“Una sola cosa es cierta: la única manera de ser fiel a una obra clásica es asumirla como un riesgo –evitarlo, apegándose a la letra tradicional, es la manera más segura de traicionar el espíritu del clásico”. Slavoj Žižek, Antigone (2016) [1] Lecturas de la Antígona de Sófocles ha habido muchas, desde Hegel, Kierkegaard, pasando por Lacan y hasta Judith Butler. Sin embargo, una vez más, el filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Žižek nos invita a correr el riesgo de ser incautos, de animarnos a traer a Antígona a nuestro tiempo. Según él, su escrito no se propone ser una obra de arte sino un ejercicio ético-político. Es por ello que nos propone una Antígona fuertemente influenciada por el teatro dialéctico de Bertold Brecht, obligando al público a pensar y no dejando nada por sentado, para que sea el espectador quien deba sacar sus propias conclusiones. Y efectivamente, la obra lleva al lector a sumergirse en las profundidades de la naturaleza humana, lo cual no es sin consecuencias, como lo muestra la reescritura que hace del famoso coro del Elogio del hombre: Existen muchas cosas extrañas y maravillosas, Según Žižek, esta puesta en escena nos confronta con una verdadera Antígona contemporánea, que nos hace abandonar despiadadamente nuestra simpatía y compasión por la heroína de la tragedia, haciéndola parte del problema. Dicha apuesta es netamente psicoanalítica: no se trata de proponer solución alguna sino de desplegar las preguntas fundamentales. En este sentido, no existe consenso o común acuerdo sobre “el bien”, puesto que no hay posibilidad alguna de arribar a una postura última y definitiva sin que ello conlleve una imposición. Ya desde el inicio, el corifeo nos pone en la pista de este ejercicio de interrogación, puesto que la naturaleza humana resulta un campo complejo y caótico, del cual, con suerte, podríamos obtener una imagen más acabada:
Una delgada roca se muestra orgullosa, sola en medio de la hierba espesa. insectos, cucarachas, el infecto y repugnante murmullo de la vida nos confronta con un caos que ni siquiera los dioses pueden controlar. La Antígona de Žižek, deviene así una suerte de narración de las tiradas posibles de un dado, una obra teatral dialéctica, en tanto nos presenta diversos caminos, distintas perspectivas, no direccionando de ninguna manera el curso de pensamiento del lector. No se trata de eliminar el conflicto sino de exponerlo. El mismo procedimiento es utilizado en dos filmes que Žižek cita de manera explícita: “El azar” de Krzystof Kieslowski y “Corre, Lola, corre” de Tom Tykwer. En ambos se presenta una tríada: a partir de una escena en común tres desenlaces posibles se despliegan, los cuales divergen a raíz de ciertas diferencias sutiles que llevan a conclusiones radicalmente distintas. Resulta por lo tanto insoslayable la fuerte pregnancia que tiene en Žižek su versión de Antígona atravesada por el cine. Se trata a todas luces de una versión teatral del clásico que es hablada por el cine, y es a partir de su utilización como herramienta de lectura, que el autor sutilmente nos propone revisitar la tragedia, acto que conlleva así su resignificación. Es por ello que, en el punto crucial de la decisión, los acontecimientos podrían tomar tres direcciones distintas. En síntesis, la nueva y provocadora obra de Slavoj Žižek ilustra de qué modo los conflictos pueden resultar más fructíferos que fatales, haciendo una especie de elogio de la duda que lleva al lector a formularse “una pregunta para cada historia” [2]. Pregunta cuya respuesta no es simple. Sólo queda asumir el riesgo, reunir los fragmentos, suspender el caos y decidir. Tal como se propone el autor, “la única forma de mantener vivo a un clásico es tratarlo como algo ‘abierto’, apuntando hacia el futuro, o, sirviéndonos de la metáfora evocada por Walter Benjamin, actuar como si la obra clásica fuera una película fotográfica cuyo apropiado químico para revelarla sólo fuera inventado más tarde, y por ello es recién hoy cuando podemos obtener el cuadro completo”.
pero ninguna más extrañamente maravillosa que el hombre.
Él se ha enseñado a sí mismo el lenguaje y el pensamiento rápido como el viento,
ha modelado sus sentimientos en pos de la vida cívica y comunitaria,
aprendiendo a escapar de los helados rayos de la escarcha,
de la lluvia incesante durante las tormentas de invierno,
de la dura vida bajo el cielo abierto.
Ese es el hombre –tan habilidoso en todo lo que hace.
No hay evento que su destreza no logre afrontar–
salvo la muerte, lo único que no puede eludir.
Las cualidades de su talento creativo
elevan las artes más allá de sus sueños y lo conducen,
a veces hacia el mal y a veces hacia el bien.
Lo importante de un logro verdadero,
es por lo tanto cómo lidiar con el exceso demoníaco que nos habita,
especialmente con el exceso de quienes nos lideran.
Dado que gobernar fortalece este exceso humano,
nadie está calificado para hacerlo individualmente.
Lo correcto es que los hombres se gobiernen de manera colectiva.
De ese modo, se controlan mutuamente para prevenir así
estallidos demoníacos que puedan llevar a la catástrofe.
Aún si no hay dioses que los ayuden, semejante colectivo de iguales
está unido por un espíritu sagrado, un lazo más fuerte que el destino,
un lazo que puede desafiar todos los poderes terrenales
y tal vez hasta algunos divinos.
Pero cuando las vigorosas manos de un hombre la levantan, gusanos,
Esa es nuestra realidad en definitiva. Algunos hombres heroicos
intentan introducir algo de armonía y orden
en este caos, pero fracasan miserablemente, y sus actos
no hacen sino desestabilizar aún más el orden cósmico.
Nuestra vida es un navío destrozado, con sus fragmentos dispersos.
Como si los dioses estuvieran jugando a los dados con nosotros
cuando una historia de vida es relatada, observamos cómo en muchos puntos
ésta podría haber tomado otro curso. Mientras no haya manera
de reunir los fragmentos y recobrar la armonía del navío, siempre
podemos hacer algo diferente. Podemos contar
la vida de un héroe para que, en el punto de bifurcación,
cuando los dioses arrojen sus dados, nosotros narremos
todas las tiradas posibles. De este modo,
obtenemos muchas historias en paralelo, una sobre la otra,
y aun cuando éstas no conformen un Todo armonioso,
nos ofrecen una imagen completa.
En ella descubrimos cómo las cosas podrían haber tomado
un giro mucho mejor, pero a veces también cómo
lo que nos parece un mal camino ha sido en realidad una elección afortunada
ya que otras opciones hubieran resultado mucho peores.
NOTAS
[1] Los pasajes de la Antigone, de Slavoj Žižek fueron traducidos al español por Paula Paragis con la colaboración de Juan Jorge Michel Fariña. La obra completa está disponible en inglés publicada por Bloomsbury Academic, Octubre 2016.
[2] Las frases utilizadas aluden a dos poemas de Bertold Brecht, “Preguntas de un obrero ante un libro” y “Loa a la duda”.