Presentamos a continuación una puntuación de "Observaciones sobre el amor de transferencia", el canónico texto concebido por Sigmund Freud en 1914 y publicado al año siguiente. Tomaremos de él especialmente las múltiples enseñanzas que Freud allí ofrece, en particular, una separación que sostiene en toda la primera parte de su trabajo al distinguir su práctica de cualquier vía moralizante. Este artículo es uno de los llamados escritos técnicos y es uno de los principales textos dedicados al tema. Aunque –luego lo mostraremos– su importancia no radica tanto en el desarrollo del tema de la transferencia sino en la posición del analista frente a la transferencia. De allí su importancia para presentar la dimensión ética de la práctica analítica. Si se trata de uno de los escritos técnicos ¿corresponde que supongamos que él nos enseñará a intervenir en el terreno clínico? ¿Habrá una técnica, un determinado modo de operar previo a las circunstancias propias de un análisis? Sin dudas que no. Sólo hay análisis de lo singular. De aquello que emerge en un análisis y que la interpretación circunscribe y descubre como tal. No hay entonces técnica que pueda anticipar las condiciones peculiares de un análisis. En palabras de Freud: La extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas dadas, la plasticidad de todos los procesos psíquicos y la riqueza de los factores que hemos de determinar se oponen también a una mecanización de la técnica y permiten que un procedimiento generalmente justificado no produzca en ocasiones resultado positivo alguno, o inversamente, que un método defectuoso logre el fin deseado. [1] ¿Qué sentido tiene entonces hablar de escritos técnicos cuando la singularidad desafía cualquier saber previo? La táctica analítica tiene una elasticidad que se acomoda a lo que en un análisis emerge y se desacomoda respecto a cualquier aplicación de un saber. Ahora bien, esto no supone que, en nombre de lo singular, cualquier cosa pueda hacerse. El análisis de lo singular no supone desentenderse de la "técnica", que está presente en todo análisis estableciendo las condiciones de posibilidad para que tal análisis se instale y progrese. Destacaremos esto especialmente en el texto al que pasamos a referirnos. Inicia Freud su trabajo señalando su importancia por la frecuencia con que se presenta y el interés teórico que supone. Ante el enamoramiento de la paciente por su analista, supone que, para aquél al que le son ajenos los principios del análisis, solo cabrían tres posibilidades: 1. que ambos contraigan una unión legítima y duradera o 2. separarse y abandonar la tarea emprendida o 3. mantener relaciones ilegítimas y pasajeras. Esta última "parece compatible con la continuación de la cura" (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1689; Amorrortu, T. XII p. 164) que se reiniciaría luego de concluida tales relaciones. Y en este punto comeienza a poner las cosas en su lugar al decir "pero tanto la moral burguesa como la dignidad profesional del médico la hacen imposible"(OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1689; Amorrortu, T. XII p. 164). Es notoria la distinción: lo que nombra como dignidad profesional es ajeno a la moral burguesa. De este modo inicia una distinción sobre la que volverá reiteradas veces. Tenemos, por lo tanto, tres posibilidades; y no parece haber otras en términos descriptivos. Sin embargo, nos atropella con esta frase: "es evidente que el punto de vista analítico ha de ser completamente distinto" (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1689; Amorrortu, T. XII p. 164). Pasa entonces a revisar las posibles soluciones y sus resultados. Cuando la situación desemboca en la separación entre el analista y su paciente, ésta reiterará tal circunstancia ante cada situación semejante,. Clara referencia a la repetición que la transferencia supone. Se repite en transferencia y la transferencia es repetición. Por lo tanto, ese amor de transferencia que no siguió el camino de un análisis sino que fue rechazado por la vía de la interrupción deja al sujeto en la cadena incesante de repeticiones. Ante tal enamoramiento, "Para la paciente surge una alternativa: o renuncia definitivamente al tratamiento analítico o ha de aceptar, como algo inevitable, un amor pasajero por el médico que la trate" (pág. OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1690; Amorrortu, T. XII p. 164). Vaya opciones: o renuncia al tratamiento o renuncia a que su amor sea correspondido. Según Freud, lo único en el horizonte es la renuncia y no la satisfacción. Tal enamoramiento, ¿qué ecos suscita del lado del analista? "Para el médico supone una preciosa indicación y una excelente prevención contra una posible transferencia recíproca, pronta a surgir en él" (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1690; Amorrortu, T. XII p. 164). No son muchas las ocasiones de encontrar en la obra de Freud referencias a la transferencia recíproca o contratransferencia. Aquí nos dice que hay que estar prevenido contra ella. Más adelante dirá algo todavía más claro y enfático. Si este texto en verdad trata de la posición del analista frente al manejo de la transferencia, veamos de qué modo lo enuncia: "...algunos médicos que practican el análisis suelen preparar a las pacientes a la aparición de la transferencia amorosa e incluso las inclinan a fomentarla No hay técnica, claro, pero tampoco parece que deja de haberla del todo, y Freud, sin eufemismos, califica de desatinado al forzamiento de la transferencia por parte del analista; a cualquier forma de inducción que altere el carácter espontáneo y peculiar del fenómeno transferencial. "Pero, ¿cómo ha de comportarse el analítico para no fracasar en esta situación, cuando tiene la convicción de que la cura debe ser continuada a pesar de la transferencia amorosa y a través de la misma?" (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1691; Amorrortu, T. XII p. 167). En la pregunta misma está presente la respuesta a aquello que se había dejado pendiente: la posición del analista difiere radicalmente de las tres opciones iniciales que parecían agotar las combinaciones posibles. Esto es lo específico del tratamiento analítico, mantener la transferencia, no corresponderla y aguardar que los síntomas se organicen en su interior (lo que se denomina neurosis de transferencia) y a través de ella producir las interpretaciones que conduzcan a disolverla. Es decir, la transferencia no es un instrumento del análisis sino el terreno mismo en que se desenvuelve la cura. Es justamente a continuación de tal pregunta, revisando las posibles respuestas, que Freud continúa la distinción entre la cura analítica y el campo de la moral. Me sería muy difícil postular ahora, acogiéndome a la moral generalmente aceptada, que el analista no debe aceptar el amor que le es ofrecido ni corresponder a él, sino, por el contrario, considerar llegado el momento de atribuirse ante la mujer enamorada la representación de la moral, y moverla a renunciar a sus pretensiones amorosas y a proseguir la labor analítica, dominando la parte animal de su personalidad. Pero no me es posible satisfacer estas esperanzas y tampoco su primera como su segunda parte. La primera no, porque no escribo para la clientela, sino para los médicos, que han de luchar con graves dificultades, (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1691; Amorrortu, T. XII p. 167) Es decir, no pretende encontrar una vía demagógica de persuasión de aquellos a quienes va dirigido el psicoanálisis sino desentrañar los riesgos que supone el campo de la práctica. y, además, porque en este caso me es posible referir el precepto moral a su origen; esto es, a su educación a un fin. (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1691; Amorrortu, T. XII p. 167) La traducción de Etcheverry, en la edición de Amorrortu Editores, consigna adecuación en lugar de educación. Creo que ambos términos son solidarios. La educación supone una adecuación a determinados fines, y Freud señala la divergencia entre tales fines y su práctica. El psicoanálisis no le enseña a vivir a nadie. Por ello, nos dice, no está dispuesto a seguir la moral establecida rechazando el amor ofrecido y, en el mismo momento, presentarse ante ella como representación de la moral. Tal precepto lo remite a una "educación a un fin", inaceptable para el psicoanálisis. Por esta vez me encuentro, afortunadamente, en una situación en la que puedo sustituir el precepto moral por las conveniencias de la técnica analítica, sin que el resultado sufra modificación alguna. (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1691/2; Amorrortu, T. XII p. 167) El resultado, como es obvio, refiere a la no satisfacción de las demandas amorosas (aunque no tan solo). No obstante, el camino que ha seguido Freud es ajeno al precepto moral. Él llegó a tal conclusión sustituyéndolo por las “conveniencias de la técnica” y, de este modo, arribando a aquello que interesa a su práctica. En otros términos, el resultado es el mismo en ambos casos sólo en términos descriptivos ya que, también es obvio, los efectos subjetivos de tomar uno u otro camino son completamente distintos. Se torna necesaria una sustitución de tal precepto por la conveniencia de la técnica analítica, la que permite de este modo desplegar un dispositivo que haga posible algo distinto de una pedagogía o una orientación sobre las buenas costumbres. Todavía he de negarme más resueltamente a satisfacer la segunda parte de las esperanzas indicadas. Invitar a la paciente a yugular sus instintos, a la renuncia y a la sublimación, en cuanto nos ha confesado su transferencia amorosa, sería un solemne desatino. Equivaldría a conjurar a un espíritu del Averno, haciéndole surgir ante nosotros, y despedirle luego sin interrogarle. (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1692; Amorrortu, T. XII p. 167) Nuevamente indica sin eufemismos qué es aquello que no puede hacerse en la práctica analítica. Nos había dicho que era desatinado desentenderse de la transferencia y aquí lo enfatiza. Ahora bien, cuando la transferencia se presenta, cuando los demonios de la transferencia están allí, ¿qué hacer? Interrogarlos, nos dice, hacerlos hablar. La presencia del analista convoca al amor de transferencia. Esta convocatoria no admite otra respuesta que la interrogación haciendo hablar a ese amor, que la palabra permita un despliegue que hasta allí sólo es acto repetitivo Supondría no haber atraído lo reprimido a la consciencia más que para reprimirlo de nuevo, atemorizados. Tampoco podemos hacernos ilusiones sobre el resultado de un tal procedimiento. Contra las pasiones, nada se consigue con razonamientos, por elocuentes que sean. La paciente no verá más que el desprecio, y no dejará de tomar venganza de él. (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1692; Amorrortu, T. XII p.167) Este pasaje es propicio para la distinción que hace Lacan entre la transferencia imaginaria y la simbólica. La presencia de este amor brinda la ocasión decisiva para instalar a la transferencia en el plano simbólico. Ella no se encuentra ahí espontáneamente. Se torna imprescindible una intervención del analista para posibilitar tal pasaje. De lo contrario, la transferencia no analizada encontrará respuestas imaginarias –en lo pasional de ese amor– frente a la ausencia del analista en su función. Es precisamente lo que sucede, en la situación mencionada, cuando el analista se desentiende de la transferencia y lleva a cabo un acto de rechazo. Cómo no ver en tal venganza el acting-out que denuncia que una interpretación no ha tenido lugar. Destaquemos que Freud, en estas recomendaciones tan enfáticas, no señala qué cosa debe hacerse. Por el contrario, señala aquello que no puede hacerse desde el lugar analítico, introduciendo así algo del orden de lo imposible. Eso imposible es la satisfacción. Precisamente por ello afirma, en una frase que es central en este texto: Así, pues, mi opinión es que no debemos apartarnos un punto de la neutralidad que nos procura el vencimiento de la transferencia recíproca. Los tres términos de esta frase están en íntima relación. Luego de advertirnos que la transferencia recíproca se presentaría, ahora señala que ella debe ser vencida, y que el punto en el que este vencimiento será posible es desde la posición de neutralidad. Y a renglón seguido dice: Ya antes he dejado adivinar que la técnica analítica impone al médico el precepto de negar a la paciente la satisfacción amorosa por ella demandada. La cura debe desarrollarse en la abstinencia. En dos párrafos consecutivos ha nombrado la abstinencia y la neutralidad. El modo en que estos términos son presentados en este pasaje, ubica a la abstinencia referida al paciente, a lo que éste reclama, y a la neutralidad del lado del analista. Sin dudas que esta separación suscita controversias toda vez que suele entenderse a la abstinencia también del lado del analista. No obstante, quizás convenga detenerse en el alcance que estos términos tienen en este artículo. La firmeza de los argumentos desarrollados, que separan al psicoanálisis de toda moral, es una tarea que tiene resonancias en los términos aquí empleados. Si consideráramos que tal abstinencia está referida también al analista perderíamos de vista las referencias anteriores que sugieren diversos modos de mantenerse abstinente, entre ellos, los votos de castidad. Pero Freud ya ha abandonado esa discusión saldándola en la separación irremediable de dos campos que no se superponen. Por lo tanto, nombra el lugar del analista como neutralidad introduciendo un principio específico de la práctica analítica. Principio a partir del cual mantener al paciente en abstinencia tiene un alcance estrictamente clínico. Claramente ubica Freud a la abstinencia del lado del paciente, pero es el analista el que debe hacerla cumplir. Por ello dice (reiteremos la cita): …la técnica analítica impone al médico el precepto de negar a la paciente la satisfacción… (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1692; Amorrortu, T. XII p. 168, subrayado nuestro) Es su responsabilidad que ese amor de transferencia se mantenga sin satisfacciones sustitutivas; y esto es señalado como algo propio de la técnica, es decir, de los principios que sostienen una práctica. En el tratamiento analítico, la abstinencia del paciente depende sólo de la posición de neutralidad del analista. La solvencia de los argumentos presentados hasta aquí por Freud se incrementa al considerar las consecuencias de una decisión en sentido contrario: ¿Qué sucedería si el médico se condujese de otro modo y utilizase la eventual libertad suya y de la paciente para corresponder al amor de esta última y satisfacer su necesidad de cariño? Precisamente, la supuesta satisfacción de los reclamos amorosos será la ocasión para que Freud se sirva del apólogo del sacerdote y el agente de seguros. Este último, en el final de su vida, persiste en su incredulidad religiosa, y aun en su agonía se niega a convertirse a la religión. La familia convoca a un sabio sacerdote para la conversión en el último instante de vida. En el extenso diálogo entre ambos, el sacerdote fracasa en su intento, pero no el moribundo quien logra vender su última póliza contra toda clase de riesgos. Las distancias entre un sacerdote y un analista son insalvables. Sin embargo, el apólogo construido carece de cualquier confusión al respecto. Conviene detenerse en esta situación que nos muestra una trampa tan evidente. Alguien queriendo vender un seguro ya nos indica que estamos frente a una engaño. No hay seguros ni garantías en este mundo. Ahora bien, ¿no es más notoria esa trampa cuando aquel que vende un seguro es un moribundo? ¿De qué puede asegurarnos esa póliza cuando el que la vende está a punto de morir? Este engaño, incluso, es aún más notorio para un sacerdote ¿Qué es un sacerdote sino alguien advertido sobre la vida y la muerte? El más allá no le resulta ajeno. Por lo contrario, el sabio sacerdote está sólidamente informado sobre el más allá y sus ventajas. Sabe que el reino de los cielos, esa esperanza de una vida junto al Señor, sólo se torna alcanzable a partir de abandonar esta vida. Está claramente advertido que esta vida pasajera es una molestia que arrastra en su fastidio un cuerpo que habrá de ser afortunadamente abandonado. Sin embargo cae en la trampa. Nada menos que él compra un seguro contra todo riesgo. ¿Por qué? ¿Qué lo conduce a ese extravío? ¿No será que el sacerdote aprecia los placeres de la vida terrenal y sobre todo los goces del cuerpo en esta tierra más allá de su función? Este es el punto en el que el apólogo freudiano muestra su potencia: cuando algo del orden de la promesa de satisfacción interviene, la función desfallece. Todo ese saber que lo condujo a ocupar ese sitio choca de frente con la situación misma en la que todo eso se desenvuelve. Precisamente, ese saber resiste para cancelar la vía de escucha de esa demanda. Esa prestancia de saber desconoce que esa situación lo desafía y que, por fuera de toda garantía, es sólo un acto lo que allí debería tener lugar para sostener una posición (que Freud nombrará un poco más adelante en su texto). La situación que Freud nos presenta es impecable, entonces, para mostrar el abandono de una función que acarrea sus efectos: "La paciente conseguiría su fin y, en cambio, él no alcanzará jamás el suyo" (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1693; Amorrortu, T. XII p.168). Volveremos sobre tal "fin" del analista que Freud mantiene en suspenso en este pasaje del texto sin mencionarnos cuál sería. El camino que ha de seguir el analista es muy otro, y carece de antecedentes en la vida real. (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1693; Amorrortu, T. XII p. 169) Una vez más, lejos de toda convención social, la posición analítica no tiene equivalentes: Nos guardamos de desviar a la paciente de su transferencia amorosa o disuadirla de ella, pero también, y con igual firmeza, de toda correspondencia. Conservamos la transferencia amorosa, pero la tratamos como algo irreal. (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1693; Amorrortu, T. XII p. 169) En un estilo bien freudiano, cuando nos da una respuesta nos abre un nuevo problema. ¿Qué es eso de tratarla como algo irreal? ¿Cuál es la “naturaleza” del amor de transferencia? Responder a ese interrogante es la tarea que emprende a continuación. El clínico se esfuerza en descubrir lo específico de ese amor que ha descubierto en su clínica. Argumenta acerca de la resistencia y de la repetición para, finalmente, advertir la insuficiencia de esos argumentos. Pero la resistencia misma no crea este amor: lo encuentra ya ante sí, y se sirve de él, exagerando sus manifestaciones. No aporta, pues, nada contrario a la autenticidad del fenómeno. Nuestro segundo argumento es más débil; es cierto que este enamoramiento se compone de nuevas ediciones de rasgos antiguos y repite reacciones infantiles. Pero tal es el carácter esencial de todo enamoramiento. No hay ninguno que no repita modelos infantiles. Finalmente, señala que aparece caracterizado por algunos rasgos que le aseguran una posición especial Como se ve, se trata de una “posición especial” y no una naturaleza distinta. No hay entonces diferencia alguna entre el amor corriente y el amor de transferencia. Enumera esos rasgos: 1º) Es intensificado por la resistencia, 2º) Repite modelos infantiles y 3º) Es más imprudente. Para la conducta del médico resulta decisivo el primero de los tres caracteres indicados. Sabiendo que el enamoramiento de la paciente ha sido provocado por la iniciación del tratamiento analítico de la neurosis, tiene que considerarlo como el resultado inevitable de una situación médica, análogo a la desnudez del enfermo durante un reconocimiento o a su confesión de un secreto importante. En consecuencia, le estará totalmente vedado extraer de él provecho personal alguno. La buena disposición de la paciente no invalida en absoluto este impedimento y echa sobre el médico toda la responsabilidad, pues éste sabe perfectamente que para la enferma no existía otro camino de llegar a la curación. Una vez más se hace expreso el objetivo de este artículo: para la conducta del médico... La posición del analista frente a la transferencia se recorta más claramente en este párrafo en el que se destaca que en él reside toda la responsabilidad. Está claro que de ningún modo se refiere a la responsabilidad acerca del inconsciente. Nadie podría sospechar que el fundador del psicoanálisis podría decir algo semejante. Precisamente, la responsabilidad en cuestión es la que hace a las condiciones de un dispositivo que tiene al analista como responsable de las coordenadas que permitan un análisis. Si para la paciente no existía otro camino es porque el tratamiento requiere de la transferencia. Cuando ella se presenta es inaceptable sacar provecho personal. La tentación no reside en el requerimiento puramente sensual de la paciente, que por sí solo quizá produjera un efecto negativo, haciendo preciso un esfuerzo de tolerante comprensión para ser disculpado como un fenómeno natural. Las otras tendencias femeninas, más delicadas, son quizá las que entrañan el peligro de hacer olvidar al médico la técnica y su labor profesional en favor de una bella aventura. Y, sin embargo, para el analista ha de quedar excluida toda posibilidad de abandono. La última frase de este párrafo sorprende porque es esperable que concluya indicando que ha de quedar excluida toda posibilidad de satisfacción de la demanda amorosa. Sin embargo, al escribir toda posibilidad de abandono, termina de retirar el problema del terreno moral, si es que alguna duda quedaba al respecto. Es decir, para la ética del psicoanálisis es tan inaceptable aprovecharse de la transferencia como desentenderse de ella. Estas últimas referencias quizás tengan como telón de fondo el recuerdo de la experiencia clínica de Breuer con Ana O. En aquellos momentos iniciales del psicoanálisis, Breuer, en el tratamiento de Ana O. y frente al enamoramiento manifiesto en su paciente, terminó abandonando el tratamiento, atemorizado por ese fenómeno transferencial –desconocido como tal en aquel momento– y luego de fuertes repercusiones en su vida personal. El texto reserva para el final una sentencia de enorme potencia: Por mucho que estime el amor, ha de estimar más su labor de hacer franquear a la paciente un escalón decisivo de su vida. Es una bella frase para leer en ella el deseo del analista.
para que el análisis progrese
. Difícilmente puede imaginarse técnica más desatinada" (OC, Biblioteca Nueva, T. 2, p. 1690; Amorrortu, T. XII p. 165).
NOTAS
[1] Freud, Sigmund: "La iniciación del tratamiento". O. C., Biblioteca Nueva, Madrid, pág. 1661.