Influencia y efectos segregativos El episodio N° 3, “The Waldo Moment”, de la temporada 2 de la serie Black Mirror (Brooker, 2013) presenta un fenómeno político-cultural que puede ser pensado desde una perspectiva de las identificaciones. Condensa de manera paradigmática los modos contemporáneos de producción de lazo social. El personaje de Waldo, una figura animada que alcanza notoriedad política desde la parodia, plantea un desplazamiento respecto del modelo freudiano clásico de la masa. En lugar de una identificación estructurada en torno al Ideal del yo, asistimos a un tipo de adhesión inmediata, sin mediaciones simbólicas, sostenida por el goce. Freud (1921) había indicado que: “una masa primaria de esta índole es una multitud de individuos que han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado entre sí en su yo” (p. 109 y 110). En el debate televisado del distrito, Waldo no participa como un orador más: irrumpe desde la pantalla controlada en vivo y dirige a Liam Monroe una secuencia de descalificaciones y bromas de tono sexual que no procuran contrastar plataformas, sino exponerlo a la risa del auditorio. La respuesta inmediata —risas, aplausos, replicación del fragmento en redes y noticieros— instala la escena como punto de inflexión: la adhesión que despierta no se anuda a un Ideal del yo ni a un programa, sino al goce de una enunciación que “dice lo que no se dice” y por eso es leída como sinceridad. Allí la eficacia no depende del argumento, sino del efecto de cuerpo que produce el decir. Sin embargo, Waldo no representa un ideal: su eficacia no reside en ser modelo, sino en generar afecto, rechazo, excitación. Durante la campaña, la camioneta con la pantalla de Waldo sigue a Monroe en recorridas callejeras. La interpelación ocurre en acto y sin mediación: el muñeco habla y no puede ser interpelado como persona ni como biografía. Cuando Monroe se exaspera ante cámaras, la simpatía por Waldo se refuerza: la impunidad alegre de la imagen animada contrasta con la vulnerabilidad del político de carne y hueso. La ventaja de “no tener pasado” funciona aquí como rasgo decisivo: nada puede serle imputado retrospectivamente, de modo que lo que circula —la persecución burlona y el exabrupto de Monroe— se impone como lectura dominante. Waldo no representa un ideal a seguir, sino una forma de rechazo: al sistema, a los políticos, a las formas instituidas del discurso. En esos gestos de exposición obscena se cifra su eficacia. El goce que produce en el público no está velado ni mediado; es directo, corporal, pulsional. De allí que su popularidad se construya sobre insultos, burlas y referencias sexuales explícitas, lejos de cualquier propuesta racional o programática. El goce se vuelve signo de autenticidad, y la obscenidad, una marca de sinceridad. Como dice Assef (2016), “una subjetividad que privilegia la satisfacción del plus de goce por sobre el preservar la falta que promueve la circulación del deseo” (p. 153). La masa que se identifica con él no busca reflejarse, sino satisfacerse. Este tipo de enunciación, que no se responsabiliza, que se lanza como puro acto sin sujeto que la soporte, produce fascinación. La voz de Waldo, en este sentido, no es la de su creador (Jamie), quien siente vergüenza de lo que produce, sino la de un Otro sin rostro que encarna lo que Laurent llama una política del goce. El fenómeno de masas ya no responde al Ideal del yo; responde a la lógica del espectáculo, del número, de la viralización. No se trata sólo de qué se dice, sino de cuánto circula. La cantidad, de vistas, likes, repeticiones, no acompaña al valor. Al parecer, lo define. Más adelante, un asesor extranjero propone convertir a Waldo en plataforma global: un contenedor disponible para alojar cualquier consigna porque, en verdad, no porta ninguna. El “no tener pasado” deviene programa de expansión de marca: bajo la superficie azul se aglutinan malestares heterogéneos. El montaje final lo confirma: el emblema ocupa vehículos y dispositivos de control, mientras Jamie —incómodo con aquello a lo que prestó su voz— queda por fuera del circuito que ayudó a montar. La comunidad reunida ya no lo hace por amor al líder, sino por un rechazo compartido; el goce común funda pertenencia al mismo tiempo que segrega a quienes no lo comparten. El personaje de Waldo, como figura política, se ofrece como voz de los marginados, de los descreídos. Al no tener pasado, al no tener biografía, al no tener historia, lo vuelve incuestionable. Resiste archivo, porque simplemente no hay nada en su pasado. Podríamos decir que Waldo no responde al yo ideal (construido a partir de imágenes del otro semejante), ni tampoco al Ideal del yo (instancia que ordena y regula desde el Otro simbólico). Es una especie de objeto a hiperconectado, que capta la mirada y provoca identificación sin mediación: una forma de identificación salvaje. En donde se adhiere al goce, sin saber por qué y sin preguntarse sobre eso. Esta lógica produce efectos segregativos. Laurent (1999) señala que: “civilización y pulsión no están en una oposición simple semejante a la oposición del instinto y la domesticación” y “lo que se produce entonces es que la barbarie, la pulsión de muerte, se aloja en la civilización misma” (p. 209). En esta nueva forma de la política del goce, lo común no se establece por una causa, una ideología o un proyecto, sino por una satisfacción compartida, incluso cruel, incluso destructiva. Como observa Tendlarz (2007), “lo cierto es que la multiplicación identificatoria no pacifica la crueldad, la indiferencia, el racismo que se creían frutos de los ideales imperantes en otras épocas” (p. 28). En este sentido, las influencias contemporáneas no se inscriben bajo la lógica de la transmisión simbólica, sino de compartir modos de goce. Se adhieren a lo que produce efecto, a lo que arrastra cuerpos, a lo que moviliza goce. No se trata de identificar un rasgo en el otro, como en la lógica freudiana del líder que encarna el Ideal del yo, sino de coincidir en una práctica gozosa, en un rechazo común, en una modalidad de mostrarse. La influencia ya no es una forma de autoridad, sino de presencia insistente. La verdad queda del lado de lo que se dice sin freno, sin mediación, sin pudor. Lo que circula y se repite se vuelve ley. En este marco, la identificación la podemos pensar a partir del goce en común, y el lazo social, producido por la segregación del otro. La figura de Waldo nos advierte sobre una mutación profunda en la política de las masas: el desplazamiento del Ideal por el goce, de la mediación simbólica por la enunciación espectacular, del discurso por la imagen. No se trata ya de creer en el líder, sino de gozar con él. Esta lógica de las influencias, sostenida en lo cuantitativo y en la violencia del cuerpo que enuncia, plantea nuevos desafíos para el psicoanálisis. Nos confronta con una subjetividad que no busca ser representada, sino mostrarse sin velo. Y que, al hacerlo, produce adhesiones tan intensas como frágiles, tan virales como segregativas. Conclusión El análisis de “The Waldo Moment” permite vislumbrar el modo en que se producen las influencias y los lazos identificatorios en la subjetividad contemporánea. A diferencia del modelo clásico fundado en la mediación del Ideal del yo, hoy las adhesiones se construyen en torno al goce: goce de la enunciación obscena, de la ofensa pública, de la violencia simbólica. Las figuras que arrastran masas no representan un ideal a alcanzar, sino una satisfacción inmediata y sostenida en los discursos de odio y acciones segregativas. En este marco, la influencia ya no remite a un modelo o a una autoridad simbólica, sino a un fenómeno cuantificable: la viralidad, la visibilidad, la reproducción masiva. El sujeto ya no se identifica con un rasgo del Otro, sino que se deja capturar por prácticas de goce que se imponen desde afuera, sin mediación. Como efecto, los lazos sociales no se sostienen por un proyecto común, sino por una forma compartida de rechazo. Así, las influencias contemporáneas producen segregación: el otro no es con quien se acuerda, sino quien debe ser excluido. El caso de Waldo lo ilustra de manera paradigmática. Su éxito no se debe a una propuesta, sino a su capacidad de condensar y amplificar el malestar, de decir lo que otros no se atreven, de mostrar sin pudor lo que se reprime. Waldo encarna una política del goce que fascina, pero que, al mismo tiempo, erosiona los fundamentos simbólicos de lo común. Frente a este escenario, el psicoanálisis tiene la tarea de seguir interrogando las formas de identificación actuales y del malestar contemporáneo. Referencias bibliográficas: Assef, J. (2016). El hiper-zombi: Una posible interpretación de las mutaciones del sujeto contemporáneo. Mutaciones del sujeto contemporáneo (Colección Orientación Lacaniana). Grama.
Higgins, B. (Director). (2013, 25 de febrero). The Waldo Moment [Temporada 2, episodio 3]. Black Mirror. [Serie de televisión]. Zeppotron; Channel 4.
Freud, S. (1921). Psicología de las masas y análisis del yo. Obras completas. (Tomo XVIII). Amorrortu.
Laurent, É. (1999). El deseo del analista. Las paradojas de la identificación. (Colección Orientación Lacaniana). Paidós.
Tendlarz, S. (2007). Lo patológico de la identificación. Patologías de la identificación en los lazos familiares. (Colección Orientación Lacaniana). Grama.
NOTAS



