Durante 2021 presenté en la Fundación Tiempo el ciclo Padres en el cine, películas en interlocución. Su antecedente se remonta a fines del 2020, cuando después de la suspensión de un año del ciclo Cine y Psicoanálisis por la pandemia y la cuarentena, Lila Isacovich, directora de la institución, me pidió presentar virtualmente el comentario de un film, previo visionado del mismo a través de un link. El film que presenté se podría pensar ahora como precursor de Padres en el cine: se trató de El señor de las moscas, de Peter Brook, basado en la novela de William Golding, ambientado en una isla desierta en la que terminaban allí por accidente un grupo de púberes y adolescentes de college inglés, que debían organizarse para sobrevivir en ausencia de adultos. Es decir, sin figuras que ejercieran de función paterna para estos menores. Lo que los conduce a que se armen un padre imaginario en base a sus propios miedos y fantasías, pero también de sus tentaciones y goces, hasta terminar consagrándose al culto a un dios salvaje que llaman Señor de las moscas, y que no es más que la cabeza de un cerdo. Se trata de un comentario irónico de lo real que se oculta tras el ideal de un padre como amo del goce, y que el film de Brook nos ofrece en imágenes: el padre del goce no es más que la cabeza podrida de un cerdo muerto, carcomida por moscas. Un guiño a Totem y tabú de Freud: el padre del todo goce no es más que un fantasma neurótico, que se soporta sobre el lugar del padre muerto. Con esa experiencia previa, el tema de los padres en el cine me pareció su lógica continuación. Fue así que habilitamos un espacio de exhibición virtual de películas, y como ya no teníamos el límite de los tiempos de exhibición presencial, propuse dos films por presentación que tuvieran un eje común, para ponerlos en tensión y diálogo. Y así surgió lo de “películas en interlocución”. Si El Señor de las moscas presenta a la figura del protopadre como un fantasma de menores ubicados del lado masculino del esquema de la sexuación en tanto se trata de sostener a un Uno de excepción no castrado, el paso siguiente era naturalmente, hablar de la crisis del patriarcado. El No hay un Uno de excepción que Lacan ubica del lado femenino del esquema de la sexuación. Uno de cuyos efectos en nuestra época, tal como lo plantea tempranamente Lacan en el escrito La familia, es la existencia misma del psicoanálisis. Arrancamos el ciclo con La costilla de Adán, una de las grandes comedias de enredos de George Cukor, con esa pareja clásica del cine que fueron Spencer Tracy y Katherine Hepburn, y la confrontamos con la reciente película de Noah Baumbach Historia de un matrimonio. En ambas, una pareja está en crisis, y a su vez la crisis está atravesada por el discurso feminista y su cuestionamiento al “patriarcado”, lo que permite contrastar dos modalidades históricas de feminismo: aquella que demanda la igualdad en la diferencia en nombre de un principio universal, y aquella que reivindica la diferencia particularista y necesita resucitar el fantasma del protopadre para proponer matarlo. Los resultados en las parejas de las dos películas son contrastantes, al mismo tiempo que se presenta al goce como algo rebelde a ser incluido en cualquier normativa universal acerca de cómo deben ser las relaciones entre los sexos, bajo la especulación ilusoria de que vaya a ser posible una relación armónica (genital, diría Otto Fenichel) entre los sexos. Una cuestión que me han planteado en torno del ciclo es por qué elegí películas con padres tan ruinosos, desquiciados, hasta terroríficos. ¿Por qué no películas con padres “normales”, encomiables, padres, para parafrasear a Winnicott, suficientemente buenos? Las razones son la inadecuación estructural entre función paterna y el sujeto que la encarna, y el hecho de que es por el lado del déficit, el fracaso, el exceso o la ausencia, que se revela por contraste algo de una función a la altura de lo esperable para la constitución de una subjetividad. Lo patológico, diría Freud, permite ver de modo ampliado lo que debería ser una función normal. La noche del cazador de Charles Laughton y Carácter de Casper Van Diem, permiten pensar lo que debería ser eso que Lacan planteaba con el neologismo Père-version o versión hacia el padre: el destino del goce de aquel que ocupa la función paterna para un sujeto, si dirigido a la mujer que eligió como madre de sus hijos, o si se orienta hacia el hijo mismo. Shine, de Scott Hicks y Whiplash, de Damien Chazelle permiten pensar la diferencia entre el Ideal del Yo heredero del complejo de Edipo, y la voz del superyó cuando es encarnada por figuras paternas, así como los efectos estragantes sobre un hijo. El padre, de Florian Zeller, y Un dios salvaje, de Roman Polanski, nos ofrecen padres rebajados en su función hasta su infantilización, no haciendo lugar a la función de agentes de la ley respecto de sus hijos. Decálogo 4 de Krzysztof Kieslowski, y El arco, de Kim Ki-duk, van más lejos, al plantear el tema del incesto de un padre con una hija, lo que los destituye a en tanto padres. El castillo de la pureza, de Arturo Ripstein y La costa Mosquito, de Peter Weir, nos ofrece padres en estado de locura; almas bellas que se quejan de la podredumbre del mundo que, en el fondo, ellos mismos generan y proyectan. Lo que permite pensar la función forclusiva del “ser nombrado para” como contrastante con la función del padre en tanto Padre del Nombre. Por último, El video de Benny, de Michael Haneke y Crímenes de familia, de Sebastián Schindel, presentan la situación dilemática de los padres cuando se confrontan con el delito aberrante de un hijo, entre hacerse agentes de la ley del no-todo goce, o hacerse cómplices del hijo por amor, destituyéndose así de la función paterna al habilitar formas de goce prohibidas. Agradezco a la Fundación Medifé Edita, a Daniela Gutiérrez y al comité editorial y el equipo de diseño de la Fundación, que se interesaron por publicar Padres en el cine para su “Colección Lecturas éxtimas”. A Rolando Karothy por su excelente prólogo al libro. A Juan Jorge Michel Fariña por su apoyo en la realización de este proyecto. A la Fundación Tiempo y a Lila Isacovich, por brindar su institución para la realización del ciclo de Cine y psicoanálisis desde 2015, del que este libro es un producto. Y a todos los asistentes y participantes al ciclo, que con su presencia y debate de ideas forman parte también de esta obra.
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