Toda la filmografía de Andrew Niccol ha tenido carácter anticipatorio. Su primer film, Gattaca (1997), se adelantó en dos décadas a los test genéticos pre-implantatorios, que actualmente campean en el ámbito de las tecnologías reproductivas. Con S1mOne (2002), vislumbró el porvenir de la Inteligencia Artificial Generativa y la preeminencia de las imágenes virtuales en el mundo contemporáneo. Y con In Time (2011) nos introdujo en el escenario de la inmortalidad, una de las potenciales aplicaciones del CRISPR-Cas 9. Menos conocido es que poco antes de iniciar esta secuela de películas, Niccol había incursionado ya en el género fantástico, escribiendo el guion de otro film: The Truman Show. [1] Se inspiró para ello en «Special Service», un episodio de la popular serie iniciada en los años 50 The Twilight Zone, cuyo núcleo dejó intacto, multiplicando sus posibilidades dramáticas… y modificando el final. Otro antecedente con el que contaba era seguramente el cortometraje español "Te lo mereces", realizado en 1996 por Felipe Jiménez Luna. Un examen de estas piezas breves que precedieron en el tiempo a The Truman Show, permite analizar el clásico de Niccol-Weir desde un ángulo que como veremos presenta interés ético-analítico. Special Service Special Service es el vigésimo séptimo episodio de la tercera temporada (1988-1989) de la serie de televisión The Twilight Zone. Fue escrito por Michael Straczynski, uno de los grandes guionistas norteamericanos de cine y televisión, responsable de clásicos como Changeling, dirigida por Clint Eastwood, o de exitosas series como Babylon 5 o la más reciente Sense 8. El argumento de “Special Service” es prácticamente el mismo que luego retomará Niccol para The Truman Show, pero con un giro que nos interesará destacar. Repasemos brevemente la historia. En la escena inicial, John Selig, el personaje central, está en el baño afeitándose y cuando golpea involuntariamente el espejo, este se desprende y deja a la vista el ojo de una cámara. John se sorprende y queda desconcertado… pero rápidamente ingresa al baño un técnico para colocar nuevamente el espejo en su lugar. Cuando John lo interroga sobre su presencia y extraña conducta, el técnico niega la existencia de la cámara e intenta retirarse con la misma naturalidad con la que ingresó. Pero frente a semejante intrusión, John amenaza con llamar a la policía y entonces el otro le termina confesando que la vida de John está siendo trasmitida por televisión a todo el planeta las 24 horas del día. John se muestra consternado, porque por supuesto no sabía nada de ello… pero el técnico le dice que el interés del programa radica justamente en que él ignora la situación. En medio de su desconcierto, John le cuenta lo sucedido a su esposa Leslie, pero ella minimiza el hecho e intenta cambiar de tema, mientras le da un beso de despedida, y le susurra al oído que no eche a perder las cosas porque las puntuaciones del rating son muy buenas. John se queda solo y comienza a examinar su casa en busca de cámaras. Cuando una a una las encuentra y desactiva, suena el teléfono y una voz le advierte que no le está permitido dañar los equipos. Como persiste en su conducta, otros personajes ingresan a la casa, lo secuestran junto al técnico y llevan a ambos al edificio de una cadena de televisión. John se reúne con el gerente de la cadena, quien se muestra indignado y le dice que después de cinco años, el programa ha logrado un punto de equilibrio. Ello permite que la vida de John transcurra prácticamente sin guion, pero si los índices de audiencia bajan, los productores intervienen para aumentar el interés. Le explica que todas las personas que interactúan con John firmaron un acuerdo para no revelarle la verdad a cambio de aparecer en el programa. Incluso Leslie, su esposa, fue contratada por los productores. El gerente le exige entonces que finja no saber nada de esto, pero John se muestra indignado y reclama su derecho a la privacidad. El gerente duda un instante y parece estar dispuesto a ceder. David McNaughton en el episodio de The Twilight Zone “Special service” Pero cuando John se queda solo en la oficina, un grupo de fans que se entera de su presencia en el estudio, lo acosa en busca de un autógrafo o un beso. El técnico, que había sido despedido por su indiscreción, lo lleva de regreso a su casa y allí John descubre las cartas de las fans y los regalos que se acumularon durante los últimos cinco años. Desde la empresa televisiva le traen un cheque por un millón de dólares, pago atrasado por su participación en el programa. Es allí cuando John piensa que quizás prefería la vida en la televisión. En confidencia y fuera del alcance de las cámaras, el técnico sugiere que el gerente pudo haber mentido acerca de sacar a John del aire, para engañarlo y que las cosas sigan transcurriendo de manera natural. Cuando se queda solo, John busca cámaras. No encuentra nada, pero súbitamente y de manera compulsiva improvisa pasos de baile para entretener a su supuesta audiencia. “Te lo mereces” Te lo mereces (1996), de Felipe Jiménez Luna Otro antecedente de la película de Peter Weir es el corto español Te lo mereces de Felipe Jiménez Luna. La trama parte de las mismas premisas: una cámara oculta permanente que hace de un sujeto el objeto dado a ver por miles de espectadores sin que él lo sepa, mientras que como parte del show le inventan una familia y una vida. Pero el corto de Luna, a diferencia de “Special Service” y del propio The Truman Show, muestra una televisión mucho más impiadosa para con su objeto: un día deciden descubrirle a la víctima la mentira que le habían fabricado: desde su madre, hasta su trabajo y su matrimonio. Y entre risas y aplausos le muestran que ha sido tomado de estúpido, y que todo se trató de una broma. Al final del programa, y en medio de un circo fellinesco, esta persona muere. Este final, diferente al de Truman, nos enseña algo relativo a la posición del sujeto en relación a la mirada del Mal Ojo del Otro. Si Truman puede franquear la puerta y no morir, es porque hay en él un saber sobre lo no sabido; él tiene un buen trato con eso que no puede saberse ni mirarse, por ser radicalmente inaccesible y que permanece secreto incluso aunque se muestre. Sabe que el sujeto no consiste en la imagen. Si la mirada se sostiene desde la categoría del Todo, entonces cae con la introducción de la falta, el no-todo, lo incógnito del sujeto. Por eso no ha sido vaciado, no ha podido ser reducido a puro objeto transparente. No ha sido anulada su intimidad a pesar de las 5000 cámaras. Hay un resto irreductible donde lo más propio del sujeto se acantona. Ese carozo de nuestro ser irreductible puede oponer la ley del deseo al capricho del Otro y barrarlo. “Tesis” Ana Torrent en Tesis (1996), de Alejandro Amenábar Los espectadores en The Truman Show introducen una cuestión importante. ¿Dónde se sitúa el goce de mirar? ¿Son acaso voyeuristas? En la película Tesis [2] del español Alejandro Amenábar, se nos muestra a un público ávido por ver escenas horrorosas. La película concluye con un noticiero que se presta a exhibir por canal abierto escenas de un film “snuff” –películas clandestinas en las que se graban escenas reales de tortura y muerte– mientras los televidentes se agolpan en sus pantallas para ver cómo se martiriza a un humano. Tesis nos propone un espectador sádico que disfruta con mirar el horror, que se identifica con ese goce superyoico del mal ojo, transformándose en voyeur, ocupando el lugar perverso de un Otro gozador para aquel que esté sufriendo del otro lado de la pantalla. Los espectadores del Truman Show en cambio, si bien acceden aparentemente a la intimidad del sujeto, reciben con felicidad que Truman descubra el engaño en que vivió y aun así no elija ni vivir en la ficción como John Selig –ya no podría– ni matarse, sino salir de la mirada totalizadora del Otro, por saber que, pese a todo, el Otro no sabe. Triunfo del deseo sobre el ojo maligno que prueba, caído, la mentira perversa de creer saber y ver todo del sujeto. Y momento de redención de los espectadores, que participan del goce simbólico de ver en Truman a alguien que no se traiciona en su deseo y logra salir del lugar de mancha en el cuadro. Felicidad que denuncia que no por ver a Truman, dejan de ser también ellos un objeto de la mirada del omnivoyeur realizado de la sociedad panóptica en que vivimos. Gran Hermano Volvamos a lo que en verdad fue el inicio inspirador de la película de Peter Weir: el episodio de la serie The Twilight Zone “Special service”. Visto en perspectiva, 25 años después del estreno de The Truman Show, resulta comparativamente mucho más premonitorio, al anticipar el estado actual de la sociedad panóptica: un goce en el ofrecerse a la mirada del Otro. Cuando John descubre que toda su vida no es más que un programa de televisión, y que está siendo filmado las 24 horas, al comienzo se enfurece con la productora que le ha hecho de haber estado viviendo una farsa. Pero al final, se siente seducido por saber que es el protagonista de una serie de altísimo rating y, al contrario de Truman, opta por proseguir dentro de la farsa, ahora sabiéndolo. Este final en el que el sujeto decide someterse al guion de una vida amañada para los espectadores, está mucho más cerca de la actualidad que el héroe rebelde del film de Weir. Si el film del australiano era un triunfo del deseo, el episodio Special Service es un triunfo del goce en ofrecerse a la mirada del Otro, a cambio de una vida donde ya no hay más riesgos. En 1999, tan sólo un año después del film de Weir, se estrena en la televisión de los Países Bajos el reality Gran Hermano, en el que un grupo de personas decide convivir dentro de una casa durante varios meses, con cámaras que los registran las 24 horas del día. No es necesario edificar un estudio del tamaño de un pueblo, porque alcanza con el encierro en una casa. Tampoco es necesario contratar actores ni ocultar la situación en que se encuentran, porque a diferencia del formato The Truman Show, los participantes no sólo saben que son mirados permanentemente, sino que se ofrecen para ello. Como el personaje de John Selig, se trata de ofrecerse activamente como objetos del omnivoyeur. [3] Epílogo: Black Mirror y The Truman Show La nueva temporada de Black Mirror se inicia con un episodio que puede considerarse un homenaje The Truman Show. Se trata de “Joan is Awful”, un título algo enigmático cuyo sentido se develará al primer cuarto de hora de proyección. Acorde con los tiempos, el episodio introduce elementos de Inteligencia Artificial Generativa, Realidad Virtual y sofisticados algoritmos de predicción. Hace medio siglo Michel Foucault recuperó el modelo del Panóptico de Bentham para explicar la sociedad de control. Señalaba entonces que el avance de las tecnologías terminaría por erigir una mirada totalizadora destinada a vigilar, una sociedad en la que un ojo omnipresente signaría la vida de los seres humanos. Lo que Foucault no imaginó es que en esta aldea global y mediática las personas aceptarían voluntariamente pagar por tal vigilancia. Es así que hoy en día invierten una buena parte de un salario en la compra de dispositivos que, entre otras funciones, monitorean sus vidas. Y cuando el dispositivo se torna obsoleto porque el software se sofistica, se empeñan en renovarlo para no quedar fuera del sistema. Este es el núcleo que hace verosímil el episodio “Joan is Awful”, que en su primera media hora apela justamente a la aceptación voluntaria, al consentimiento que otorga el sujeto para esta intrusión de las tecnologías en sus vidas. En esta nueva temporada, Joan es una joven que trabaja en una multinacional de tecnologías, está en pareja, hace terapia, y extraña a su ex novio. Los primeros diez minutos nos muestran su rutina diaria, que no se aleja mucho de la vida de cualquier joven, con sus conflictos laborales y personales. A la noche llega a su casa y luego de la cena se sienta con su pareja a ver televisión. Entonces se encuentra con que hay una nueva serie llamada Joan is Awful, en la que la célebre actriz Salma Hayek hace el papel de la propia Joan, recreando el día que esta acaba de vivir, exhibiéndolo a la vista de todos los televidentes. La repetición ficcional del día incluye el momento en que ella se sienta a ver televisión para encontrarse con esa nueva serie, produciendo así una recursividad en abismo al infinito. La versión que la serie muestra del día de Joan, si bien respeta las escenas y diálogos ocurridos, están interpretados de un modo ligeramente diferente, haciendo que Joan sea, como lo indica el título de la serie, detestable ante el público. La ficción misma pasa a alterar la vida de Joan: su pareja la abandona, el ex novio no quiere tener sexo con ella para no volverse mediático, y la despiden del trabajo por haber revelado secretos de la empresa. Como en The Truman Show, la vida de Joan es involuntariamente expuesta, y hay una empresa todopoderosa que produce la serie y la tiene legalmente atada, de modo que no puede impedir que la recreen en una serie que la expone y al mismo tiempo la difama. Pero a diferencia del film de Peter Weir, ella sabe que está siendo mostrada al gran público. Que sepa que lo que haga será posteriormente ficcionado, introduce una diplopía temporal entre ella y su representación, lo cual le permite anticipar y decidir qué quiere que se termine produciendo para la mirada de los espectadores. De modo que, a partir de determinado momento, Joan empieza a actuar escenas provocadoras que sabe que pasarán a ser parte de la serie televisiva, en un esfuerzo por salir de la mirada mediática. Si el programa The Truman Show mostraba la vida cotidiana de un sujeto que no sabía que estaba dentro de un estudio de televisión y era filmado las 24 horas, Joan is Awful es la recreación virtual y ligeramente alterada de la vida real de Joan interpretada por figuras reconocibles pero virtuales. Si la serie imaginada por Weir es realista, en tanto su objeto de mirada actúa naturalmente por ignorarlo todo acerca del estudio de televisión en que vive, el conocimiento que Joan tiene de la existencia de la serie realizada en delay a partir de lo que ella dice y hace, produce una ficción que se devora a sí misma: Joan no sólo es alterada por la decisión de retratarla como grosera y narcisista, sino que el conocimiento que Joan tiene de este horror transforma su conducta y su vida, puesta al servicio de torcer su destino de ser un detestable personaje de televisión. Que el capítulo de la serie agregue capas y capas de recursividad y virtualidad en una formidable puesta en abismo, es una de las originalidades del guion de Charlie Brooker. Ya se escuchan testimonios de espectadores que se angustian al ver la serie y que confiesan haber detenido la proyección para borrar mensajes de sus celulares. Así, el episodio introduce la inquietante sensación, a quienes estamos de este lado de la pantalla, de que podríamos de pronto aparecer en la serie de Netflix (o de Sreamberry!) … y tener nuestro propio papel no deseado en Joan is Awful.
NOTAS
[1] A diferencia de la película terminada, el guion original de Niccol era una trama de suspenso y ciencia ficción ambientado en la ciudad de Nueva York. Scott Rudin compró el guion para producirlo con Paramount Pictures como distribuidora. La cinta iba a ser dirigida por Brian De Palma, pero finalmente Peter Weir fue contratado como director, realizando el filme con sesenta millones de dólares, veinte millones menos de lo que se estimó en un principio. Niccol reescribió el guion mientras que la producción esperaba que el actor Jim Carrey se uniera al proyecto. La mayor parte de la filmación se llevó a cabo en Seaside, una comunidad planificada ubicada en los mangos de Florida. La película fue un éxito y recuperó varias veces su inversión.
[2] Amenabar, A.; Tesis, España, 1995, 110’.
[3] Sobre el concepto lacaniano de “omnivoyeur” y su potencia para pensar la película The Truman Show, ver el artículo homónimo de Eduardo Laso en este mismo número del Journal https://journal.eticaycine.org/Omnivoyeur-Comentario-a-The-Truman-Show-de-Peter-Weir