In order to understand today’s world, we need cinema, literally. It’s only in cinema that we get that crucial dimension which we are not ready to confront in our reality. If you are looking for what is in reality more real that reality itself, look into the cinematic fiction. En los textos del filósofo esloveno Slavoj Žižek hay una recurrente alusión al cine. Sin embargo, el autor no se sirve del mismo para ilustrar un punto filosófico o proporcionar ejemplos que echen luz sobre la argumentación desarrollada. Como él mismo lo sugiere en Las metástasis del goce, si acude al arte cinematográfico una y otra vez es “para alcanzar la mayor claridad posible” no para sus lectores sino, ante todo y principalmente, “para sí mismo”: el idiota para quien intento formular un punto teórico tan claramente como sea posible es, en última instancia, yo mismo […] Estoy convencido de mi propia comprensión de un concepto lacaniano sólo cuando puedo traducirlo satisfactoriamente a la imbecilidad inherente a la cultura popular. En ello —en esta plena aceptación de la externalización en un medio imbécil, en este rechazo radical de todo secreto iniciático— reside la ética de encontrar una palabra adecuada (Žižek, 2003a: 260-261). En otras palabras, el cine, la literatura y los chistes vulgares ocupan en el trabajo de Žižek el lugar que los matemas ocupaban en la obra de Jacques Lacan. En el contexto de los libros y artículos escritos por el pensador oriundo de Liubliana, traer a colación una escena de un determinado filme no es entonces una estrategia para que la exposición cobre énfasis o nitidez sino más bien el modo en el que la misma se despliega. Žižek está verdaderamente convencido de que al igual que el de los sueños, el del cine es un terreno más real que la realidad misma. No es que uno sueña o mira una película para escapar de la realidad: uno despierta de sus sueños o abandona la sala del cinematógrafo para huir de lo Real, aquel núcleo imposible que resiste toda simbolización. Pensar a través del cine es por tanto un recurso tan válido para dar con dicho núcleo obliterado en el espacio de la realidad simbólica como lo es el análisis o interpretación de los sueños. Pues la premisa del psicoanálisis, la premisa de la filosofía de Žižek, es que más allá de su imposibilidad constitutiva, producir un encuentro con lo Real es algo que se halla a la mano. Para Lacan, lo Real no es imposible en el sentido de que nunca puede ocurrir —un núcleo traumático que siempre se nos escapa. No, el problema con lo Real es que ocurre y esto es el trauma. Es decir, no es que lo Real sea imposible, sino que lo imposible es Real. Un trauma, o un acto, es simplemente el instante en el que lo Real ocurre y es difícil de aceptar. Lacan no es un poeta que nos dice que siempre fallamos lo Real —el último Lacan dice justamente lo contrario. La tesis es que se puede confrontar lo Real, y esto es lo que es tan difícil de aceptar […] Lo Real es imposible pero no simplemente en el sentido de un encuentro fallido. Es también imposible en el sentido de que es un encuentro traumático que tiene lugar, pero que somos incapaces de confrontar. Y una de las estrategias que usamos para evitar confrontarlo es precisamente la de colocarlo como este ideal indefinido que es pospuesto eternamente. Un aspecto de lo Real es que es imposible, y el otro aspecto es que ocurre, pero es imposible sostenerlo, integrarlo (Žižek, 2006a: 70-72). En el último tiempo, Žižek ha ido más allá de la dimensión de la crítica de las ideologías para intentar colocar esta posibilidad del encuentro con lo Real en el marco de una teoría del Acto político. A continuación intentaré delinear los contornos básicos de ella. Procederé de la siguiente manera: en un primer paso daré cuenta de los cimientos ontológico-materialistas sobre los que la teoría en cuestión se erige (I); hecho esto demarcaré al Acto de otras modalidades que Lacan le confirió (II); finalmente analizaré sus componentes categoriales y detallaré las condiciones que exige su cumplimiento (III). La teoría žižekiana del Acto se yergue sobre una concepción eminentemente materialista de la ontología. Al albor de la revisión de las tesis acontecimentalistas desplegadas por la intelligentsia parisina tras los sucesos de mayo de 1968, el pensador esloveno ha dado luz a una filosofía que polemiza con aquellos que autonomizan radicalmente la dimensión de la política. Žižek piensa que las corrientes post-fundacionalistas definen idealistamente el acontecimiento como una realidad irreductible “a todo orden positivo del ser”, lo que desde su punto de vista resulta en verdad inadmisible, pues entiende que aquél de ningún modo puede ser “algo que emerge de la nada” (ibídem: 130). Es por eso que, al menos desde El espinoso sujeto, el filósofo de Liubliana se ha esforzado por tematizar materialistamente la unidad de lo ontológico y lo óntico, lo político y la política, el ser y el acontecimiento. En este contexto Žižek apela a la noción lacaniana de la doublure, “el doblez, la torsión o curvatura en el orden del ser que abre el espacio para el acontecimiento” (ibídem: 131). Ella le permite concebir un Acto que si bien se inscribe simbólicamente se encuentra en condiciones de torcer o curvar el registro de dicha inscripción. Lo que en última instancia fundamenta a todo Acto es que siempre, necesariamente, en lo Simbólico anida una “insuperable brecha de paralaje” (Žižek, 2006b: 11) —vale decir, “la confrontación de dos perspectivas estrechamente vinculadas entre las cuales no es posible ningún campo neutral en común” (ibídem: 11-12). En otras palabras, lo que supone la concepción de la ontología žižekiana —una concepción con la que se intenta “recuperar la filosofía del materialismo dialéctico” (ibídem: 12)— es el reparo en la inexistencia del gran Otro, el reparo en la inconsistencia radical del orden simbólico. Tomando distancia del idealismo y el mecanicismo, Žižek postula que “es el mismo ‘Todo’ el que es no-Todo, inconsistente, marcado por una irreductible contingencia” (ibídem: 116). Aborda, mediante ese postulado, el problema de “cómo emerge, desde el orden chato del ser positivo, la verdadera brecha entre pensamiento y ser, la negatividad del pensamiento” (ibídem: 15) —esto es, cómo emerge la “diferencia mínima” (ibídem: 27) entre ser y acontecimiento, cómo toma forma la “cinta de Moebius” (ibídem: 45) a través de la que los planos ontológico y óntico se entrelazan. Al respecto de todo esto, en Órganos sin cuerpos el autor señala: la solución materialista es […] que el Acontecimiento no es más que su propia inscripción en el orden del Ser, un corte/ruptura en el orden del Ser por cuya causa el Ser no puede formar nunca un Todo consistente. No hay un Más Allá del Ser que se inscriba en el orden del Ser. No “hay” nada sino el orden del Ser. Aquí debería traerse a colación […] la teoría general de la relatividad, en la que la materia no curva el espacio sino que es un efecto de la propia curvatura del espacio. Un Acontecimiento no curva el espacio del Ser por su inscripción en él: por el contrario, un Acontecimiento no es más que esa curvatura del espacio del Ser. “Todo lo que hay” es el intersticio, la no coincidencia del ser consigo mismo, a saber, el no cierre ontológico del orden del Ser (Žižek, 2006c: 128-129). En resumidas cuentas, lo que posibilita un Acto son las premisas ontológico-materialistas de las que el mismo parte. A entender de Žižek, “los actos son posibles a causa de la no clausura, de la inconsistencia, de los hiatos ontológicos de una situación” (Žižek, 2011: 318). El espacio ontológico para el encuentro con lo Real que supone todo Acto verdadero siempre puede ser despejado, y por ende el trastrocamiento de la realidad imaginario-simbólica que de dicho encuentro se deriva en todo momento puede ser colocado en el horizonte. Desde el seminario impartido en 1967-1968, Lacan confirió diferentes modalidades al concepto de Acto: el histérico acting out, el psicótico passage à l’acte, el acto simbólico. En el histérico acting out, el sujeto escenifica, como si se tratara de una representación teatral, una solución negociada al trauma al que es incapaz de hacer frente. En el psicótico passage à l’acte, el atolladero es tan desgastante que el sujeto no puede siquiera imaginar una salida —la única cosa que puede hacer es golpear a ciegas lo real, liberar su frustración en una explosión sin sentido de energía destructiva. El acto simbólico puede ser concebido del mejor modo como un gesto puramente formal, auto-referencial, de auto-reivindicación de la propia posición subjetiva (Žižek, 2001: 84). Concediéndole el estatuto de un acto simbólico con el que se podía dar forma a un nuevo significante-amo, en un principio en Žižek el término funcionaba como una herramienta clave del procedimiento crítico-ideológico concebido en estrecho diálogo con la obra de Ernesto Laclau. No obstante, como sugiere atinadamente Bruno Bosteels, lo que en contrapartida el filósofo de Liubliana conceptualiza hoy día como Acto implica “la posibilidad de una transformación política radical del estado de cosas existente” (2011: 176), de —como dice el propio autor— “una intervención trans-estratégica ‘excesiva’ que redefine las reglas y los contornos del orden existente” (Žižek, 2006d: 116). De la elaboración de un procedimiento crítico-ideológico para la radicalización de la democracia a la formulación de una teoría del Acto stricto sensu con la que se busca dar nueva vida al comunismo: éste es el itinerario que en Žižek recorre el término. A diferencia del Acting-out, el passage à l’acte y el acto simbólico, el Acto qua Acto apunta entonces a “reestructurar las coordenadas simbólicas mismas de la situación del agente: se trata de una intervención en el curso de la cual la propia identidad del agente cambia radicalmente” (Žižek, 2001: 85). Si bien el Acto comparte con el passage à l’acte el no enviar ningún tipo de mensaje cifrado al gran Otro y por tanto conlleva una cierta salida de la escena simbólica —cosa que el Acting-out no—, se diferencia por implicar una responsabilización por lo que es llevado a cabo. En el contexto de la clínica, el passage à l’acte no significa un paso adelante en la dirección de la cura —es decir, del fin del análisis, de la asunción de la posición del analista, de la identificación con el sinthome, de la deslegitimación del sujet supposé savoir sobre el que se erige la transferencia— puesto que implica una salida defensiva del orden simbólico que no promueve la conscientización y la reelaboración del deseo y la fantasía —el pasaje al acto es eminentemente psicótico porque se plasma en explosiones impotentes en las que el sujeto se desencadena sin producir sentido, sin significar. Contrariamente al sujeto del passage à l’acte, al ponerse “a sí mismo como su propia causa” (Žižek, 2002: 402), el sujeto del Acto consigue dominar sus deseos y fantasías. En lo fundamental, son tres los componentes categoriales que posee el Acto político žižekiano: la posibilitación de lo imposible, la traversée du fantasme y la fidelidad a los principios. Considerado desde las coordenadas simbólicas de las que emerge, el Acto es imposible. En lo que consiste un Acto es en hacer retroactivamente posible, en posibilitar a posteriori, lo que sin más, desde un determinado punto de vista, se presenta como imposible. La particularidad del Acto es que suspende el “hueco entre el mandamiento imposible y la intervención positiva”: es imposible no en el sentido de que no puede ocurrir sino “en el sentido de lo imposible que ocurrió” (Žižek, 2006d: 115). Un acto no ocurre simplemente dentro del horizonte dado de lo que parece ser “posible”; él redefine los contornos mismos de lo que es posible (un acto cumple lo que, dentro del universo simbólico dado, parece ser “imposible”, pero cambia sus condiciones de manera que crea de manera retroactiva las condiciones de su propia posibilidad) (Žižek, 2003b: 132). En otras palabras, el Acto político es inverosímil hasta que se vuelve inevitable —lo que es tanto como decir que, más que el arte de lo posible, la política constituye un arte de lo imposible: cuando es auténtica, ella cambia los parámetros de lo posible en una determinada constelación. Lo que se le plantea a quien actúa es la necesidad de asumir un gran riesgo, la necesidad de dar un paso al vacío sin garantía de éxito alguno. Sólo así, mediante el enfrentamiento de un callejón sin salidas, mediante el ataque violento al gran Otro pero también a uno mismo —sin esto último, claro está, el Acto no sería más que una rearticulación del orden simbólico que cambia todo para que en verdad nada tenga que hacerlo—, es que puede “despejar[se] el terreno para un nuevo comienzo” (ibídem: 133). Ahora bien, la alteración retroactiva del orden simbólico no es suficiente para que un fenómeno determinado alcance el estatuto de Acto. Žižek afirma en El espinoso sujeto que “en este punto resulta esencial introducir una distinción adicional: para Lacan, un verdadero acto no solo cambia retroactivamente las reglas del espacio simbólico, sino que también perturba la fantasía subyacente” (Žižek, 2002: 217). Efectivamente, la traversée du fantasme es la otra parte integral de todo Acto. Y el hecho de que el atravesamiento de la fantasía ideológica que regula la estabilidad del orden simbólico sea un componente clave del Acto, refuerza la idea de que éste no es asimilable al passage à l’acte o al Acting-out. Al no dirigir ninguna clase de mensaje cifrado al gran Otro, al identificarse plenamente con la fantasía, al aceptar la inconsistencia del no-todo que es inherente a la realidad simbólica, quien actúa asume de manera resuelta su responsabilidad en el revelamiento del carácter ideológico del campo que sustenta las (falsas) elecciones que en su contexto se presentan como posibles, en la definición de las coordenadas de lo que —en teoría— no debe ni puede hacerse. El último componente de todo Acto se relaciona con el hecho de que no existe una temporalidad a él intrínseca: “el Acto sólo es concebible como la intervención de la Eternidad en el tiempo” (Žižk, 2012: 427). En lo que a esto respecta, Žižek reivindica un decisionismo próximo al que Rosa Luxemburg supo esgrimir “en contra de los revisionistas” (Žižek, 2005: 182). El Acto posee siempre algo de emergencia: quien actúa se arriesga y sin legitimación alguna se compromete dando un paso al vacío en una suerte de apuesta pascaliana. Vale decir, el Acto conlleva el convencimiento de que no es necesario pedir ninguna clase de permiso al gran Otro —“la búsqueda de garantías es el miedo al abismo del acto” (Žižek, 2004: 11), dice el esloveno. No hay que esperar a que las condiciones estén maduras ya que no existe algo como el tiempo del Acto: éste consiste en una oportunidad que surge —o mejor dicho, que se hace surgir— y que en tanto tal no hay que dejar pasar de largo. Con todo, apelando a la terminología badiousiana de Bosteels podría decirse que aquello que guía al Acto žižekiano es “una obstinada fidelidad a los principios sin importar las consecuencias” (2011: 191). Ciertamente, el Acto implica que por más que la causa de uno esté perdida es preciso continuar demostrando fidelidad y persistir en ella, pues las “derrotas del pasado acumulan la energía utópica que explotará en la última batalla: la ‘maduración’ no está a la espera de circunstancias ‘objetivas’ para alcanzar la madurez, sino de la acumulación de derrotas” (Žižek, 2011: 402). Tal como Žižek ha sugerido recientemente, sólo a través de esta obstinada fidelidad a los principios es que, a fin de cuentas, puede darse con las “señales del futuro” (Žižek, 2013: 174). En suma, el Acto político žižekiano se enmarca en una concepción materialista de la ontología y se basa en la posibilitación retroactiva de lo imposible, en el atravesamiento de la fantasía ideológica y en el compromiso que con él asume quien lo ejecuta. Dicho de otro modo, el Acto implica un movimiento de destitución subjetiva que, gracias a suponer la lógica del goce femenino del no-todo —lógica ésta que permite reparar en la inexistencia del gran Otro—, torna asequible lo Real que sobredetermina las coordenadas imaginario-simbólicas de la realidad y altera a éstas radicalmente. Para dar cuenta de las especificidades que posee el Acto político, el pensador oriundo de Liubliana recurre en sus textos a un amplio espectro de modelos tomados de la literatura y la historia —Antígona, Lenin, Medea, Heidegger, Sygne de Coûfontaine, etc. En El resto indivisible invoca al Dios schellingiano y en una ocasión llegó a referirse al propio Lacan como al sujeto de su Acto, quien como es sabido en 1979 disolvió abruptamente la École Freudienne de Paris —es decir, “su agalma, su propia organización, el espacio mismo de su vida colectiva” (Žižek, 2003b: 133). No obstante, las mejores modulaciones del Acto político son aquellas que el autor realiza a través del cine. A decir verdad, a la hora de explicar qué es un Acto el cine puede ser mucho más efectivo, más real que lo que acontece en la realidad misma, que algo como lo intentado en las páginas precedentes. Me interrumpo y concluyo aquí por lo tanto con la escena retrospectiva de The Usual Suspects (1995), en la que el personaje de Keyser Söze encuentra en su casa a su mujer e hija amenazadas a punta de pistola y en vez de rendirse ante los captores o intentar neutralizarlos opta por patear el tablero de lo posible y acudir al gesto radical (e inesperado) de matarlas a ambas. Sólo un violento y autodestructivo Acto como éste, apunta Slavoj Žižek, es lo que puede despejar el terreno para un nuevo comienzo. Referencias Bosteels, B. (2011), The Actuality of Communism, Londres y Nueva York, Verso. Žižek, S. (2001), On Belief, Londres y Nueva York, Routledge. Žižek, S. (2002), El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política, Buenos Aires, Paidós. Žižek, S. (2003a), Las metástasis del goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad, Buenos Aires, Paidós. Žižek, S. (2003b), “¿Lucha de clases o posmodernismo? ¡Sí, por favor!”, en: Butler, J., Laclau, E. y Žižek, S., Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Žižek, S. (2004), Repetir Lenin, Madrid, Akal. Žižek, S. (2005), El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo, Buenos Aires, Paidós. Žižek, S. (2006a), Arriesgar lo imposible. Conversaciones con Glyn Daly, Madrid, Trotta. Žižek, S. (2006b), Visión de paralaje, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Žižek, S. (2006c), Órganos sin cuerpo. Sobre Deleuze y consecuencias, Madrid, Pre-Textos. Žižek, S. (2006d), Irak. La tetera prestada, Buenos Aires, Losada. Žižek, S. (2011), En defensa de causas perdidas, Madrid, Akal. Žižek, S. (2012), Less Than Nothing. Hegel and the Shadow of Dialectical Materialism, Londres y Nueva York, Verso. Žižek, S. (2013), El año que soñamos peligrosamente, Madrid, Akal.
Slavoj Žižek, The Pervert’s Guide to Cinema [1]
I
II
III
NOTAS
[1] Lo que sigue es una versión modificada y ampliada de artículos aparecidos previamente en International Journal of Žižek Studies, Vol. 7, N° 3, bajo el título de “Act or Revolution? Yes, Please!” y Razón y Revolución, N° 26, bajo el título de “¿Acto o revolución? ¡Sí, por favor! Slavoj Žižek y la persistencia del marxismo” (pp. 31-44).