Cuando éramos niños existía un “juguete educativo” (aunque entonces no se lo llamaba así) que llevaba por presuntuoso nombre “El cerebro mágico”. Consistía en un panel rectangular separado en dos hemisferios. El lado izquierdo formulaba preguntas y el lado derecho proponía respuestas. Cuando se hacía coincidir unas con otras, un artificio eléctrico encendía una pequeña lamparita en caso en que la respuesta fuera efectivamente correcta. El dispositivo venía acompañado de distintas plantillas, lo cual permitía ejercitar el “cerebro” en áreas tan diversas como geografía, historia, matemáticas… Aunque frente a las poderosas computadoras de bolsillo actuales la sola descripción del dispositivo suena ridícula, digamos que “El cerebro mágico” generaba en su momento una secreta fascinación. La clave de su interés radicaba justamente en el asombro. En ese efecto de sorpresa, de pase vertiginoso, que tan bien conoce Federico Ludueña a través de la magia teatral. Magia a la que nos abisma en este libro, y que consiste en producir la ilusión de lo imposible en los espectadores. ¿Cuál es el valor de esta analogía? La clínica nos enseña que la fórmula para superar una imposibilidad no es “todo es posible”, sino “lo imposible sucede”. Lo real/imposible no es una limitación a priori que debería ser tomada en cuenta, sino el dominio del acto, de las intervenciones que pueden cambiar las coordenadas de ese acto mismo. En otras palabras, un acto es más que una intervención en el dominio de lo posible: como lo sugiere Slavoj Zizek, un acto cambia las mismísimas coordenadas de lo que es posible y así crea retroactivamente sus propias condiciones de posibilidad. Lo imposible sucede es un enunciado ético situacional. Y Federico Ludueña lo demuestra a través del fascinante escenario de la magia. Él mismo psicoanalista y mago, se formó en el Magic Castle, el mítico centro de la mundial ubicado en Los Ángeles, California, donde obtuvo varias distinciones en Olimpíadas Mágicas. También enamorado del cine, estudió guión en la UCLA y es autor de muchos de los más agudos comentarios de películas disponibles en la literatura analítica. Y como no podía ser de otra manera, en este libro sobre magia el cine tiene un lugar privilegiado. No solo en el imprescindible capítulo que le dedica, sino a lo largo de toda la trama. Como cuando explora el mundo de la memoria a partir de clásicos como Eterno resplandor de una mente sin recuerdos o Memento, pero también a través de un delicioso pasaje de Hannibal, de Thomas Harris –la novela, no el film, aunque hablando de memoria visual, es imposible recrear el paisaje de Florencia allí citado sin las imágenes de Anthony Hopkins y su exquisito recorrido por los aposentos del palacio albergado en sus recuerdos. En la misma línea de una prosa rigurosa y encantadora, retornan las preferencias del público entre Larry, Curly y Moe, los personajes de Los Tres Chiflados, para situar la eficacia de las predicciones en un truco de magia. O las referencias a series contemporáneas, como The Big Bang Theory o Black Mirror para establecer los alcances y límites de los artificios tecnológicos frente a la incertidumbre de la existencia. Y siguen Maraton de la muerte, Forrest Gump, Renassaince Man… y tantas otras que merecerían un índice aparte –sugerencia para una segunda edición! En síntesis, estamos ante una obra de lectura imprescindible, uno de esos libros que como “El hombre que calculaba”, de Khalil Gibran, siempre queremos tener a mano. Para reeditar un experimento que agilice nuestra mente, para recrear un pase de magia, en fin, para confirmar que, como en el amor, en la política o en la ética, también en el arte de la prestidigitación, lo imposible sucede.
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