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The Truman Show. Un horizonte en quiebra
The Truman Show | Peter Weir | 1998
Juan Jorge Michel Fariña

Universidad de Buenos Aires

jjmf@psi.uba.ar

Hubiéramos deseado proyectar el film en el Auditorio de la Facultad y realizar a continuación la discusión en las aulas [1]. Lamentablemente carecemos aun de un equipo adecuado y no tenía sentido verlo todos juntos en un minúsculo televisor de veinte pulgadas. Por suerte la cursada de este cuatrimestre coincidió con la aparición del film en video y esa es la razón por la que les hemos encomendado lo vieran con comodidad durante el fin de semana.

Voy a utilizar el espacio de esta teórica unificada, entonces, para señalar los puntos de interés que presenta The Truman Show para una curricula universitaria. Ante todo, digamos que se trata de un recorte. Toda lectura lo es, pero en este caso el sesgo está marcado explícitamente por los objetivos particulares de nuestra cursada. No se trata de una lectura estética. Es decir, no vamos a analizar el film desde la perspectiva estrictamente cinematográfica –los méritos artísticos de una obra son siempre discutibles– sino desde cuatro ángulos teóricos.

Voy a enumerarlos así:

  • el experimento parental y la cuestión del bien;
  • la desaparición forzada como método;
  • la cuestión de la realidad;
  • la responsabilidad del sujeto.

El primero de ellos, emparenta la película con una serie de documentales y ficciones incluidos en el dossier "Filiación y Ciencia". The Truman Show figura allí junto a otras películas –algunas de los cuales ya han visto y otros a los que daremos próxima entrada– "Los niños del Brazil", "La Historia Oficial", "Ojos Azules", y algunos clásicos no vinculados al caso argentino, como el "Frankenstein" de Kenneth Branagh y "Blade Runner", de Ridley Scott.

Se trata –dicho rápidamente, ya que volveremos sobre el asunto– de padres que en lugar de transmitir la función que los constituye como tales, son puestos a inventarla a partir de una curiosa y original fórmula del bien. La criatura ensamblada por el Dr. Victor Frankenstein, los replicantes fabricados por Mr. Tyrrell, y Truman, la invención televisiva de Cristof, son el producto de esa fantástica idea.

De paso introduzco, entonces, la lectura del texto que servirá de apoyatura teórica a la pregunta sobre qué es un padre. Me refiero al artículo de Carlos Gutiérrez "La restitución del padre", incluido en el mencionado dossier de Filiación y Ciencia. Respecto del artículo que escribimos hace ya diez años con Brinton Lykes sobre "Experimentación psicológica con niños", los paralelos son más claros. En realidad, las similitudes entre el Truman Show y el caso argentino constituyen seguramente el costado más asombroso del film.

Se trata, como ustedes han podido apreciar, de torcer el curso de la vida de un ser humano a partir de introducir en ella una variante sustancial en torno a su filiación. El argumento del film es claro. En la ficción futurista de un mundo cada vez más agresivo, un bebé desamparado es adoptado por la corporación televisiva que lidera Cristof, el personaje protagonizado por Ed Harris, nominado al Oscar como mejor actor de reparto por ese papel.

El detalle de la adopción es especialmente interesante. Ustedes saben que la adopción constituye una categoría distintiva de la especie humana. Alguien da un bebé en adopción, y otro ser humano lo "adopta". Es decir, la adopción es un ejemplo de la autonomía que existe entre la acción biológica de la procreación –que compartimos con las demás especies animales– y la función de filiar, emientemente humana. Puede haber una madre que quede embarazada, que lleve adelante ese embarazo y que dé a luz un niño, pero que no desarrolle respecto de esa cría deseo materno alguno. Puede en ese caso ceder al bebé. Darlo en adopción, como se dice. Y del mismo modo, puede haber otras personas que no estén en condiciones biológicas de procrear, pero que en cambio han desarrollado el deseo de un hijo. Son aquéllas que están en condiciones de "adoptar". A través de la mediación instrumental y normativa de la ley, filian a ese bebé, es decir lo incluyen en una cadena simbólica, otorgándole un lugar, un nombre, tal como ocurriría con un hijo biológicamente propio y deseado.

Que la corporación televisiva "adopte" a Truman, no es entonces un dato menor. En la ficción del film, es cierto, se trata del primer caso en que los adoptantes toman la forma de una sociedad anónima. Pero, así como actualmente las instancias legales encargadas de la adopción imponen una serie de condiciones a los padres adoptantes, tales condiciones podrían cambiar en un futuro. Vean la importancia que adquiere la ley social como mediación simbólica. Como ya lo hemos discutido a partir del caso Baby M, si los criterios para asignar paternidad toman como variable sustancial las perspectivas económicas del niño, la corporación de Cristof podría llegar a pasar con éxito la prueba.

Entiéndase, se trata de una ironía del film. Una manera de cuestionar, por la vía del absurdo, un cierto pragmatismo que sin embargo ya flota en el aire. Su fórmula grosera fue enunciada por Mohamed Alí Seineldín –tienen la cita en el artículo sobre "experimentación psicológica"– cuando pretendió justificar la apropiación ilegal de bebés durante la última dictadura militar argentina. "Eran hijos de subversivos, bebés cuyos padres estaban muertos. Hicimos lo mejor que se podía hacer por ellos, les dimos nuestros propios hogares, nuestras propias familias". La idea de "mejoramiento" es explícita. También para Truman, en la pretensión de Cristof, el destino del set televisivo es preferible al del mundo real que esperaba en un mundo cruel.

Debemos detenernos en esta idea del bien, que está presentada de manera extrema y hollywoodense, pero que no es para nada banal. Efectivamente, Cristof diseñó para Truman un mundo feliz. Inmediatamente objetaremos: ¿cómo puede alguien pretender saber qué es la felicidad para otro ser humano? Se trata de una pretensión desmesurada, no cabe duda. Pero convengamos que todos los padres tenemos un cierto guion para nuestros hijos. Si se pregunta a un padre por qué su hijo va a una escuela privada, o por qué estudia inglés, o computación, la respuesta supondrá siempre una teoría del bien. Se trata de cuestiones inofensivas, dirán ustedes, pero no la toman tan a la ligera cuando esta teoría se extiende al terreno de las elecciones sentimentales. ¿No intentan acaso los padres incidir en la elección de pareja o de matrimonio de sus hijos? No me refiero a cuestiones caricaturescas, como los matrimonios arreglados con fines exclusivamente económicos, como el de la historia que se cuenta en el film Titanic. Pero sí a cosas de todos los días, del estilo de "un buen muchacho", "un buen trabajo", "un futuro", etc. Veo que asienten con la cabeza. Es el momento entonces de aclarar que no estamos impugnando el procedimiento, sino sólo señalándolo. Y hay que decir también que las comparaciones terminan allí.

Porque ingresamos en el punto nodal de la discusión, lo cual supone introducir un elemento que por suerte está ausente en la gran mayoría de los hogares. La felicidad diseñada para Truman tiene como condición su desconocimiento respecto de cuestiones cruciales de su existencia. Es la mayor ironía del film. Emitida en directo durante las veinticuatro horas, todos saben lo que Truman desconoce respecto de su vida. No sólo el guionista y el elenco, sino el conjunto expectante de la sociedad, y por extensión lógica nosotros mismos como espectadores quedamos, en una escena dentro de la escena, complicados en la farsa.

El carácter mediático –no olvidemos que se trata de un show– representa una ironía extra. Como lo hemos visto en el caso de los mellizos Reggiardo-Tolosa, a través de las encuestas callejeras, todos se sienten convocados a opinar. También los espectadores del Truman Show especulan y discuten acerca de la vida del protagonista, como lo harían con la trama de un teleteatro. Nadie cuestiona la manipulación de que es objeto el joven. Es tal cual lo que ocurre en los programas de televisión que han visto en el documental realizado por la UTBA. Bernardo Neustadt y Chiche Gelbrum explotan el rating mostrando a los mellizos en cámara y manipulan a los espectadores para que opinen respecto del futuro de los chicos. Asumen para ello como natural el ilícito de que han sido objeto.

Ya volveremos sobre estas cuestiones en la discusión.

El film permite abordar un segundo problema. Todo sistema represivo –el Truman Show lo es– presenta grietas, elementos que escapan al control de quienes planifican. ¿Cuál es el método que utiliza Cristof para resolver los obstáculos? Curiosamente, el de la desaparición forzosa de personas. El padre de Truman no muere en sentido estricto, sino que "desaparece" durante el falso naufragio. Su cuerpo jamás es encontrado. No se realiza funeral alguno. De allí seguramente el carácter traumático que el episodio tiene para Truman. Se trata de la pretendida eficacia del método conductista en la adquisición de una fobia específica. También, como ustedes saben, la última dictadura militar argentina apeló al método de la desaparición forzosa. El efecto inmediato fue la parálisis de los familiares de las víctimas. Hay muchos estudios que demuestran esto. Pero a mediano y largo plazo, lo que resultaba un instrumento de dominación, se fue transformando para el régimen en su talón de Aquiles.

Por eso, cuando el padre de Truman retorna, no es más que un espectro. A pesar de los esfuerzos de Cristof por hacer convincente su regreso, por encima de las felicitaciones que recibe su puesta en escena, la genuina emoción de Truman no oculta su desconcierto.

Más explícito aún, el virtual secuestro y desaparición de la joven tiene un derrotero similar. El que se la lleva, improvisa para ella un destino absurdo: las islas Fidji (como quién dice: "La Cochinchina"). Y en un primer momento, la fórmula del engaño es eficaz. Truman se deja llevar por la novia que le impone el guion, consuma su matrimonio de telenovela y recita ante sus vecinos el consabido "buenos días, buenas tardes, buenas noches".

Pero cuando la búsqueda de su amada parece haber quedado atrás, la memoria de su rostro se le impone. Es por ella que, sin saberlo todavía, se sustrae por primera vez al engaño. Por eso busca información sobre las islas del Pacífico, va a la agencia de viajes, etc.

¿Se ve la idea? Es que respecto de una persona muerta, el ser humano pone en marcha un proceso de duelo. Y si el trabajo es exitoso, se termina por elaborar la pérdida de un ser querido. Pero esto se complica cuando la persona desaparece. Un desaparecido es un muerto sin sepultura. La ausencia de los rituales funerarios dificulta la tramitación de la muerte y de alguna manera perpetúa la búsqueda.

Sobre esto habría mucho más por decir, pero creo que lo esencial está comprendido.

Tomemos entonces el tercer eje de discusión. La cuestión de la realidad. ¿Qué es la realidad? Cuando recién se estrenó The Truman Show, una alumna de la UBA, intentando explicarme el film durante un examen, me decía algo así: "todos son actores, menos el protagonista. Es como sí aquí usted fuera un actor que me hace creer que esto es un examen...". Si quisiéramos ser provocativos, la pregunta que se impondría sería: ¿cómo está segura de que no es así?

En otras palabras, siendo que la farsa genera cierta subjetividad en Truman, ¿es que hay una realidad más "real" que otra? ¿Qué pasa cuando la simulación es perfecta? Este es un tema filosófico y literario pero que curiosamente ha desvelado a los especialistas en la así llamada "realidad virtual". Cuando estamos conectados a una muy buena interface manejada con Inteligencia Artificial, ¿no es acaso verdadero lo que percibimos? Aunque excede el marco de esta clase, aquí la distinción entre lo real y la realidad es crucial.

Seguramente alguno de ustedes ha visto ya The Matrix. Allí este tema es explícito. El mundo de todos los días, éste, el del fin del milenio, el que asumimos como "real", no es más que una avanzada realidad virtual. Un entretenimiento para nuestras mentes cuando en un futuro nuestros cuerpos no sean más que alimento de las máquinas. Como ocurre en casi todas las visiones de ciencia ficción, el porvenir es nefasto. Los escenarios del futuro son siempre sombríos (la constante lluvia radiactiva en Blade Runner, el cielo achicharrado de Matrix). Es decir, la realidad "verdadera" es un bajón. La realidad "virtual", en cambio está llena de gente linda, etc.

También en The Truman Show se despliegan ambos escenarios. Cristof no le miente a Truman cuando le dice que afuera lo espera un mundo atroz. Un mundo en el que perderá todo lo que tiene. Cuando le ruega que se quede en el show, lo hace con el único argumento verdadero: dentro del set Truman es el protagonista, fuera de él no es nadie. Otra vez la realidad es sensiblemente menos recomendable que la farsa. Pero su esencia es bien diferente. Para Neo, como para Truman, se trata de elegir.

Ingresamos entonces en el cuarto capítulo de la discusión. El más delicado de todos: la responsabilidad del sujeto.

No me refiero a la responsabilidad jurídica, ni a la responsabilidad moral, sino a lo que llamaremos, justamente, responsabilidad subjetiva.

Habrán notado que, en su ordenada vida, Truman se ve confrontado más de una vez con sucesos absurdos, cosas que no cierran. Se trata siempre de accidentes –técnicos, de guion– consecuencia de fallas en el set. Delante de sus propios ojos, un reflector se estrella en el asfalto, y si bien la radio le ofrece inmediatamente una explicación razonable para el accidente, Truman no se interroga más allá de tales límites.

Ustedes conocen perfectamente el dicho: no hay mejor sordo que el que no quiere oír. Y también: ojos que no ven, corazón que no siente. Todos los días vemos ejemplos que confirman este saber popular. El sujeto se tragará cualquier explicación con tal de no enfrentar la verdad. De la trama del film se infiere que así ha sido toda la vida de Truman. A nosotros nos toca presenciar solo un fragmento. Pero ese fragmento será crucial. Eso es el film, el momento del viraje: de la determinación a la responsabilidad.

Para entender mejor la cuestión, vamos a valernos de un esquema sencillo.

Se trata de los que llamaremos el circuito de la responsabilidad. En el Tiempo 1, el sujeto lleva adelante una conducta con ciertos fines, en la seguridad de que su accionar se agota en los objetivos para los cuales fue concebida. En un Tiempo 2, el sujeto recibe de la realidad indicadores que lo ponen sobre aviso respecto de que algo anduvo mal. El sujeto se ve interpelado por esos elementos disonantes. Pero ante tal interpelación puede hacer dos cosas bien diferentes. Una de ellas es la que inferimos hizo Truman a lo largo de su vida, sintetizada en lo que podríamos llamar la escena del reflector. Creerse la explicación del avión cuyas partes se desprenden, le ahorra la angustia que devendría de la pregunta ¿quién soy? No se trata, claro, de un mecanismo consciente para la persona. Pero por ello mismo, de enorme eficacia.

Otro ejemplo sería el pánico a embarcarse. Truman va decidido a abandonar el pueblo. Compra su pasaje para el Ferry y nadie lo detiene. Todos apuestan al carácter de determinación, de inexorabilidad de su fobia. Y Truman también. Las náuseas hacen síntoma en él y termina desistiendo del viaje. Entregado por completo a lo que el "destino" le había deparado.

Incluso las advertencias explícitas respecto de la farsa, no pueden ser escuchadas si el sujeto está demasiado preso de la necesariedad de las cosas. Recuerden que esta chica de la que él se enamora a primera vista lo pone sobre aviso de que su vida está determinada y le demuestra con su propia desaparición que los sucesos son predecibles. Nada de esta información hace mella en Truman. En su conciencia sólo queda el último destino al que dicen haberla llevado: las islas Fidji.

También en el caso de los niños apropiados por los militares se verificó este mecanismo. Tienen ustedes en la bibliografía las cartas que Mariana Zaffaroni escribió a su abuela. Las hemos discutido en la comisión de trabajos prácticos. A pesar de que la niña disponía de la información que probaba su verdadera identidad y contaba con la capacidad intelectual para comprender la situación, organiza respecto de ella una gigantesca negación. Negación que por grosera –ya leyeron las cartas– hace síntoma de que algo anda mal. Pero circunstancialmente, opera con una eficacia pavorosa.

Un sujeto puede pasarse la vida huyendo de sí mismo. Pero existen ciertas circunstancias en las que algo cambia, en las que se encuentra eligiendo, pero no ya desde el cálculo y la certeza precedentes. Esto, que ha sido estudiado a partir de la clínica de niños sometidos a mentiras cruciales, también se verifica en el film.

Cuando todo parece reducirse a un círculo vicioso, algo sucede en Truman. Se trata de la responsabilidad. No la responsabilidad moral, la de levantarse cada mañana para ir a trabajar, la de no defraudar a los demás. La palabra responsable viene del vocablo latino respondere, responsable es aquél del que se espera una respuesta. Pero no una respuesta evitativa, negadora o renegadora de la situación. Una respuesta que suponga un cambio de posición del sujeto frente a sus circunstancias. Nuevamente, no se trata de un mecanismo consciente y voluntario. Es una transformación de la cual el primer sorprendido es el propio protagonista.

En nuestro esquema, este movimiento supone que el Tiempo 2 se sobreimprime al Tiempo 1, resignificándolo. La hipótesis está indicada por el circuito del arco superior del grafo, y abre por tanto la potencialidad de un Tiempo 3. El sujeto que adviene en este Tiempo 3 no es el mismo que el del Tiempo 1. Sin embargo, es en la acción del Tiempo 1 en la que el sujeto anticipa, sin saberlo, una verdad sustancial de su existencia. Truman emprende la búsqueda de su amada creyendo genuinamente que ésta se encuentra en las islas del Pacífico y que la agencia de viajes puede proveerle el pasaje. Se trata de una iniciativa disparatada, dirán ustedes, porque todo es una farsa. Y para el pobre Truman no existen, no están permitidas, islas ni agencia.

Pero esa es justamente la paradoja: buscando a la mujer que ama, termina encontrándola. Pero en coordenadas completamente alejadas de las que iniciaron su periplo. Porque para hacerlo se encuentra a sí mismo. Es el punto menos calculado de su existencia. Por lo mismo, el más trascendente. Se sustrae a la cadena perpetua de la cámara, al destino fóbico con que lo programaron y emprende un viaje sin retorno.

Alumna: ¿Es cuando decide separarse de su esposa?

Bueno, no es exactamente en lo que estaba pensando, pero ¿por qué no? La elección de objeto amoroso es muchas veces un sitio de alienación para el sujeto, que vive toda una vida de imposturas por no enfrentar la angustia de una separación. Aclaremos, eso sí, que no estamos situando la responsabilidad de Truman en el final feliz del encuentro con su amada. Y eso que el pobre está huyendo de una esposa pavorosa.

Si me permiten una pequeña digresión, notaron ustedes que el Truman Show se emite en vivo durante las 24 horas. La única publicidad que pasa es la que se llama habitualmente "publicidad encubierta", es decir la de aquellos productos conocidos que el espectador puede identificar durante la trama de un film o que son mencionados por los actores. La esposa de Truman es un horror en general. Pero es especialmente imbancable cuando pasa publicidad. Nuevamente, se trata de una exageración. Pero últimamente he visto por televisión a amas de casa que recomiendan alegremente un jabón en polvo mientras son entrevistadas por un personaje que parece salido del film. ¿Estarán sus maridos pidiendo el divorcio, o serán dichosos mientras las ven haciendo el show? Me queda el consuelo de que, si deben casarse nuevamente, por lo menos el traje de novia estará bien blanco...

Pero volviendo a la pregunta, que es seria, aunque no solemne, digamos que la verdadera transformación de Truman no radica en cambiar una esposa lamentable por una novia ejemplar. También de la segunda podría separarse. Finalmente se trata de un nuevo ideal. Ustedes son jóvenes, pero ya verán con el tiempo que se trata de cuestiones imaginarias. La verdadera transformación radica en desmontar la farsa. No tanto la de Cristof, que sigue trasmitiendo en vivo la hazaña de su protagonista, sino la del propio Truman. La farsa de un sujeto refugiado en la pereza del destino.

El Truman de la elección final nada tiene que ver con el que dejamos en la agencia de viajes, ni siquiera con el que anhela huir a las islas Fidji timoneando una cáscara de nuez en medio de una bañadera gigante. El de nuestro Tiempo 3 es el sujeto de la renuncia. El que puede sustraerse del dormir en los signos de un guion ajeno. El que enfrenta su existencia, pero no desde un nuevo ideal. El que está dispuesto a quebrar el último de los horizontes que aún permanecía intacto y abrir con decisión la puerta de la incertidumbre.

Por primera y última vez Truman mira genuinamente a la cámara. Sus palabras inaugurales nos resultan conocidas, pero ya no son ni irónicas ni ingenuas. Son simplemente suyas: por si no los veo, buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Referencias

Lykes, M.B. & Michel Fariña, J.: Experimentación con niños: cuestiones éticas y psicológicas relativas al cambio de identidad y la parentalización forzosa. Ponencia al Simposio sobre la Etica en la Situación contemporánea. Centro de Altos Estudios de la Universidad de Buenos Aires (CEA), 4-8 septiembre 1989.

Michel Fariña, J.: De los "nazi doctors" a los médicos raptores, ponencia en el II Seminario Nacional "Los niños desaparecidos, su restitución", Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, Buenos Aires, 1988.

Lykes, M.B. & Michel Fariña, J. (1989). Can the unofficial Story have a happy ending? LINKS, 6, (1). New York.

Michel Fariña, J. y Gutiérrez, C. (Comps.) (1999). Etica y cine. Buenos Aires: Eudeba-JVE.



NOTAS

[1Clase dictada en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNLZ, el lunes 18 de octubre de 1999 por Juan Jorge Michel Fariña, Profesor Asociado de Teoría Social, Facultad de Ciencias Sociales, UNLZ. Profesor Titular Regular, Ética y Derechos Humanos, Facultad de Psicología, UBA