La libertad de expresión en silencio: Un análisis ético y psicoanalítico
A Quiet Place | John Krasinski | 2018
Fernando González y Galán

Universidad Autónoma de Asunción, Paraguay

fgygalan@gmail.com

Introducción

La película A Quiet Place (2018), coescrita y dirigida por John Krasinski, y protagonizada por Emily Blunt, John Krasinski, Millicent Simmonds, Noah Jupe, y Cade Woodward, presenta un mundo donde el silencio es la clave para la supervivencia. El éxito de la película animó a estrenar dos películas más. A Quiet Place. Part II (2021) también dirigida por John Krasinski y A Quiet Place. Day One (2024) en esta ocasión dirigida por Michael Sarnoski. La película A Quiet Place (2018), sigue a una familia que debe permanecer en completo silencio para evitar ser detectada por criaturas sensibles al sonido. Más allá de su impacto dentro del género de terror y ciencia ficción, A Quiet Place puede interpretarse como una alegoría de contextos en los que la libertad de expresión es suprimida. La presencia de los monstruos hipersensibles al sonido puede entenderse como una representación de regímenes políticos y estructuras sociales que imponen el silencio como mecanismo de control. En este sentido, la película permite explorar la relación entre el miedo, la censura y la restricción de la autonomía individual.

El Silencio como Mecanismo de Dominación

El universo de A Quiet Place ilustra cómo la supresión de la comunicación verbal no solo es una estrategia de supervivencia, sino también una forma de dominación. En la película, el más mínimo ruido puede desencadenar una respuesta letal por parte de los monstruos, lo que obliga a los personajes a vivir bajo una constante vigilancia y autocensura.

Desde una perspectiva simbólica, esto puede compararse con contextos políticos y sociales donde el miedo impide la expresión libre. La coacción ejercida por estos “monstruos hipersensibles” recuerda a regímenes en los que cualquier manifestación de disidencia es castigada de manera extrema. La película sugiere que el control absoluto sobre la expresión conduce a la deshumanización, ya que restringe la capacidad de agencia y la autodeterminación de los individuos.

La Supresión de la Expresión y sus Implicaciones Psicológicas

El silencio forzado en la película no solo representa una limitación física, sino que también tiene profundas implicaciones psicológicas. La falta de comunicación verbal afecta la manera en que los personajes interactúan entre sí, impidiendo la construcción de relaciones genuinas basadas en la libre expresión de emociones y pensamientos.

Desde una perspectiva psicoanalítica, la imposición del silencio puede entenderse como una forma de represión que genera angustia y trauma. En A Quiet Place, los protagonistas viven en un estado de tensión permanente, incapaces de manifestar libremente su dolor, miedo o alegría. Esta dinámica se asemeja a sociedades donde la censura y el miedo a represalias limitan la expresión de la subjetividad humana, generando individuos alienados y emocionalmente reprimidos.

La Exclusión de lo Humano y la Imposibilidad del Diálogo

Otro aspecto relevante es la manera en que el silencio impuesto por los monstruos excluye lo humano del espacio social. La película muestra cómo los personajes deben adaptarse a una existencia clandestina, refugiándose en el aislamiento para evitar ser exterminados.

A Quiet Place | John Krasinski | 2018

Este escenario recuerda a contextos históricos y actuales en los que ciertos grupos han sido sistemáticamente perseguidos, silenciados y marginados cuando no exterminados. La imposibilidad del diálogo no solo impide la resolución de conflictos, sino que también profundiza las divisiones sociales, transformando la convivencia en un espacio de violencia simbólica. En A Quiet Place, la única forma de comunicación segura es el lenguaje de señas, lo que puede interpretarse como una metáfora de cómo, en sociedades opresivas, la comunicación debe recurrir a formas alternativas y clandestinas para sobrevivir.

El Silencio y la Falta de Espacios para la Alegría

En este contexto de represión, también se observa la ausencia de elementos esenciales de la experiencia humana, como el sentido del humor y la espontaneidad. La película sugiere que en un mundo donde el silencio es obligatorio, no hay lugar para la risa ni para la expresión libre de emociones positivas.

Este aspecto resuena con la idea de que los sistemas opresivos no solo buscan suprimir la disidencia política, sino también la capacidad de las personas para experimentar la vida en su plenitud. La restricción de la expresión no solo afecta al ámbito político, sino también la dimensión afectiva y emocional de los individuos, privándolos de la posibilidad de vivir con autenticidad.

Objetivos en perspectiva

La metáfora presentada en A Quiet Place invita a reflexionar sobre las implicaciones éticas de la censura y el silenciamiento en las sociedades contemporáneas. La película pone en evidencia cómo el miedo puede ser utilizado como una herramienta para controlar y someter a las personas, restringiendo su capacidad de expresión y su autonomía. Desde esta perspectiva, A Quiet Place no es solo un thriller de terror, sino también una representación simbólica de la lucha por la libertad de expresión en un mundo donde el silencio puede ser tanto una estrategia de supervivencia como un mecanismo de opresión. Su análisis nos permite entender mejor las dinámicas del poder, la censura y la resistencia, y nos recuerda la importancia de preservar los espacios de diálogo y libre expresión en nuestras sociedades. Desde el psicoanálisis, el silencio en A Quiet Place puede interpretarse como una manifestación de la represión y sus efectos en el psiquismo humano. Sigmund Freud planteó que la represión es un mecanismo de defensa mediante el cual los pensamientos y emociones inaceptables son empujados al inconsciente, generando tensión psíquica y síntomas neuróticos. En la película, el silencio impuesto no solo es una estrategia de supervivencia, sino también una forma de censura emocional que impide a los personajes procesar su angustia y trauma. La falta de comunicación verbal recuerda a lo que Jacques Lacan denominó la imposibilidad del "acceso al lenguaje" como vía de estructuración del sujeto. Según Lacan, el lenguaje es el medio a través del cual el individuo se inscribe en el orden simbólico y construye su identidad (Lacan, 2013). En A Quiet Place, el lenguaje está severamente restringido, lo que puede interpretarse como una metáfora de un sujeto atrapado en el "orden de lo real", donde la angustia es constante y no puede ser simbolizada ni elaborada. Además, el miedo que los personajes experimentan se asemeja a la angustia ante lo ominoso (Das Unheimliche), concepto freudiano que describe la sensación de inquietud provocada por lo familiar que se torna extraño (Freud, 2007a). En este caso, el sonido, elemento fundamental de la comunicación humana, se convierte en una amenaza mortal, generando un mundo donde lo cotidiano ha sido distorsionado en una experiencia de terror y opresión. El trauma también es central en la historia. La pérdida de seres queridos y la constante tensión por sobrevivir sin poder expresar libremente sus emociones afectan profundamente a los personajes. Desde una óptica psicoanalítica, la imposibilidad de elaborar el duelo a través de la palabra puede llevar a una repetición traumática, donde el miedo y la represión se perpetúan. La película muestra cómo el trauma se hereda, ya que los niños crecen en un ambiente donde la prohibición del sonido es absoluta, replicando en su comportamiento los efectos de una represión que trasciende generaciones. A Quiet Place no solo plantea una reflexión ética sobre la censura y el silenciamiento, sino que también permite una lectura psicoanalítica sobre los efectos de la represión, el trauma y la angustia. La película ilustra cómo la negación de la expresión individual no solo limita la autonomía, sino que también afecta la estructura psíquica del sujeto, generando una existencia marcada por el miedo y la imposibilidad de simbolizar el sufrimiento. En los sentidos planteados, el presente trabajo tiene como objetivo analizar A Quiet Place desde dos enfoques complementarios, a saber, la perspectiva ética y la psicoanalítica. La primera permitirá examinar las implicaciones morales del silenciamiento forzado y su relación con el poder y la censura. La segunda abordará el impacto del silencio en la psique de los personajes, explorando conceptos como la represión, el trauma y la angustia. A continuación, se desarrollarán ambas perspectivas para ofrecer una lectura más profunda de la película y su simbolismo.

Perspectiva ética
La libertad de expresión como derecho fundamental

La libertad de expresión queda establecida en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:

“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión” (Río Santos, 2022).

En este sentido, se considera a la libertad de expresión como un derecho fundamental que permite a los individuos expresar sus ideas, opiniones y creencias sin temor a represalias o censura. Este derecho es esencial no solo para el desarrollo individual, sino también para el progreso de la sociedad en su conjunto.

En la película A Quiet Place (2018), los miembros de la familia Abbott intervienen las acciones mutuas para evitar el mal mayor de perecer ante los monstruos, pero desde un punto de vista ético ¿es tal intervención apropiada? ¿es justificable intervenir en la libertad de acción de los demás como se observa en la película? John Stuart Mill, uno de los clásicos en pro de la defensa de la libertad según las palabras de Isaiah Berlin, en su obra Sobre la libertad (1859), expone que la única razón para que el poder pueda ser ejercido legítimamente sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada, contra su voluntad, es evitar el daño a los demás (Sobre la libertad, 2023). En este sentido, sí sería justificable en el contexto de A Quiet Place (2018) limitar la libertad de expresión encauzándola hacia el lenguaje de señas para evitar el mal mayor del daño a los demás ya que ante cualquier ruido podrían perder la vida.

La libertad de pensamiento y expresión, el valor de la diversidad de opiniones, la importancia de la individualidad y la autonomía personal que defiende John Stuart Mill son encaminadas en el film A Quiet Place a través de la comunicación no verbal y el lenguaje de señas. Sin embargo, la acción que se realiza bajo la justificación de evitar el daño a los demás no siempre está tan clara en la realidad y, en ocasiones, oculta intereses particularistas representando serios peligros tanto para la democracia como para, sobre todo, los derechos humanos.

Giorgio Agamben en su libro Estado de excepción (2005) aborda cómo los estados modernos han utilizado el estado de excepción para suspender derechos fundamentales bajo la justificación de la seguridad y la preservación de la vida. De hecho, en la perspectiva del autor italiano el paradigma al que tratan de adecuarse cada vez más los gobiernos contemporáneos es el del estado de excepción. De esta forma, un instrumento, en principio, creado para situaciones temporales, termina convirtiéndose en algo perpetuo y central en la vida pública (Agamben, 2005a). De alguna manera, en A Quiet Place así ocurre; el estado de excepción, que consiste en la imposición del silencio por los monstruos hipersensibles al ruido, es permanente para la vida de la familia Abbott y no parece tener fin. Para Agamben, las tradicionales “dictaduras” han ido mutando camaleónicamente hacia sutiles formas de gobernanza donde el estado de excepción resulta tan normal como imperceptible para la ciudadanía. Ello porque el camino que elige el estado de excepción para justificarse es mediante la necesidad. En A Quiet Place la necesidad del silencio. La necesidad, para Agamben, se reduce, en este proceso de validar la excepción, a una decisión que además no dispone a la capacidad jurídica para dirimir de acuerdo a la ley sino de acuerdo a la sustitución de una laguna en la ley que cubre el estado de excepción. El ejecutivo no sólo ejecuta, sino que también “legisla” sin atender a la ley porque esta padece una fractura, una laguna (Agamben, 2005b). De esta forma, tal ejecución sin atender a la ley establece sutilmente el estado de excepción que, por ejemplo, aparece en A Quiet Place, a saber, la imposición del silencio y la preeminencia de los monstruos. La ley aquí representa la salvaguardia de los derechos fundamentales y su laguna dispone la excepción totalitaria y monstruosa contra la vida humana toda.

El dilema ético en A Quiet Place: un “ethos” para la supervivencia humana, arena bajo pies descalzos.

La arena bajo los pies descalzos de A Quiet Place (2018) nos remite a la ausencia de calzado, de ruidosa industria no sólo la que lo fabrica, sino la que lo transporta para su venta y exhibición en escaparates, pasarelas junto a todo tipo de certámenes y celebraciones [1].

A Quiet Place | John Krasinski | 2018

A Quiet Place (2018) se puede apreciar tal vez como una película que conjuga grados de terror y suspense en una familia, los Abbott, que trata de sobrevivir en un cosmos postapocalíptico donde criaturas monstruosas persiguen a través de la más ínfima resonancia. Estas criaturas son ciegas, pero lejos de asumir su limitación congénita, su capacidad de audición no las civiliza, y como un reflejo de los humanos que pudiendo escuchar para bien no lo hacen, se convierten en violentas monstruosidades. Así, su disposición para descubrir el más exiguo susurro, vincula al eco con una proximidad mortífera. La vida de la familia ha cambiado drásticamente bajo el temblor de caer en cualquier imperceptible murmullo. La comunicación ya no es hablada sino por señas. Los gestos que evitan el ruido manifiestan a su vez la importancia del lenguaje corporal y de la mirada en la interacción humana. Tampoco utilizan calzado para caminar. Sobre la arena, colocada al efecto de amortiguar el ruido, van descalzos. Así, aprecian sus pasos aliviados en el silencio de un confiado apoyo. La arena actúa como un manto protector, velando a cada paso y permitiendo el movimiento sin atraer la atención de las criaturas monstruosas. A su vez, la arena bajo los pies descalzos dispone un refugio sereno en medio del peligro constante y una forma de preservar la seguridad en un infinito amenazador. Caminar descalzos sobre la arena muestra la adaptación a un entorno extremo donde el sonido es mortal acomodando una vida cautelosa y expresando la vulnerabilidad y la fragilidad humana en el cruel nuevo orden mundial. Desprovista de la protección que cotidianamente brinda el calzado, la familia Abbot vive más consciente de cada paso que da vinculándose más profundamente con la naturaleza y recordando la fragilidad de la vida. La acción de caminar descalzos por los senderos de arena parece una especie de ritual diario, una rutina necesaria para sobrevivir en un esfuerzo constante de la familia por mantener su vida dentro de un delicado equilibrio. Ese esmero se traslada también al uso de materiales suaves en sus muebles, evitando cualquier actividad que pueda causar un sonido fuerte. Incluso las diligencias más rutinarias, como comer o moverse dentro de la casa, se realizan con un cuidado extremo. El hogar, como se describe, ha sido adaptado al fin de la supervivencia impidiendo al máximo que se pueda oír toda estridencia, todo balbuceo. Cada alcoba y sobre todo el sótano, se ha dispuesto para atenuar los sonidos, creando un espacio donde pueden comunicarse o realizar tareas que en otras condiciones harían ruido.

El silencio conseguido con gran esfuerzo sustituye a todas las armas imaginables como el único bien esencial para el resguardo de la vida. Mediante el silencio, la familia, puede defenderse de forma eficaz. Pero la llegada de una nueva vida en su estado más primigenio no admite monstruos y cuando Evelyn, la madre, está a punto de dar a luz, la convivencia se ve obligada a idear formas ingeniosas que eviten la monstruosa letalidad por los gritos del parto. El ruido resulta letal en el universo de “A Quiet Place” donde los personajes luchan por la supervivencia mediante la adaptación y el sacrificio en una trama que explora la constante disputa para estar a salvo. La permanente amenaza inhumana junto a la necesidad de protección y salvaguardia crea la tensión que inspira la narrativa bajo el imperio del silencio. En efecto, en “A Quiet Place” la necesidad de silencio limita el lenguaje, tensa las emociones y genera una elevada dependencia en la convivencia. La restricción de la comunicación verbal limita la expresividad y la riqueza del lenguaje hablado. Aunque pueden comunicarse mediante señas, la falta de tono de voz y la imposibilidad de gritar en situaciones de peligro inmediato aumenta la sensación de impotencia y, en consecuencia, produce que las emociones sean extremadamente tensas. Ello ocurre porque habitualmente, en condiciones saludables, las emociones encuentran alivio cuando pueden expresarse abiertamente; pero la necesidad constante de estar en alerta y de suprimir cualquier ruido genera una tensión emocional considerable. Esto se refleja en la dinámica familiar, donde los conflictos y el dolor deben ser manejados en silencio, lo que a veces lleva a malentendidos o resentimientos no expresados. Además, la comunicación no verbal intensifica la interdependencia entre los personajes. Cada mirada, cada gesto, se vuelve vital para entender las necesidades y las intenciones de los demás. Esta forma de comunicación refuerza los lazos familiares, pero también puede crear una carga emocional adicional, ya que cada miembro de la familia siente la presión de proteger a los demás en todo momento. La arena, además, devuelve la vida humana a un lugar donde los monstruos de la polución sonora no pueden existir.

A Quiet Place | John Krasinski | 2018

En un tiempo de altísimos niveles de contaminación de ríos, mares, aire, luz artificial, ruidos y músicas estridentes de unos humanos despiadados contra la calma del silencio y el sosiego del encuentro con lo divino en cada cual, aparecen los monstruos como se ven en la tercera película de la saga: A Quiet Place Day One (2024). Los monstruos surgen en un contexto de colosal masificación urbana donde la contaminación acústica es consecuencia de un excedido y feroz desarrollo desconsiderado con la tranquilidad que requiere la vida y el respeto al medio ambiente. Allí, lejos de la libertad de expresión, en el vicio de la idolatría al insostenible y altísimo decibelio, parece vivirse en libertinaje de expresión. ¿Cada vez que hay humanos en modo libertinaje aparecen los monstruos para restablecer la libertad? Se diría que la película A Quiet Place (2018) podría estar respondiendo afirmativamente resolviendo el dilema al plantear una serie de disposiciones alternativas a la imposición del silencio restrictiva de la libertad de expresión, pero sin caer en el libertinaje para evitar el caldo en el que aparezcan los monstruos. Alternativa ante la cual, los monstruos, “harían la vista gorda”; representándose en el film por su ausencia de visión.

Se puede así entender que la libertad de expresión es tan inherente a la vida humana que, aunque ésta se restrinja mediante la imposición del silencio, ella buscará caminos por los que abrirse paso. La libertad de expresión se presenta como una cualidad anímica irreductible, genuina de lo auténticamente humano. Frente a ella el monstruo ciego que no puede ver porque carece del órgano de la visión.

El film parece transmitir con ello que cuando la libertad de expresión se restringe, no es sino por falta de capacidad para ver, discernir, reflexionar, comprender, proveer. Ya en la tradición egipcia, el Ojo de Horus, significaba volver a la vida gracias a la recuperación del órgano de la visión. Más tarde, el cristianismo lo empleó para simbolizar la capacidad de proveer propia de la providencia divina que es “justa” al cuidar la libertad humana cuando ésta se aviene a la ley de Dios, pero es monstruosa cuando se aparta de Él. “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 Pedro 3:12 Reina Valera 1960 12).

En A Quiet Place los personajes buscan evitar padecer el mal de no ver que sufren los monstruos, mediante formas alternativas de expresión, por ejemplo, el lenguaje de señas. En la película A Quiet Place (2018), la protagonista sorda es Regan Abbott, interpretada por la actriz Millicent Simmonds. El lenguaje de señas, que la familia utiliza habitualmente para comunicarse con Regan, ahora debe ser empleado en todo momento para poderse avisar y expresar. Regan dispone así de una ventaja y una perspectiva única en su entorno, pero al mismo tiempo una limitación. Por ejemplo, en la escena del puente, Regan, que camina justo delante de su hermano pequeño Beau, no puede escucharlo. Y cuando Beau activa accidentalmente un juguete que hace ruido, atrayendo a una de las criaturas, Regan no lo oye y no puede rescatarlo. La familia, tal vez acostumbrada a la libertad de expresión habitual no basada en el lenguaje de señas, pierden la noción del cuidado olvidando que Beau Abbott, el hijo menor de la familia, lleva ese juguete. La actuación de Millicent Simmonds, quien es sorda en la vida real, fue ampliamente elogiada por su autenticidad y por cómo su personaje aportaba una representación significativa de las personas con discapacidades auditivas en el cine.

Todo ello permite sugerir la tesis de que la libertad de expresión, al estilar el lenguaje de señas, puede ser adaptativa aún en contextos extremos. Y, sobre todo, en este sentido, como ya se apuntó, que la libertad de expresión es inherente a la preservación de la vida humana por hallarse estrechamente vinculada a la vida anímica, al inconsciente; ello se verá en el siguiente epígrafe dedicado a la “perspectiva psicoanalítica”.

Perspectiva psicoanalítica

En este trabajo, el abordaje psicoanalítico de A Quiet Place se inscribe dentro de una lógica de lectura simbólica y cultural, en la que los conceptos del psicoanálisis se utilizan de manera metafórica para interpretar la historia y sus significados latentes. No se pretende aplicar un marco clínico en el sentido estricto del diagnóstico psicoanalítico, como si los personajes del film fueran pacientes reales. El análisis se enfoca en explorar cómo ciertos elementos narrativos y visuales de la película pueden relacionarse con nociones psicoanalíticas, tales como la represión, el retorno de lo reprimido o el acting out. En este sentido, las referencias a estructuras psíquicas como la neurosis o la psicosis no buscan clasificar a los personajes dentro de categorías clínicas, sino que sirven para interpretar simbólicamente la dinámica del silencio, el miedo y la imposibilidad de la expresión en el universo del film. Desde esta perspectiva, la película es leída como una representación de conflictos psíquicos y sociales que pueden resonar con los conceptos del psicoanálisis, sin perder de vista que se trata de una obra de ficción y no de un caso clínico real.

La represión y el retorno de lo reprimido

Desde una perspectiva psicoanalítica, la libertad de expresión se puede vincular con la necesidad humana de comunicarse y expresarse. Sólo así es posible acceder de algún modo al incognoscible inconsciente generando, gracias a ello, algo de salud y aliviando la pesada carga anímica del alma humana. En A Quiet Place, la represión del habla y el sonido puede interpretarse como una forma de fracaso de la represión de lo inconsciente provocada por la persistencia de los monstruos que impiden el habla y cualquier sonido. La represión se define como la “operación por medio de la cual el sujeto intenta rechazar o mantener en el inconsciente representaciones (pensamientos, imágenes, recuerdos) ligados a una pulsión. La represión se produce en aquellos casos en que la satisfacción de una pulsión (susceptible de procurar por sí misma placer) ofrecería el peligro de provocar displacer en virtud de otras exigencias” (Laplanche et al., 1996). Además, Freud sostenía que la represión es un mecanismo de defensa que protege al individuo de pensamientos y deseos inaceptables. Pero en la película, la represión no consigue proteger a los protagonistas por no poder impedir que nazcan sensaciones de displacer o de angustia ante los monstruos que están todo el tiempo, presentes, acechando ante cualquier mínimo susurro. Esta situación de fracaso del mecanismo de defensa basado en la represión coincide con uno de los mayores objetos de interés para el psicoanálisis, a saber, el retorno de lo reprimido bajo la forma de síntomas, los “monstruos”, que posibilita dar cuenta, a través del fracaso de la represión, de la represión misma.

Acting out: supervivencia y violencia

Sin embargo, sabemos que tras ese retorno existen deseos inconscientes ligados a las primeras experiencias que tienden a realizarse mediante los síntomas que, en ocasiones, pueden aparecer como “actuaciones” muy propias de las neurosis. Si bien las “actuaciones” o el “acting out” puede estar presente tanto en la neurosis como en la psicosis, en su naturaleza y en su función difieren significativamente. En general, el “acting out” es más característico y frecuente en estructuras neuróticas, donde sirve como un mecanismo de defensa para manejar conflictos internos y ansiedad a través de acciones que representan la satisfacción de deseos no reprimidos exitosamente. En la película A Quiet Place aparecen dos tipos de “actuaciones”. En primer lugar, aquellas que expresan algo interior que no ha sido puesto de manifiesto verbalmente en comunicación con el otro, por transferencia, retornando lo reprimido, encaminadas a sobrevivir y comunicarse manejando así el conflicto de tener que vivir en el régimen de silencio, no poder transferir correctamente, de no lograr exitosamente la represión. Y, en segundo lugar, las que como “paso al acto” expresan impulso violento, agresivo, delictivo donde el sujeto monstruoso del film pasa de una insuficiente representación al acto propiamente dicho de asesinar a cualquiera que haga un ruido (Freud, 2007b). En la psicosis, aunque también pueden ocurrir conductas que podrían considerarse “acting out”, estas suelen ser más desorganizadas y directamente influenciadas por la alteración de la percepción de la realidad, careciendo del componente simbólico y de elaboración que se observa en la neurosis. Sin embargo, esta perspectiva podría deberse a que “la dificultad de ubicar el acting out en las psicosis responde a pensarlo a la luz de la clínica de las neurosis, siendo necesaria la comprensión de los elementos que allí se presentan en la estructura psicótica, tal como el sujeto barrado, la escena, el mundo, el Otro, el objeto a, entre otros” (Vargas, 2019).

Histeria de conversión, juego y silencio en la familia

¿A Quiet Place se parece más a una situación de neurosis que a una de psicosis? El extraordinario despliegue simbólico a causa del mutismo o silencio, la falta de audición, la ceguera, que son temas, por cierto, centrales en el film dirigido por John Krasinski, podrían relacionarse más bien con los síntomas habituales de la histeria de conversión. Si bien existen múltiples cuadros clínicos para la histeria, los principales son o bien de conversión o bien de angustia. Mientras en la angustia suele una fobia originar la histeria, en la conversión el conflicto inconsciente se manifiesta a través de síntomas físicos que no tienen una base médica orgánica. Estos síntomas suelen ser el resultado de la represión de emociones o conflictos que el individuo no puede expresar de otra manera. Los síntomas pueden abarcar diferentes manifestaciones. La parálisis, en tanto que pérdida de la función motora en una parte del cuerpo, como un brazo o una pierna, sin causa neurológica identificable. La ceguera o sordera como pérdida temporal de la visión o la audición, a pesar de que no haya daño en los órganos sensoriales. Las convulsiones, es decir, episodios que pueden parecer ataques epilépticos, pero que no están asociados con una actividad eléctrica anormal en el cerebro. Las afasias como dificultad para hablar o pérdida completa del habla, sin que haya un daño cerebral evidente. Las pérdidas de la sensibilidad por falta de sensación en partes del cuerpo, como la piel, sin que haya una causa médica clara. Los movimientos involuntarios, movimientos anormales o temblores que no pueden explicarse por ninguna enfermedad neurológica. Los tics o espasmos musculares, es decir, movimientos repentinos e involuntarios que no están relacionados con ninguna condición médica diagnosticable. Las anestesias o analgesias, pérdida de sensibilidad al dolor en áreas específicas del cuerpo, sin una razón médica. Estos síntomas suelen estar asociados con un evento o situación emocionalmente perturbadora, y la persona no tiene un control consciente sobre ellos (Shorter, 1993).

En la película A Quiet Place se observan al menos tres de estos síntomas: la ceguera en los monstruos que no pueden ver y la sordera junto a la afasia en la protagonista Regan Abbott. En la terapia psicoanalítica se trabaja para descubrir el conflicto emocional subyacente que ha sido “convertido” en un síntoma físico. Es curioso, en la escena del puente, advertir que Regan Abbott no es capaz de oír a su hermano pequeño cuando accidentalmente enciende uno de sus juguetes, pero también llama la atención que, en lugar de caminar detrás de él, o bien ella o bien algún adulto, dejen al pequeño Beau Abbott detrás del todo. Ese descuido u olvido ¿podría implicar cierto abandono o falta de cuidado tanto en la infancia de Beau como de Regan? En la escena del supermercado, cuando al inicio de la película la familia se abastece, el pequeño aparece con el juguete, un pequeño avión que lleva puestas las pilas. El padre, Lee Abbott, rápidamente se percata retirando el avión al niño y sacando las pilas del juguete. Pero cuando sale la familia, Regan y Beau quedan dentro, momento que aprovecha Regan para devolver el juguete avión a Beau deshaciendo la acción del padre. Poco después sale Regan y quedando sólo Beau dentro del supermercado, sin que nadie le vea, toma las pilas que más tarde accionarán el sonido del juguete que le llevará a la muerte. La “actuación” de Regan contribuye a que sus limitaciones sean las que se tengan sola y exclusivamente en cuenta dentro de la familia, sobre todo una vez desaparecido Beau que al ser el más pequeño, podría requerir de mayor atención. ¿Latería en el ánimo de la familia algo muy angustioso vivido con ese hermano pequeño quizá cuando nació? ¿Su nacimiento hizo aflorar un conflicto sin resolver en la hermana mayor, Regan Abbott, que la llevó a ésta a desobedecer la acción del padre? Hay que tener presente que toda la película gira en torno a la patología de Regan Abbott de no oír y no hablar, pero también, sobre todo, a la patología de la ceguera de los monstruos hipersensibles al sonido, a los que Beau “retó”. Desaparecido éste, toda la familia refuerza aún más sus “actuaciones” en torno a las limitaciones de Regan Abbott, utilizando sólo el lenguaje de señas.

Esa extremada sensibilidad al sonido puede esconder gran ansiedad, quizá ante el lloro de un niño que nace. Una irritación colosal ante el llanto de una criatura de apenas algún mes de vida por una grave incapacidad para el manejo parental de las necesidades del bebé. O una gran envidia en la hermana que, acaso por la conversión de un trauma en drama físico, no puede ni oír, ni hablar como, curiosamente, sí puede el hermano Beau, que al ser el más pequeño es a la vez el más desamparado, indefenso, rivalizando en atención, por las insuficiencias de un niño pequeño, con la hermana Regan [2]. Todo lo que se debió hacer y no se hizo para calmar el llanto del bebé, para lograr el silencio, se ha transformado, en la película, en una serie de “actuaciones” encaminadas a lograr un sigilo, un sosiego, que, en su momento, tal vez, fueron imposibles por vivir el simple llanto del bebé como monstruoso. Ello se traduce en el magnánimo despliegue de “acting out” a lo largo del filme para preservar el silencio donde la muerte del menor de la familia podría representar la calma del llanto insatisfecha. Los monstruos, a su vez, podrían ser proyecciones que indicarían la ceguera de quienes no vieron las necesidades de Regan Abbott cuando nació quedando ella sorda y muda por no poder manejar las ansiedades ante el supuesto trauma sufrido, y no vieron tampoco las insuficiencias del pequeño e indefenso Beau Abbott que tan sólo quería jugar, expresarse mediante el juego. Justamente ninguno de los miembros de la familia ven a Beau Abbott cuando se queda el último y enciende accidentalmente o por diversión el juguete. Parece que el juego está prohibido en la familia y que todo queda bajo la histeria de conversión de no oír, no ver, no hablar que aparecen entre la hermana Regan Abbott y los monstruos. El estadio monstruoso en el que habita la familia no posibilita otro juego que la alarma que enciende Beau Abbott y que le lleva a la muerte. El juego es una actividad fundamental para el saludable desarrollo del niño. Melanie Klein lo introdujo en terapia como sustituta de la libre asociación para analizar y tratar a niños mediante el tratamiento psicoanalítico. Allí donde el niño no puede expresarse con las palabras de los adultos porque aún no domina el lenguaje, el juego sustituye a la asociación libre para descubrir conflictos, traumas y realizar transferencia con el analista logrando así la salud del menor (Melanie Klein seminarios de introducción a su obra, 2014). Impedir a Beau Abbott el juego por el sonido que produce, evidencia no sólo la imposibilidad de la palabra sino de todo el proceso psicodinámico que lleva a ella a través del juego.

A Quiet Place | John Krasinski | 2018

En A Quiet Place (2018) la “actuación” en la conversión es tan monstruosa que a la criatura no la dejan ni siquiera jugar. Aniquilarla cuando lo hace podría ser una metáfora de las actuaciones maternas que fundadas en patológicos narcisismos niegan la función paterna impidiendo, a su vez, una saludable elaboración del juego edípico, el cual, en Melanie Klein, comenzaría mucho antes de lo que Freud originalmente propuso. Freud situaba el complejo de Edipo en la fase fálica, alrededor de los 3 a 5 años. Sin embargo, Klein sostiene que este proceso comienza en la fase temprana del desarrollo, incluso antes del primer año de vida, durante lo que ella denomina la posición esquizoparanoide. Klein cree que los primeros objetos del amor y del odio del niño (específicamente la madre o el pecho materno) son fundamentales para el desarrollo de los impulsos edípicos. Para Klein, estos impulsos se desarrollan cuando el bebé comienza a percibir la figura de la madre y del padre en términos de relaciones de objeto internas, mucho antes de que exista una percepción consciente de un triángulo edípico. Este enfoque introduce la idea de un complejo de Edipo temprano, que está enraizado en las fantasías y ansiedades primitivas del niño, y que evoluciona a medida que el niño madura y comienza a entender las relaciones familiares de una manera más completa (Klein, 2009).

En la película, las relaciones familiares giran en torno a las limitaciones impuestas por el silencio, es decir, las características de ceguera de los monstruos y la falta de audición y habla de Regan Abbott. Las necesidades que presenta Beau, fundamentalmente expresadas a través del juego, no son tenidas en cuenta al punto de terminar aniquilado en triunfo de la monstruosa conversión. Metáfora de una vida cotidiana postmoderna que por actuante y conversa se halla genuinamente arrasada en el contexto postapocalíptico de A Quiet Place (2018). Un film excelente, premiado como una de las diez mejores películas de 2019 por el American Film Institute Awards.

Conclusión

La trama de A Quiet Place (2018) sigue a la familia Abbott, compuesta por el padre Lee (John Krasinski), la madre Evelyn (Emily Blunt), y sus hijos, Regan (Millicent Simmonds), Marcus (Noah Jupe) y Beau (Cade Woodward). Ellos deben vivir en completo silencio para evitar ser detectados por los monstruos. Si bien la historia está ambientada en un mundo postapocalíptico donde la Tierra ha sido invadida por criaturas extraterrestres ciegas que cazan a los humanos utilizando su agudo sentido del oído; desde la perspectiva ética se ha explorado la imposición del silencio como una violación del derecho fundamental a la libertad de expresión donde los monstruos podrían representar los diferentes modos de convivir que se dan los humanos. En este sentido se han considerado como espacios “A Quiet Place” desde aquellos regidos por el “acogotamiento” del otro en las “convivencias” cotidianas hasta los “regímenes políticos” donde se persigue la libertad de expresión bajo la pena capital. Además, se describe el dilema ético que presenta la película resolviéndolo a partir de la observación de un ethos que instituye la familia para sobrevivir. Se sugiere así la tesis de que la libertad de expresión es tan inherente a la condición humana que siempre se abrirá paso por diferentes caminos para lograr manifestarse. En la película a través del lenguaje de señas. La ética quiebra además cuando al inicio de la película, curiosamente el “ethos” no está suficientemente implantado, y Beau pierde la vida. Ello posibilita explorar el filme como un espacio psíquico que al hallarse incapaz de reprimir saludablemente se encuentra atravesado por la conversión de no ver, no hablar y no oír; impidiendo el juego al hermano menor e imponiendo el silencio en el que vive ya la hermana mayor Regan.

En este sentido, la película A Quiet Place (2018) presenta un mundo donde la supervivencia depende del silencio absoluto, lo que permite una lectura desde dos perspectivas complementarias: la ética y la psicoanalítica. A partir de la primera, se ha analizado cómo la imposición del silencio puede ser interpretada como una violación del derecho fundamental a la libertad de expresión, estableciendo paralelismos con contextos de censura y represión, tanto en espacios cotidianos como en regímenes políticos autoritarios. Los monstruos, en este sentido, pueden representar diversas formas de opresión que limitan la posibilidad del diálogo y el ejercicio de la autonomía individual.

Desde la perspectiva psicoanalítica, se ha examinado el silencio no solo como una restricción externa, sino también como un fenómeno ligado a la represión psíquica. A través de conceptos como la conversión histérica, el retorno de lo reprimido y el acting out, se ha interpretado la dinámica familiar de los Abbott como una estructura que reprime el conflicto en lugar de elaborarlo. La sordera de Regan Abbott y la ceguera de los monstruos pueden ser entendidas simbólicamente como manifestaciones de un trauma no resuelto, en el que el juego –elemento fundamental en el desarrollo psíquico según el psicoanálisis– es suprimido, afectando la subjetividad de los personajes.

Así, el film permite reflexionar sobre el silencio tanto en su dimensión social como en su función psíquica. A pesar del contexto opresivo que impone la ausencia del sonido, la película sugiere que la necesidad humana de expresión siempre encontrará vías alternativas para manifestarse, como ocurre con el lenguaje de señas utilizado por la familia Abbott. No obstante, el ethos que estructura su convivencia se muestra frágil al inicio de la historia, cuando la falta de normas claras conduce a la muerte de Beau. Este hecho marca el punto de partida para la evolución de un orden familiar basado en el silencio, lo que permite abordar el film como un espacio psíquico donde la represión fracasa y se transforma en síntomas que regulan la existencia de los personajes.

A Quiet Place no solo ofrece una narración de suspense, sino que también funciona como un texto simbólico que permite pensar las tensiones entre el miedo, la censura, la ética de la convivencia y los mecanismos de defensa psíquicos. Desde estas dos perspectivas, el film muestra que el silencio, ya sea impuesto externamente o construido internamente, no anula el deseo de expresión, sino que lo reconfigura en nuevas formas, a veces creativas, otras veces sintomáticas.

Referencias

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NOTAS

[1En 2023 la producción mundial de calzado alcanzó los 22.400 millones de pares. Siendo China el primer consumidor, seguido de India, Estados Unidos, Brasil, Japón, Pakistán, Indonesia, Rusia, Bangladés y México. En el mismo año de 2023, China fue el principal exportador con casi 9.000 millones de pares, seguido de Vietnam con 1.335 millones de pares (Revista del calzado, 2024). La mujer es el principal consumidor mundial de calzado. Este segmento del mercado se caracteriza por la variedad y la adaptación a las preferencias cambiantes, como la demanda de productos sostenibles y cómodos. En términos de cifras, el mercado global de calzado para mujeres se valoró en aproximadamente 185,95 mil millones de dólares en 2023, y se espera que alcance los 270 mil millones de dólares para 2033. Este crecimiento está siendo impulsado por varios factores, entre los que destacan el aumento del comercio electrónico y la adopción de materiales innovadores que mejoran la comodidad y la durabilidad del calzado (Data Bridge Market Research, 2024). Por ejemplo, en 2022, solo en España, de los 83 millones de pares fabricados, el calzado de cuero para mujer alcanzó una producción de 19 millones de unidades, es decir, el 23 % del total producido (Centro Tecnológico del Calzado de La Rioja, 2024). En A Quiet Place (2018) en medio de una vida regida por la norma “live by one rule: never make a sound”, excelentemente interpretada por Emily Blunt, Evelyn Abbott es la protagonista que mayor número de escenas protagoniza sin utilizar calzado. Especialmente dramática es la secuencia de las escaleras donde la ausencia de zapatos para no hacer ruido unida al sigilo y la premura por romper aguas la lleva a pisar un clavo, pinchándose dolorosísima y desgarradoramente en el pie derecho.

[2En su trabajo “Envidia y gratitud”, Melanie Klein presenta la envidia como expresión del instinto de muerte (Klein, 2008).