[pp. 11-15]
Un Deseo ¿inclaudicable?
The handmaid’s tale | Bruce Miller | 2017
María Pía Marchese pia.marchese@unc.edu.ar

Gilead, un nombre al horror

Las distopías o las antiutopías hacen referencia a sociedades ficticias que serían indeseables por sí mismas, alienantes para sus habitantes, y se representan como el reverso de sociedades ideales y utópicas, como fueron planteadas por Santo Tomás Moro, en las cuales los niveles de violencia, pobreza y crimen se reducirían al mínimo. [1] Por el contrario, la profunda deshumanización, los gobiernos totalitarios y tiránicos en el poder, las catástrofes naturales, las guerras, entre otros aspectos asociadas con el declive fatídico de la vida en sociedad, son sus principales características.

El cuento de la criada (The handmaid´s Tale 2017), es una serie de televisión estadounidense, emitida por Hulu y creada por Bruce Miller, basada en la novela homónima de la escritora canadiense Margaret Atwood (2018 [1985]). Es allí que nos presenta en un futuro distópico una sociedad que nuclea aspectos ominosos de la propia entraña de la historia de la humanidad, para hacerlas coexistir en ella.

Producto de la pecaminosidad de sus habitantes, la tasa de natalidad se derrumba, las enfermedades de transmisión sexual y la contaminación ambiental pululan, lo cual se convierte en el caldo de cultivo propicio para que un discurso religioso totalitario, de vigilancia y control, que se encuentra basado en interpretaciones fundamentalistas del antiguo testamento, se instale. A partir de allí, la reducción de las mujeres llamadas "criadas" a la pura función de reproducción biológica para la subsistencia de la raza, pone en marcha un sistema de castas para sostener la búsqueda de esa finalidad: que las elites puedan reproducirse valiéndose para ello de la explotación de mujeres fértiles. Todo lo que no persigue ese objetivo se castiga como pecado de las maneras más monstruosas. La doble moral, el fanatismo religioso, las ejecuciones y torturas llevadas a cabo como estandartes intimidatorios; los altos niveles de violencia; los ojos que imponen la vigilancia, la denuncia y el control; el robo y la apropiación de niños; la esclavitud en sus variadas formas; el miedo y el silencio, aparecen como los aspectos principales y característicos de éste nuevo régimen. Las criadas se vuelven un objeto de consumo más para éstas familias de clase privilegiadas, donde pueden apropiárselas, cambiarles el nombre, violarlas, quitarles sus hijos luego y desecharlas cuando sea necesario, siendo reemplazadas por otra criada. Como si sus túnicas rojas y sus cofias blancas cumplieran la función de borrar todo rastro subjetivo y volverlas puro envase reproductor para el goce de quienes las posean. Así es que se nos presenta Gilead.

Miedos, los de hoy, los de siempre

Ahora nos viene bien preguntarnos acerca de la proliferación de éste tipo de relatos que calan profundo en nuestra sociedad actual. Catástrofes de todo tipo que actúan como premonitorias de universos indeseables pero que se presentan como irremediablemente posibles, funcionando como fantasmas de las subjetividades y sociedades contemporáneas.

Los avances de la ciencia y la técnica junto con la incidencia del mercado han colaborado para que ciertos miedos podemos decir -estructurales- se hayan ampliado, sistematizado, explotado y globalizado.

Se trata en estas ficciones de recordar, poner en valor y relieve, el hecho de que siempre se puede estar peor —y que seguramente no lo podremos evitar— lo cual es utilizado por las distopías, como síntoma y tratamiento.

Cuestión que es promovida por una sensación de incertidumbre generalizada frente a un Otro social que ha develado su impotencia. Desde una crisis financiera mundial que genera caos; una catástrofe química producto de la impericia del hombre; un virus que pone en jaque a la raza humana; una guerra mundial decidida por unos pocos con sus consecuentes movimientos migratorios que refuerzan las segregaciones y las políticas totalitarias; hasta la invasión de extraterrestres que podrían exterminarnos, copan las ficciones que sino podemos parar de consumirlas, es porque una fibra íntima es interpelada allí. La lista es larga.

No paramos de leer en los titulares, noticias como: “Así terminaría la vida en el planeta tierra”, “Científicos predicen cuál sería la fecha precisa del fin del mundo”, “Es así como todo podría acabar”, “El fin del universo más cerca de lo pensado”; ni hablar de los discursos extremistas que atribuyen a la propia culpabilidad y pecaminosidad del hombre su inminente desaparición: lo cual parte desde comer carne hasta desconocer a Dios, en un amplio abanico que solo da cuenta del rechazo inmanente a lo que se nos presenta como diferente y desconocido.

La extimidad del goce [2] toma distintas formas a lo largo de la historia de la humanidad, distintos modos de tratamiento y de rechazo frente a ello. Lo pulsional se revela —tal como lo afirmaba Sigmund Freud— como algo imposible de domeñar (2012 [1915]) y por lo tanto la idea utópica de una humanidad sin guerras o catástrofes es considerada una ilusión (Freud, 2011 [1932-1933]), la posibilidad de su reverso más nefasto se encuentra siempre latente. Y no lo desconocemos, tiene efectos en términos inconscientes.

Por otra parte, frente a las amplias posibilidades que los tiempos actuales nos presentan, la confusión como conflicto en algunos sujetos se refuerza. Podríamos decir que cuando dimensionamos que el mundo es un universo de opciones, muchas veces la inhibición hace su aparición, no dejándonos actuar más allá de nuestras propias narices. Ante más opciones, suele presentarse una mayor dificultad para orientarse en torno a un deseo definido.

Entre los efectos subjetivos de habitar tiempos de incertidumbre, corremos el riesgo de que discursos fundamentalistas y fanáticos se afiancen como modo de respuesta objetiva frente a los contextos de crisis. Cuando lo conocido tambalea, nos aferramos a líderes e ideas que nos orienten mediante discursos simples y reduccionistas; muchas veces sin poder dimensionar lo que se vela en los mismos, los cuales remiten el malestar a otro que se culpabiliza por el propio sufrimiento. En ese sentido, quizás podemos pensar ésta proliferación de ficciones distópicas como un modo de tratamiento actual frente al horror a lo desconocido, a lo que no se puede simbolizar y que tiene que ver con la extimidad del goce, aquello más propio que se desconoce y se rechaza. En ese sentido estos relatos harían las veces de los cuentos infantiles en el niño generalizado actual. [3]

Las fantasías un tanto paranoicas en relación a un Otro que representa lo propio rechazado, retornan bajo la modalidad fantasmática de fin del mundo. De esos miedos constitutivos se alimentan estas distopías como modalidades de tratamiento de los mismos. Ser devorados, explotados, consumidos, desvalijados, desterrados, asesinados por un Otro malvado que puede tomar diversas formas: se llame calentamiento global, ministros de economía, prójimo migrante, virus letal, extraterrestre, etc. en una serie al infinito. Y a partir de allí las distintas respuestas de cada sujeto frente al mismo hecho traumático que las producciones audiovisuales nos muestran. Vemos variadas modalizaciones, tratamientos y respuestas frente al horror: desde los que se unen para sacar niños de Gilead, los que se inmolan frente a lo insoportable del dolor, los que temen y se someten, quienes se vuelven verdugos... La cuarta y lo que será la quinta temporada de El cuento de la criada apela a introducirnos en la mutación subjetiva que se produce en sus personajes frente a lo traumático del sistema, que plantea problemas a los que somete pero también a los que lo idearon.

Estas distopías —y ésta serie en especial— por lo tanto, no hablan tanto del futuro como de los miedos de hoy y siempre.

El dolor de existir, duelo, melancolía

En los avatares de la constitución subjetiva como sabemos por Jacques Lacan, el sujeto de lenguaje para acceder al mismo debe renunciar a algo y como consecuencia adquiere un ser, pero cercenado. Algo en relación a la libertad o muerte se juega en ese proceso en una insondable decisión (2012 [1946]). Para ser, algo se debe perder, lo que permite encaminarse así en los avatares de las ficciones y significantes producto de su inscripción en la falta en el Otro o -dicho en otras palabras- su constitución a partir del Deseo del Otro. Es esa pérdida, la que constituye la marca de la muerte que se imprime en el sujeto.

En los primeros tiempos de la enseñanza de Lacan (2012 [1946]), dicha marca la vemos desarrollarse a nivel de lo imaginario, la alienación con su vocación suicida y el kakón como ese objeto malo interno y persecutorio. Allí menciona los suicidios no violentos como modos de retorno a un tiempo que forcluye esa pérdida, en relación a la completud narcisista con el vientre materno.

Más adelante, a partir de los elementos simbólicos y de las operaciones de alienación/ separación (Lacan, 2012 [1964]), la muerte aparece como un operador lógico, enlazándose ésta última a la tendencia suicida. Con la conceptualización del objeto a (Lacan, 2010 [1969-1970]), la pulsión de muerte concebida del lado del goce malo del kakón, queda subsumida a esas experiencias de muerte en vida por la prematuración misma del sujeto del lenguaje. Es allí donde Jacques Alain Miller (2011) reorganiza y hace la serie a partir de los escritos de Lacan, partiendo de la experiencia traumática del destete hasta el corte de la sesión analítica -incluso el pase- como operaciones topológicas que implican experiencias de muerte.

la experiencia de la muerte marca todas las experiencias de pérdida y separación que conoce el sujeto en el curso del desarrollo (…) En esta pérdida del objeto se encuentra para lacan esa infiltración mortal que marca una escansión esencial (Miller, 2011. pp.134-135).

El dolor de existir es inherente a todos los sujetos atravesados por el lenguaje, es un aspecto universal podríamos decir, pero las modalidades de respuesta frente al mismo nos habla de lo más singular de cada sujeto, cada tiempo y sociedad. Que la tramitación de ese dolor se enlace a un deseo posible no está dado a priori, ni en términos de cada sujeto ni a nivel de lo social, de cómo cada época tramita lo pulsional.

Es también el dolor de la existencia como tal, en ese límite en el cual la existencia subsiste en un estado en que ya nada se aprehende de ella más que su carácter inextinguible y el dolor fundamental que la acompaña cuando todo deseo la abandona, cuando todo deseo se ha desvanecido de esa existencia. (Lacan, 2014 [1958-1959], p.133)

El par duelo/melancolía pueden situarse como dos modalidades de respuesta subjetiva frente a ese dolor de existir.

Por un lado el duelo al confrontarnos con el vacío inherente a la inexistencia del Otro, intentando subjetivar esa falta, asumiendo un poco la muerte, la castración propia del sujeto que habla, y por otro lado, su falla en la melancolía.

Frente a un trauma que rompe con la trama significante que sostiene a un sujeto o a una comunidad en una escena posible del mundo, los mismos quedan desprovistos de significantes que les permitan bordear el agujero que produce el evento traumático. El duelo permite una tramitación posible de lo traumático, cernir algo de ese real en términos significantes. Tramitar ese real en términos simbólicos e imaginarios es algo frente a lo cual el sujeto debe enfrentarse por su misma constitución y frente a lo cual puede verse interpelado ante distintas contingencias traumáticas en su vida particular y a nivel de la sociedad en general. Muchas veces una posición sacrificial, una inhibición generalizada, conductas adictivas y compulsivas, muertes violentas y suicidios abiertos o encubiertos dan cuenta de actings outs o pasajes al acto productos de la ruptura de la defensa frente al agujero y la imposibilidad de resignificar ese trauma, donde el proceso de duelo fracasa.

La melancolía en cambio implicaría un mutismo y una entrega pasiva en relación al destino fatal que le concierne al sujeto. Un poco identificado a su pérdida, se pierde a sí mismo en ese proceso y se entrega de esa manera a su propia desaparición. El dolor de existir se hace carne anulando toda posibilidad de que un deseo circule allí, petrificando en ese proceso al ser del sujeto, perdiendo de ese modo su lazo al Otro y al mundo. El dolor frente al traumatismo en la existencia no encuentra alivio allí en ningún sentido, la certeza mortífera no se suspende por ningún deseo posible.

El dolor de existir aparece en estado puro en la melancolía (Lacan, 2008 [1963]) y se presenta como un rechazo al saber del inconsciente. Se produce por lo tanto un tratamiento de la muerte por la muerte misma del sujeto.

Un deseo ¿inclaudicable?

La ética del psicoanálisis es su reverso. Subjetivar un deseo de saber sobre esa pérdida, asumiendo las pequeñas muertes a las que nos encontramos destinados por ser sujetos de lenguaje y por los acontecimientos que la vida nos impone, se vuelve un principio ético del sujeto. Responsabilizarse frente al propio goce posibilita que se juegue el deseo delineando ese mismo agujero.

Un análisis en ese sentido posibilita la salida por el deseo y el reconocimiento del propio goce, subvertir una posición que haga posible hacer de una tragedia un poco de comedia, pudiendo ir más allá de las fantasías del futuro o de aferrarse a un pasado mediante la nostalgia; un poco más allá de la experiencia de dolor. Es lo que vemos en la clínica y lo que debemos escuchar en lo que se dice; ese punto más vivible posible de un sujeto, que le permita sostenerse de eso, apostando a un triunfo por sobre lo mortífero que puede implicar su propia destrucción.

June Osborne (interpretada por Elisabeth Moss), nos enseña sobre esto. El deseo de encontrase con su hija que luego se vuelve causa en la búsqueda de libertad para todas las mujeres y niños de Gilead la lleva a no someterse frente a la tragedia, a aferrarse a la esperanza de que algún día pueda ser libre y estar con su familia, y que una sociedad como Gilead deje de existir. En la cuarta temporada vemos circular la cuestión por los ribetes del deseo y del goce, sin saber aún cuál prevalecerá en una nueva entrega, de eso dependerá, que se juegue lo mejor o lo peor. Lo que si sabemos hasta el momento, es que la fuerza del deseo como elemento subversivo atraviesa este relato, y que por esa vía June ha logrado muchas cosas.

Como dice la novela:

Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos sus deseos. (…) La fuerza incontenible del deseo como elemento transgresor. (Atwood, M. 2018 [1985], s/p)

Frente a los imprevistos y eventos traumáticos que forman parte de la existencia, esta la posibilidad de encontrar un lazo a ella, un modo de tratamiento del dolor, de enfrentarla; pasar de un goce vivenciado como perturbador a transformarlo en la clave para sostenerse. Teniendo en cuenta también que la poca certidumbre da lugar a la invención, a que lo más propio pueda encontrar la manera de habitar el mundo del modo más singular y así poder hacer de las huellas que el dolor de existir nos dejó, la estofa misma de la trama de una vida.

Referencias

Atwood, M. (2018 [1985]). El cuento de la criada. Narrativa Salamandra.

Freud, S. y Einstein, A. (2011 [1932-1933]). ¿Por qué la guerra?. En Obras Completas Tomo XXII. Amorrortu Editores.

Freud, S. (2012 [1915]). De guerra y muerte. Temas de actualidad. En Obras
Completas. Tomo XIV
. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Lacan, J. (2012 [1938]). Los complejos familiares en la formación del
individuo. En Otros Escritos. Paidós.

Lacan, J. (2012 [1946]). Acerca de la causalidad psíquica. En Escritos 1 (2º
ed.).
Siglo XXI Editores.

Lacan, J. (2014 [1958-1959]). El deseo y su interpretación. En El Seminario de Jacques Lacan. Libro 4. Paidós.

Lacan, J. (2012 [1964]). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. En El Seminario de Jacques Lacan. Libro 11. Paidós.

Lacan, J. (2014 [1967]). Alocución sobre las psicosis del niño. En Otros
escritos.
Paidós.

Lacan, J. (2010 [1969-1970]). El Reverso del Psicoanálisis. En El Seminario de Jacques Lacan. Libro 17. Paidós.

Lacan, J. (2005 [1959-1960]). La ética del psicoanálisis. En El Seminario de Jacques Lacan. Libro 7. Paidós.

Lacan, J. (2008 [1963]). Kant con Sade. En Escritos 2 (2° ed.) Siglo XXI Editores.

Miller, J. A. (1988) Jacques Lacan. Observaciones sobre su concepto de pasaje al acto. Revista Actualités psychiatriques, 18ème Année, Nº 1.

Miller, J. A. (2011). Donc. La lógica de la cura. En Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Allain Miller. Paidós.

Miller, B. (productor). (2017). El Cuento de la Criada [serie de televisión]. Estados Unidos: Hulu. HBO- Paramount Channel.



NOTAS

[2Neologismo creado por Lacan (1959-1960 [2005]) para dar cuenta de una formulación paradojal, ya que lo más íntimo para un sujeto se desconoce como tal y se vivencia como ajeno y extraño. En ese sentido al ser atravesado por una falta, el sujeto no es idéntico así mismo, sino que el concepto mismo de inconsciente postula su heteronimia radical, su fractura constitutiva.

[3Lacan (2014 [1967]) se refiere al niño generalizado como aquel que no puede responsabilizarse de su goce y actuar en consecuencia.