Herzog en el corredor de la muerte A los 17 años Werner Herzog había considerado como primer proyecto cinematográfico hacer un film acerca de los internos de la prisión de máxima seguridad de Straubing en Baviera. Si bien nunca lo llevó a cabo, su idea no la abandonó, hasta finalmente concretarla décadas después en los EE. UU. Estrenado en 2011, Into the Abyss (Dentro del abismo) , subtitulado “una historia de muerte, una historia de vida”, es un documental que gira en torno de Michael Perry, condenado a muerte por un triple homicidio ocurrido en Texas. El proyecto original de Herzog era realizar los perfiles de cinco condenados a muerte de cárceles de Florida y Texas. Pero debido a su extensión, las otras entrevistas fueron compiladas en varios capítulos de 50 minutos y se estrenaron en la televisión con el título On death row (En el corredor de la muerte). Cada episodio de la serie está dedicado a un caso diferente de condenado a muerte por asesinato. Las entrevistas dentro las cárceles fueron restringidas a dos horas de filmación por prisionero. Además de estos encuentros, en todos los capítulos Herzog explora los crímenes por los cuales sus entrevistados fueron condenados. Para lo cual entrevista a los policías que intervinieron en la investigación, los familiares de las víctimas, los parientes y conocidos de los acusados y los periodistas que en su momento cubrieron la noticia. Durante la realización de Into the abyss se había actualizado en Estados Unidos el debate público en torno de la pena capital y Herzog mismo pidió que Into the Abyss se estrenara anticipadamente para contribuir a dicha discusión. Pero al mismo tiempo ha sostenido que su film no tiene ninguna intención política, que se opone a la pena capital pero que el centro de su documental está en otro lado. En una entrevista al Los Angeles Times declaró, "Este no es un film activista contra la pena capital. Sí, tiene un tema, pero no es el propósito principal del film". Efectivamente, el film tiene un tema que excede el debate en torno de la pena de muerte. Herzog ha dicho que el título Into the Abyss podría funcionar muy bien con muchas de sus otras películas. Hay una “mirada-Herzog” omnipresente en toda su obra -sea de documental o ficción- al punto de que podríamos reconocer un film suyo sin que se nos diga que es de él. Con Into the Abyss y On death row, podemos agregar que hay también una “oreja-Herzog”, una particular y cuidada manera de escuchar que se emparenta –y al mismo tiempo se aparta- de la escucha analítica. A Herzog no le interesa “psicoanalizar” a sus entrevistados, pero sí le interesa –como le ha interesado en toda su filmografía- producir una verdad en esos encuentros. Herzog inicia cada capítulo de On death row con una declaración en la que hace explícita su posición sobre el tema: “La pena de muerte existe en 34 estados de los Estados Unidos de América. Actualmente sólo 16 estados llevan a cabo de hecho ejecuciones. Las ejecuciones se llevan a cabo mediante inyección letal. Como alemán, que viene de un diferente trasfondo histórico y siendo un huésped en los Estados Unidos, respetuosamente disiento con la práctica de la pena capital”. Dicho lo cual, pasa al verdadero eje de su interés, verdadero hilo rojo que atraviesa toda su obra: el abismo del alma humana. El éxtasis de la verdad cinematográfica Ya en su célebre Declaración de Minnesota. Verdad y hechos en el cine documental del 30 de abril de 1999, Herzog la emprendía contra el cinéma vérité en favor de una verdad propiamente cinematográfica: “1. Se declara que el así llamado cinéma vérité carece de vérité. Alcanza una mera verdad superficial, la verdad de los burócratas. (…) 3. El cinéma vérité confunde el hecho con la verdad, y por lo tanto sólo ara piedras. Y no obstante los hechos tienen a veces un extraño y bizarro poder que hace que su verdad inherente parezca increíble. 4. El hecho crea normas y la verdad ilumina. 5. En el cine hay estratos más profundos de verdad y existe una verdad poética, extática. Es misteriosa y elusiva y sólo puede ser alcanzada a través de la invención, la imaginación y la intervención”. Herzog busca en su cine un “éxtasis de la verdad”, para oponerla a la verdad que se produce por contrastación en la realidad factual. Verdad que en estos documentales carcelarios no se identifica con una confesión o una declaración de responsabilidad. De hecho, muchos de los condenados con los que se encuentra sostienen su inocencia a pesar de la abrumadora evidencia en su contra. En la entrevista hecha en Valencia por Hervé Aubron y Emmanuel Burdeau confiesa: “Leo el corazón humano… Es una parte importante de mi profesión. A leer el corazón humano no se aprende, sólo la experiencia lo puede enseñar. Hablo de experiencias muy elementales. ¿Qué significa estar preso? ¿Qué es tener hambre? ¿Qué es criar hijos? ¿Qué es la soledad en el desierto? ¿Qué significa estar enfrentado a un verdadero peligro? Experiencias básicas, lo más elemental que existe”. Es hacia adentro de ese abismo que Herzog dirige su mirada e invita a sus entrevistados ir allí. No se trata aquí del abismo de la muerte inminente por inyección letal que el condenado sabe que le aguarda al final de ese corredor. Tampoco de la mirada morbosa dirigida a un sujeto en las postrimerías de su ejecución. Se trata de otro abismo insondable, del que Herzog propone a sus entrevistados a aproximarse juntos. Freud lo llamaba kern unseres wesens, el núcleo de nuestro ser, ese abismo éxtimo y misterioso para el propio sujeto, en el que el goce se anuda a la falta en ser. A propósito del título Into the abyss en una entrevista radial, Herzog declaró: “Adonde se vea en el film, usted está viendo dentro de otro abismo, usted ve dentro de la mente de los perpetradores de crímenes sin ningún sentido en absoluto. El sinsentido de los crímenes es tan abismal… cuando ves las familias de las víctimas, allí también hay otro abismo, y la persona que se encarga de ejecutar y lleva más de cien personas ejecutadas, allí hay otro abismo… En mis films yo miro verticalmente, entro en las profundidades de nuestras almas, dentro de nuestra humanidad. Me meto en lo absurdo y el sinsentido del crimen”. Una ética de la escucha Había de antemano en el proyecto de Herzog dos grandes riesgos: el de ubicarse cual un juez y dirigir la entrevista hacia el tema del crimen cometido buscando que el condenado reconozca su culpabilidad, y el contrario de empatizar con el detenido y dirigir la entrevista hacia la desculpabilización, en la línea de un manifiesto contra la pena de muerte y la victimización del condenado, o de ensayar algún tipo de defensa, al modo en que hace Errol Morris en La delgada línea azul y más recientemente Enrique Piñeyro en El Rati Horror Show. Las entrevistas de Herzog salen de esas categorías. Él no juzga a sus entrevistados. Ellos ya fueron juzgados y no necesitan que se replique en las entrevistas una escena jurídica. Tampoco simpatiza con ellos: no se hace amigo, ni cómplice, ni mucho menos se ofrece para que sus entrevistados utilicen la entrevista a favor de su interés por ser perdonados o excarcelados. A diferencia de sus otros documentales, en Into the abyss y On death row Herzog sustrae su imagen: jamás lo vemos en la pantalla a pesar de que es quien realiza las entrevistas. Pero pasa a primer plano su particular e inconfundible voz. Hervé Aubron comenta sobre la voz de Herzog: “es un narrador insaciable, que multiplica anécdotas y parábolas con un gusto por los efectos y las inflexiones vocales –una claridad muy trabajada de la sintaxis y de la cadencia, una articulación extrema, una pasión por la legibilidad fónica, incluso realzada recientemente por el resurgimiento de un fuerte acento alemán en su inglés, menos notable en sus años juveniles”. Hay una ética en el modo en que Herzog conduce las entrevistas que evoca las coordenadas éticas de la posición del analista que Freud nombrara como neutralidad y abstinencia, y que se podrían sintetizar en los siguientes enunciados: no gozar de los analizantes, no establecer pactos narcisistas, no juzgarlos, no proyectarles nuestro fantasma. El analista se dedica a analizar, a poder leer mediante la escucha del decir de un sujeto, la emergencia de una verdad que sorprenda a ambos. Poder leer allí el surco de un destino repetitivo que permita al analizante advenir a la falta en ser que lo habita y al goce mortificante al que ha quedado fijado. Pero a diferencia del analista, Herzog no escucha para leer en el decir de los sujetos las huellas de lo inconsciente. No se trata allí de una escena de análisis en la que el entrevistador ponga en juego la “atención flotante”. Nada más lejos de eso. Sí se trata de alcanzar en estos encuentros la aprehensión y transmisión de la experiencia singular de unos sujetos que se encuentran en una situación extrema. El “procedimiento herzogiano” parte de algo elemental: reconocer la subjetividad de aquellos a los que entrevista, distinguiendo los actos criminales por los que esos sujetos se encuentran en la antesala de la muerte, de la persona misma que los cometió. Allí donde carceleros, jueces o la opinión pública los califica de monstruos, el director alemán desplaza el adjetivo del imputado hacia el acto cometido, para no reducir el sujeto a su acto. Modo de devolver un lugar de dignidad a aquel con quien se encuentra. Sobre esa base, Herzog les habla de manera directa, sin eufemismos ni mentiras. Así por ejemplo, en el primer encuentro con Hank Skinner, condenado por un triple homicidio en 1993 del que se dice inocente, Herzog inicia la entrevista con dos declaraciones: “Primero: no soy un defensor de la pena capital. Segundo: lo que aquí estamos haciendo no es una herramienta para probar su inocencia”. Con James Barnes, asesino serial confeso, Herzog inicia la entrevista aclarándole que si bien simpatiza con su búsqueda por tratar de corregir el procedimiento jurídico que lo condenó a muerte, “eso no significa que usted tenga que agradarme”. Las entrevistas no se enfocan en la culpabilidad o inocencia de sus entrevistados. Incluso ha comentado que dejó fuera del documental la abrumadora cantidad de pruebas que los llevaron a ser condenados. El director alemán logra la distancia justa para que se sientan libres de decir lo que deseen. A Barnes, por ejemplo le pregunta qué ve del mundo exterior desde su celda, cuándo fue la última vez que cayó lluvia sobre él o que sueña por la noche. Herzog nos ofrece una entrevista en la que se trata de arrojar luz, para él y para el propio entrevistado, sobre el destino de una vida. Y así, al sesgo, logra aproximarse junto al condenado a las circunstancias que lo llevaron al corredor de la muerte. Al mismo tiempo, mantiene una cautela calculada de no prestarse a ser manipulado por sus entrevistados. Cuando James Barnes le envía una carta confesando los asesinatos de Chester Wetmore y Brenda Fletcher, ambos casos no resueltos en el momento de la filmación, se preocupa por no ser usado como una herramienta para dilatar –o acelerar- la ejecución. Con esa especial disposición y su modo de intervención, Herzog consigue que en el transcurso de las charlas se produzca ese tipo de verdad extática que le demanda al cine. Verdad no como adquisición intelectual sino como una experiencia en la que quedamos embargados por el sentimiento de que hemos tocado algo auténtico. James Barnes es un asesino en serie que tiene una larga foja de crímenes brutales y absurdos. Durante la primera entrevista se muestra amable, cordial, reflexivo y colaborativo. Habla de sus crímenes sin emoción, con frialdad y hasta plantea argumentos justificatorios de los asesinatos (cuenta, por ejemplo, que mató a una prostituta porque le robó su billetera, y a una enfermera porque lo ofendió en dos ocasiones). Barnes no había tenido contacto con su familia por diez años. Cuatro meses después de la primera entrevista y con la inminencia de la ejecución, Herzog vuelve a verlo, tras haber aprovechado ese tiempo visitando a la hermana y al padre de Barnes. - Hay una sorpresa que me gustaría traerle- interviene de pronto Herzog –Anoche localizamos a su padre-. Barnes acusa el inesperado golpe:- ¡Oh!, ¿lo hicieron? - Nos identificamos. Él declinó inmediatamente ser filmado. Entonces le pregunté específicamente si había algo que yo pudiera transmitirle a su hijo… A usted. Él reflexionó y reflexionó y luego dijo, "Si. Por favor transmítale una cosa a mi hijo. Primero, que lo amo. Segundo, odio los crímenes que cometió". Luego se puso silencioso y me miró, y yo le dije, "Sr Barnes, yo no fallaré en transmitirle esto". La intervención del director produce un instante verdadero: Barnes por primera vez se conmueve. Balbucea. No sabe qué decir. Sus palabras se agolpan, su decir se quiebra. - Esto es, uh... Ha pasado mucho tiempo. Se queda en silencio un instante y dice: - Muchísimas gracias. No sé qué decirle. Es... He estado esperando estar en contacto con él por tanto tiempo… Y descubrir que usted lo encontró anoche es… es maravilloso. Wow. Herzog se vuelve en ese momento pasador de una palabra del padre al hijo. Palabra del padre que le llega en las últimas horas de su vida en contra de toda expectativa, transmitiendo al mismo tiempo amor y reproche –modo de presentarse aquí una referencia a la ley-, y convocando así al hijo a una posición de responsabilidad. Barnes confiesa entonces: - Sabe, años atrás, hice un auto-inventario. Yo escribí listas sobre qué cosas he hecho en mi vida de las que estoy más avergonzado, De qué cosas en mi vida estoy más orgulloso. Y luego qué cosa en mi vida podría causarme el más grande dolor, y qué en mi vida podría causarme la mayor felicidad. Y descubrí que la cosa que podría afectarme más -ya que sabía que yo nunca saldría de aquí- es que mi padre fuera a morir mientras yo estaba todavía vivo. Sería devastador para mí. Bueno, yo pensaba que esa era la peor posibilidad que me podría suceder y estaba equivocado: la peor posibilidad que podría resultar es saber que él siguiera vivo y no querer saber o tener nada que ver conmigo. Eso... eso me puso muy deprimido por muchos años. Y ahora siento... Me siento mucho mejor. Comprendo que él vea lo horrible de las cosas que he hecho y comprendo a cualquiera que vea eso. Sabe, usted puede sentarse ahí y puede llorar acerca de lo que ha hecho, puede decirle a la gente lo apenado que está por lo que ha hecho en su pasado. Pero el punto de todo el asunto es tomar el 100% de la responsabilidad por tus acciones. Es la cosa más importante en cualquier… No importa si sos el acusado o la víctima, en cualquier tipo de incidente, la persona que está equivocada necesita asumir el 100% de la responsabilidad. De los muchos momentos conmovedores en los que el director alemán persigue “éxtasis de verdad”, hay uno destacable: al final del episodio dedicado a Linda Carty, condenada a muerte por asesinar a Joana Rodrigues de 25 años y de robarle su hijo de 4 días, Herzog se entrevista con Connie Spence, la fiscal de distrito que llevó a cabo la acusación. La fiscal le reprocha al director que le ofrezca a Linda la oportunidad de ser entrevistada, declararse injustamente condenada y argumentar una defensa, mientras que su defendida -a saber la víctima- no puede hacerlo porque está muerta. Y le señala que de ese modo está humanizando a Carty. Con su característica amabilidad, pero también con firmeza, Herzog le responde: “Yo no hago un intento por humanizarla. Ella es simplemente un ser humano. Punto”.
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