de la práctica de los principios del psicoanálisis en la educación. Después de tener varias sesiones con Freud y llegar a formar parte de la Sociedad psicoanalítica de Viena, decidió alejarse de él y seguir estudiando con uno de los personajes más importantes del psicoanálisis en aquel momento: Karl Abraham, primer psicoanalista alemán que ejerció en Berlín. En medio de toda esta historia, se casó con el médico ruso judío Pável Schettel con quien tuvo dos hijos. La ruptura con Jung no fue suave y nunca del todo completa, es posible que haya visto a Jung mucho después del corte propuesto por Freud. Aunque se casó en 1912, permaneció mucho tiempo alejada de su marido, trabajando —cerca de su amado— en el Instituto Rousseau en Ginebra, aunque no sabemos a ciencia cierta si tuvo contacto con él. Finalmente, lo alcanzó en 1921 cuando decidió emprender el camino de regreso a su patria para formar parte del movimiento psicoanalítico ruso. Durante todos estos años, mantuvo correspondencia con Jung, conocemos sólo una fracción de todo lo que escribió Sabine, pero a través de sus letras, vibra una vida intensa. La película acierta al escoger como línea argumental las cartas a Jung y el diario que ella produjo durante toda su existencia. Nos agrega a la historia principal, un pequeño cuentito referente a un historiador y una rebelde buscadora de papeles, que remueven las piedras de la nueva y capitalista Rusia, a fin de rescatar de las cenizas, la historia perdida de la bella Sabine. Una licencia poética que podemos conceder a cualquier relator de historias. El psicoanálisis, fue parado en seco en 1936 después de la muerte de Lenin, debido al antisemitismo del temible camarada Stalin, y por no coincidir con los rígidos principios materialistas del marxismo académico imperante: misma ideología, que sí toleró los audaces experimentos en materia genética de Lysenko, que hundieron la economía agrícola de la madre Rusia. Asistimos en el filme, al ataque con cuchillo que realizó a su esquivo amante. Sabine deseaba con ansia quedar embarazada y ponerle a su hijo el nombre de Sigfrid, que supuestamente complacería a Jung (estudioso apasionado de los mitos germánicos) y que en la práctica, consignaría en un fruto de carne, la relación homoerótica entre Freud y su hijo putativo. La idea parece haberle chocado a Jung completamente, no sólo por el hecho de concebir un hijo fuera de su matrimonio, sino porque le mostraba ridículo, frente a su desmedida ambición por obtener la fama por sí mismo. De hecho, la ruptura de Jung con Freud sucedió por ahí de 1913, cuando su maestro no pudo tolerar más: la asexualización del psicoanálisis, la rivalidad extrema del heredero, y las alarmantes faltas a su práctica profesional que lastimaban sus oídos. Freud mantuvo hasta el último momento, una admiración por Freud, producto de una transferencia salvaje que ya había tenido lugar con W. Fliess, el médico otorrinolaringólogo delirante que le sirvió como contraparte escucha para la realización de su autoanálisis. Faenza, quien es también el guionista de este complejo drama psicológico, se porta crítico hacia Jung quien aparece llorando histérico de felicidad ante los rubios héroes wagnerianos. Para nuestro gusto, es demasiado gentil. Deja de lado, las siniestras maniobras que le llevaron a ser presidente de la Sociedad de Psicología Aria organizada por Göring (fue editor en jefe de su revista de 1933 a 1940) y los artículos que escribió en contra de Freud dedicados a censurar su trabajo, haciendo énfasis en que los negros contenidos del inconsciente judío no podían ser extendidos al estudio del alma pura de los arios. Jung apostó a la posteridad de su obra apoyándose en los nazis y perdió la batalla cuando estos fueron derrotados. Más tarde, trató de justificar su actitud, minimizando su participación y aduciendo la increíble patraña de que era una forma de ayudar a gente perseguida. Sabine luchó porque fuese aceptado el psicoanálisis en su patria y chocó contra el muro del dogmatismo soviético. Esa situación perduró hasta la caída del régimen, un amigo mío que visitó en el año de 1985 Moscú, fue detenido doce horas por los aduaneros, por traer en su maleta las obras completas de Freud. Sabemos ahora que Sabine llegó a la Unión Soviética el verano de 1923. Ingresó a la Sociedad Psicoanalítica Rusa y colaboró en la Casa Experimental de la Niñez, el dispensario psicoanalítico de la psicoanalista Vera Schmidt [6]. Realizó junto con ella y otros nombres ahora olvidados, trabajo dentro del Instituto Psicoanalítico del Estado de 1923 a 1927, durante los primeros años de la revolución socialista. Es probable que después haya sufrido de la persecución stalinista a los judíos. En la película hace una innecesaria aparición un supuesto hijo de Stalin que habría sido confrontado por Sabine debido a su rebeldía. Se nos sugiere que ese niño torvo y violento con rasgos asiáticos, fue el posible motivo para su eliminación del sistema educativo. No hacía falta esa imagen, los formalistas rusos calificaron de pequeño burguesas la mitad de las inquietudes intelectuales de esa época. Tampoco hacía falta a la trama, la denuncia del supuesto crimen que en realidad sabemos fue suicidio trágico: la del poeta Maiakovski. Falto a Faenza sutileza en estos detalles, la realidad fue todavía más cruel, mucha gente fue condenada por verdaderas tonterías y cualquier resistencia a la voluntad del dictador, aniquilada. El final que nos sugiere el director tiene, sin embargo, trazas de verosimilitud. Es posible que fuese fusilada durante la ocupación nazi de 1941. El frío invierno de esos años de batalla intentó tachar todo vestigio de existencia, pero Sabine no fue finalmente borrada. Su presencia vive en miles de estudiosos y admiradores de su coraje. La red de Internet está plagada de homenajes a ella en alemán, inglés, español y hasta ruso. La luz de su alma valerosa sigue iluminando el camino de muchos jóvenes que quieren dedicarse al psicoanálisis: ¡Bendita Sabine!
NOTAS
[1] Op. Cit. Donn Linda. Freud y Jung. Los años de amistad, los años perdidos. Ed. Vergara. Argentina 1990. P. 254.
[2] Roazen Paul. Cómo trabajaba Freud. Comentarios directos de sus pacientes. Ed. Paidós. España 1998. P. 167.
[3] Freud Sigmund. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. Freud Sigmund. Obras Completas. Freud Total 1.O. Hipertexto: Biblioteca eLe. Ediciones Nueva Hélade, 1995.
[4] Bettelheim Bruno. Prólogo al libro de Carotenuto. En: Una secreta simetría. Ed. Gedisa. Barcelona 1984. P. 25.
[5] Carotenuto Aldo. Una secreta simetría. Ed. Gedisa. Barcelona 1984.
[6] Delahanty Guillermo. Sabina Spielrein: juego sucio o amargo lamento. En: www.cartapsi.org/mexico