Dos personas van, por separado, a ver una película. A la salida, uno de ellos evoca el film a través de un afiche, el otro a través de un texto. Concebidos de manera independiente, uno y otro se encuentran en las páginas de este libro. Es una cita a ciegas en la que deben reconocerse a partir de la virtualidad de la película que ambos vieron, pero que nunca es la misma. A esa cita desconcertante está convocado ahora el lector-espectador, que aportará su propia mirada sobre la experiencia. Tal vez el antecedente más conmovedor de esta iniciativa es la obra de Antonio Pezzino, pintor y afichista argentino-uruguayo, quien ilustró innumerables películas en la época de oro del cine club de Montevideo. Enamorado del cine, Antonio Pezzino nunca había visto el film que iba a ilustrar, porque la copia, única y siempre rara, recién llegaba a la hora de la función. Para su afiche, que debía ilustrar el programa de cine, se inspira en el título de la película, en pasajes de algún comentario en inglés o francés, en el argumento que intuye, en alguna que otra fotografía, pero sobre todo en las imágenes que asaltan su imaginación. Los afichistas convocados en este libro se valieron de recursos más sofisticados, pero mantuvieron intacto el espíritu de Pezzino. Así lo evidencia el inesperado encuentro con los textos, a los que potencian y de los que a su vez se nutren para levantar un vuelo compartido. ¿Cómo se obró este milagro editorial? Durante cinco jornadas, 450 estudiantes de Diseño Gráfico de FADU UBA trabajaron en modalidad ta¬ller con un film previamente asignado. Fueron acompañados por treinta y cinco docentes que hicieron la tarea de editores, los tres profesores adjuntos que oficiaron de editores generales y el profesor titular, que dirigió el proyecto. Casi quinientos diseñadores, entre estudiantes y docentes, trabajando juntos construyendo el proyecto Pelicónicas. La aproximación fue abierta, con demandas mínimas, sin la presión comercial. Una búsqueda de versionar libremente un texto audiovisual extenso y reconfigurarlo en una síntesis tan brutal que plasmara ideas, conceptos y sensaciones en una sola imagen inmóvil. Esta nueva versión, nodo semiótico de importante potencia, tiene la capacidad de evocar lo ya visto, lo ya sentido, y a la vez, ofrecer otro ángulo sobre lo sabido. Sin moverse ni emitir sonido, el afiche de cine construye una idea nueva sobre el texto deconstruido. Es atrevido, se toma licencias para mantener las esencias que se rejuvenecen. Tiene poco tiempo, así que se asegura el entendimiento de las nociones importantes, para ofrecer en un luego inmediato otra versión. Es un testigo insurrecto que narra los hechos según le parece, sin mentir, pero sin ser previsible. El afiche de cine se suma al caudal de sentido inicial, para enriquecer lo existente y para disparar la imaginación sobre el porvenir. Y hay por cierto en el libro encuentros memorables entre la película, el texto y el afiche. Como en Barton Fink, donde un un sujeto, incendiado en su escritura imposible busca escapar de sus fantasmas, pero sigue atrapado con ellos en el teclado de su vieja Olivetti. En la ironía del afiche, el salto de este hombre va del guión de diálogo a las mayúsculas, en las que ya no logrará hacer pie… O en el de Blade Runner, que desorienta en su secreta asimetría, convocando al observador a una mirada fina, interpelándolo e invitándolo a reconocer esa distinción imposible entre los originales y sus réplicas. Otro ejemplo interesante es el film “El club de la pelea”, que aparece “comentado” por un texto de Jorge Luis Borges, quien por supuesto nunca vio la película. . . ¿Cómo es esto posible? El encuentro juega con la ficción de un Borges que, hablando de otro film (“El Dr. Jekyll y Mr. Hyde”), imprevistamente instruye a David Fincher para la realización de su obra. Notemos como se ensamblan el texto y la película, distantes entre sí por más de setenta años: “El relato alegórico finge ser un cuento policial; no hay lector que adivine que Hyde y Jekyll son la misma persona; el propio título nos hace postular que son dos. Nada tan fácil como trasladar al cinematógrafo ese procedimiento. Imaginemos cualquier problema policial: dos actores que el público reconoce figuran en la trama; pueden usar palabras análogas, pueden mencionar hechos que presuponen un pasado común; cuando el problema es indescifrable, uno de ellos (…) se cambia en el otro. Más allá de la parábola dualista de Stevenson, podemos concebir un film panteísta cuyos cuantiosos personajes, al fin, se resuelven en Uno, que es perdurable.” (Jorge Luis Borges, 1941) Finalmente, "Desayuno en Tiffany´s", que representa toda una época, cinematográfica y existencial, mereciendo texto y afiche al tono: "Es muy temprano y la quinta avenida está todavía desierta. Un taxi solitario se detiene frente a la joyería Tiffany. De la puerta trasera desciende una joven con un hermoso vestido negro. El perfil inconfundible de Audrey Hepburn se recorta contra la vidriera, en donde lucen las joyas más sofisticadas de Nueva York. Contemplando el espectáculo, saborea entonces su café con un croissant, tomándose todo su tiempo para disfrutar del momento. Nada se ha dicho todavía, pero el espectador ya se ha identificado con el romanticismo de la escena. Eso es el cine: la posibilidad de capturar un clima y a partir de allí lanzar una historia que se anticipe a sí misma, sorprendiéndonos." A partir del encuentro, textos y afiches crean una mutua poesía. Sus autores se hacen así merecedores del elogio que Baudelaire hacia de Grandville, el famoso ilustrador de su tiempo: ese espíritu literario, siempre buscando hacer entrar su pensamiento en el dominio de las artes plásticas. O de esa bella frase que abre el prólogo del libro: Il a volu faire parler au crayon le langage de la plume: Quiso hacer hablar al crayón el lenguaje de la pluma. Así lo entendieron los artistas y así lo disfrutamos los lectores-espectadores de esta bella película que recién comienza. http://peliconicas.catedrasalomone.com Con breves comentarios cinematográficos de Graciela Alonso, arquitecta y docente UBA
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