“Si soy así qué voy a hacer…” “Cuanto más espectacular es la enunciación, más pasa” Una bocina. Un insulto menor. Una mirada fugaz por el espejo retrovisor. Todo podría haber terminado allí, como tantas veces. Pero no. Ese instante inaugura una serie. No solo en términos narrativos, sino también subjetivos. Beef (Netflix, 2023) no es simplemente una comedia negra sobre la furia al volante; es una exploración incómodamente precisa sobre el modo en que hoy los sujetos se aferran a una forma de goce que se confunde con la identidad. No es casual que el título de este artículo recupere un eco del tango. “Si soy así”, decía aquella letra que alguna vez fundó una ética viril, barrial, afirmativa. Una forma de ser sin resto. Una posición que, aunque haya mutado de escena y de tono, sigue resonando con fuerza en la lógica contemporánea del Uno: “Si soy así”, no hay nada que decir, y menos aún que preguntar. El significante identitario se vuelve bandera. Ya no se trata de saber quién se es, sino de sostener ese ser con vehemencia, incluso con violencia. La serie incomoda porque, en algún punto, todos hemos tocado esa bocina. Y también porque, aunque no lo digamos, todos nos hemos sentido tentados por la certeza de “tener razón”. Esa certeza que tranquiliza, que aplasta toda pregunta, que no deja resto. Pero ¿qué se pone en juego cuando esa certeza deja de ser una defensa transitoria y se transforma en la única brújula del sujeto? ¿Qué ocurre cuando las identificaciones ya no se sostienen en un Ideal compartido, sino en el espesor de un goce singular, irreductible, incluso violento? De la bocina al goce: una lógica sin mediación La historia parece simple: Danny, un contratista maltratado por la vida, y Amy, una empresaria atrapada en el mandato del éxito, se cruzan en un incidente vial trivial. Pero ese pequeño gesto —una bocina, una provocación— se convierte en la chispa de una guerra sin tregua. Lo notable es que la escalada no responde a un plan ni a una estrategia. Lo que se despliega es, más bien, la compulsión de responder, de reafirmarse, de sostener el propio lugar a cualquier costo. Ese “si soy así” que los personajes repiten, incluso sin decirlo, estructura la acción. Y no se trata de una posición ética. Es un modo de goce, una identificación feroz a un rasgo mínimo, a una imagen de sí que no admite fisuras. No hay mediación. No hay Otro que escuche, que module, que ofrezca una pausa. El Otro está forcluido. Solo queda el Uno, atrincherado en su certeza. En Beef, la certeza opera como anzuelo: algo del otro me toca, me hiere, me expone… y entonces actúo. Pero no para elaborar, sino para restituir una consistencia imaginaria. Y ese acto, aunque parezca dirigido hacia el otro, en realidad apunta a sostener una forma de goce que se ha convertido en identidad. Influencias sin Ideal: identificaciones salvajes Freud (1921) pensaba la identificación como una operación estructurante, una forma de lazo que pasa por la elección de un rasgo del Otro. El Ideal del Yo organizaba esa operación, permitiendo que los sujetos se vinculen a través de un referente compartido. Hoy, sin embargo, esa lógica parece desfondada. ¿Qué lugar queda para el Ideal cuando las figuras de autoridad se diluyen y los líderes son reemplazados por influencers, coaches o gurúes de redes sociales? Alberti (2021) advierte que las identificaciones contemporáneas no se eligen, se imponen: “reivindicando ser lo que se dice, soy lo que digo” (p. 2). No hay espacio para la vacilación subjetiva. Lo que se enuncia, se es. Y si el decir tiene cuerpo —si arrastra violencia, si genera clics—, aún mejor. Dupont (2025) lo resume con precisión: “cuanto más espectacular es la enunciación, más pasa”. En Beef, la espectacularidad no está en lo grandilocuente, sino en lo crudo, en lo que no se detiene. La escena en la iglesia, la destrucción familiar, la humillación pública: todo forma parte de una coreografía del exceso. La influencia ya no opera por identificación simbólica, sino por adhesión directa al modo de gozar. No se desea lo que el otro desea. Se envidia lo que el otro goza, y se actúa en consecuencia. Hay algo del cuerpo que en Beef no puede dejar de presentarse. No se trata sólo de cuerpos expuestos, sino de cuerpos que son superficie donde se escribe el goce. Danny come compulsivamente, Amy se lastima con silenciosa sofisticación. En ambos, el cuerpo es territorio de conflicto, pero también de certeza. Se come, se sangra, se destruye. No hay palabras que medien ese exceso. El lenguaje ya no amarra: se actúa. Y no es un detalle menor. En la época del cuerpo glorificado, editado, higienizado por filtros, los cuerpos de Beef son cuerpos fallidos, llevados al límite. Lo que ahí se muestra —y no se esconde— es que el cuerpo no es refugio, sino trampa. Y que en la lógica del Uno, el cuerpo queda solo, aislado, sin posibilidad de lazo. El goce, entonces, no se manifiesta como empuje al deseo, sino como marca en el cuerpo. Lacan señala que “al constituirse como deseante, en la constitución misma de su deseo, él se defiende de algo. Su deseo mismo es una defensa, y no puede ser otra cosa” (Seminario 6, p. 476). En la lógica de Beef esa función defensiva se ve erosionada: un tatuaje, una herida, un síntoma que no habla pero insiste, muestran al cuerpo como única superficie de inscripción. ¿No es acaso esta la lógica que vemos a diario en los modos actuales de habitar las redes, de mostrarse, de decir “acá estoy”? Se influye no por lo que se piensa, sino por lo que se muestra: el cuerpo convertido en prueba. La certeza identitaria como defensa ante lo insoportable El sujeto que no duda se convierte en problema. Porque no se trata de una convicción ética, sino de una clausura subjetiva. La certeza identitaria aparece como defensa frente a lo real del deseo, frente a la imposibilidad de saber quién se es para el Otro. Donde antes operaba una pregunta, hoy se impone una afirmación. “Si soy así”. Punto. El significante deja de abrir para volverse dogma. Lacan (1987) lo advertía: “Cuando el significante se rigidifica, lo que sigue es el pasaje al acto” (p. 231). Beef es una dramatización lúcida de esa afirmación. El goce no se simboliza, se ejecuta. No hay tiempo para el deseo, solo espacio para el acto. El síntoma no se interpreta, se representa. Y eso tiene consecuencias: los personajes se vacían, se desconectan, se atrapan en su propia lógica de repetición. Amy destruye lo que más desea. Danny sabotea lo que más necesita. Y ambos, aunque en extremos distintos del mapa social, se encuentran en una misma lógica: el otro ya no es objeto de amor ni de odio, sino de segregación. No por pertenecer a un grupo, sino por no coincidir con el Uno. El lazo queda roto de entrada. En uno de los episodios finales, cuando todo parece agotado, Amy y Danny quedan a solas. Hay una calma extraña, un silencio que parece permitir otra cosa. ¿Redención? No. Pero quizás una suspensión. Lo notable es que, incluso allí, el perdón resulta imposible. No porque no se desee, sino porque ya no hay palabra capaz de alojarlo. El perdón exige un tercero. Una mediación simbólica que abra la posibilidad de decir: esto fue así, pero podría haber sido de otro modo. En la lógica del Uno, esa mediación falta. No hay Otro que pueda escuchar. Solo quedan los restos: un “si soy así” y un “vos también”. La identificación se cierra sobre sí misma. Y sin resto, no hay reconciliación. El perdón no se declama. Se tramita. Pero en Beef, el tiempo subjetivo está comprimido. Todo debe resolverse ya. Todo debe verse. Todo debe doler. No hay margen para la espera ni para la interrogación. El perdón, entonces, no fracasa: ni siquiera puede plantearse. Cuando el lenguaje ya no amarra Quizás lo más trágico de Beef no sea la violencia, sino la imposibilidad de hablar. Porque hablar, en sentido analítico, no es emitir palabras: es permitir que algo del goce se desplace. En la serie, en cambio, las palabras son instrumentos de ataque. Se grita para callar. Se habla para herir. No hay metáfora, solo metonimia sin fin. ¿Quién habla en Beef? ¿Quién dice algo que no sea defensa, justificación o provocación? Lo que predomina no es una voz, sino un ruido. Un ruido constante que impide toda simbolización. La palabra no anuda, desborda. Como si la lengua ya no sirviera para decir, sino solo para marcar. Y lo que se marca es una posición de goce que el sujeto no está dispuesto a ceder. ¿Podemos pensar esta imposibilidad como efecto de una falla estructural? ¿O se trata más bien de una decisión cínica de la época? Una especie de “no quiero saber nada” que se sostiene en actos reiterados, en escenas de revancha, en identificaciones a lo peor. Beef no es una comedia de errores ni una fábula moral. Es una tragedia sin héroes, donde los personajes están atrapados en una lógica sin salida. Lo que se juega no es el bien o el mal, sino la imposibilidad de otro lazo que no sea el de la herida compartida. Y sin embargo, hay algo que conmueve. No en la violencia, sino en el cansancio. En ese momento final donde ya no queda nada que decir, nada que defender, y sin embargo se sigue hablando. Tal vez ahí, en ese resto de palabra vacía, se abra una posibilidad. No de redención, sino de escucha. No de saber, sino de resonancia. Porque si algo enseña Beef es que, incluso cuando el discurso se vuelve insoportable, el deseo de decir persiste. A veces en silencio. A veces como grito. Pero persiste. Referencias bibliográficas: Alberti, C. (2021). El psicoanálisis hacia la juventud. [Conferencia]. XIV Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Buenos Aires.
—Tango popular – Antonio Botta (1933)
—Laurent Dupont (2025)
Botta, A. (Letra), & Lomuto, F. (Música). (1933). Si soy así. [Tango grabado por C. Gardel]. Grabación original. Sello Odeón. (Grabado el 11 de septiembre de 1933).
Dupont, L. (2025). Un-dividualismo: Las nuevas respuestas del sujeto. (Colección Grulla). CIEC.
Freud, S. (1921). Psicología de las masas y análisis del yo. Obras completas (Vol. XVIII, Más allá del principio de placer. Psicología de las masas y análisis del yo, y otras obras). Amorrortu.
Lacan, J. (2015). El Seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. (1964). Paidós.
Lacan, J. (2015). El Seminario. Libro 6: El deseo y su interpretación. (1958–1959). Paidós.
Sung Jin, L. (Director). (2023). Beef [Serie de televisión]. Netflix.
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